Beyonce como síntoma

Hay momentos durante una campaña electoral que pueden dar una pista soterrada de lo que realmente va a suceder. Y no tienen que ser necesariamente los fogonazos que deciden destacar los medios de comunicación. A pocos días de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Hillary Clinton decidió recibir el apoyo incondicional de Beyonce y su marido, el rapero Jay Z. Como tantos otros artistas que han arropado a la aspirante demócrata, ambos son estupendos en lo que hacen. Tanto, que se han convertido en multimillonarios. A Beyonce y familia les llegaron a cerrar el museo del Louvre de París para que lo vieran con tranquilidad, sin el agobio de los turistas. A las pocas horas de ese abrazo lleno de glamour, Donald Trump bromeaba sobre la falta de pianos, guitarras y artistas cool que le apoyaban. El polémico magnate, con calculado contraste, decidió subir al escenario a una mujer anónima, con cara algo demacrada y llorosa, para darle un abrazo sentido. Aquella mujer era un ejemplo de los estadounidenses, blancos en su mayoría, que debido a la reconversión industrial, se han visto en el paro y completamente relegados. El ascensor social del sueño americano se quedó varado entre dos plantas hace años para ellos y el establishment de Washington les ha ignorado completamente.

trump-ughTrump es terriblemente astuto. Como un martillo pilón ha lanzado un mensaje claro y fácilmente comprensible para un público muy concreto. Clinton abrazaba a los urbanitas neoyorquinos y a las minorías pujantes, mientras Trump ponía el foco en el señor que, en camiseta de tirantes, contempla la nada desde la mecedora de su porche con música country de fondo. El hombre blanco con pocos estudios, golpeado por la crisis industrial, incapaz de sumarse a las oportunidades de trabajo de la sociedad de servicios, asustado por esa globalización que en Europa ha exaltado nacionalismos, ha resultado ser más numeroso y decisivo que las estrellas del pop o Hollywood.

A eso hay que sumar el hartazgo, cada vez mayor, que genera la dictadura de lo políticamente correcto. Mucha gente comienza a estar cansada de no poder llamar a las cosas por su nombre. Todo está tan estudiado, tan medido, lo biempensante es tan incuestionable, que en el momento que alguien se sale del guión y defiende algo con vehemencia o a contracorriente llama la atención. Hay algo de arrogante, de asfixiante, en la superioridad moral de quienes defienden lo políticamente correcto. Todo está tan controlado, que quien decidide salirse del carril se apunta el tanto de la rebeldía, tan atractiva en ocasiones, y brilla como un gigantesco cartel de neón, aunque sea para decir auténticas barbaridades. Trump se ha dado cuenta de lo que ya dejó dicho Oscar Wilde: “Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”. Que hablen mal, pero que hablen. Por eso no le ha importado ser recalcitrantemente faltón o asquerosamente machista. Estaba reforzando esa marca personal que ya le permitió volver a ser rico en los ochenta, tras haberse arruinado con una gestión nefasta e irresponsable de sus casinos en Atlantic City, por no hablar de sus chanchullos en el fútbol americano.

Trump conoce su país. Sabe que vivimos en una telecracia. El reality “El Aprendiz” le presentó durante años como un empresario de éxito que daba valiosos consejos a aspirantes a rico. Sus fracasos, excesos y limitaciones del pasado quedaron borradas en el imaginario colectivo. Guste o no, a la larga, la gente se olvida del comentario sexista y se queda con que Trump es un triunfador que sabe lo que quiere y lo consigue. Qué más puedes desear cuando te sientes desprotegido y desorientado. Un líder natural al que agarrarte…

Su discurso descarado le granjeaba el apoyo incondicional de los supremacistas, lamentablemente numerosos, los defensores a ultranza de la libre circulación de armas o los ultranacionalistas enfadados con el tono conciliador de Obama hacia enemigos históricos como Cuba o Irán. Garantizado el voto radical y el desencantado, el resto lo hicieron sus rivales. El Partido Demócrata, ensimismado en el polítiqueo de Washington, con sus lobbies de presión y sus castas familiares, sólo supo ofrecer dos opciones: un utópico izquierdista como Bernie Sanders o la viva imagen del establishment corrupto que no ha sabido dar soluciones a buena parte de la sociedad americana, como era Hillary Clinton. La mujer que se ha enriquecido al calor de la política, que impulsó la desastrosa intervención militar en Libia o que cometió errores garrafales de seguridad como secretaria de Estado no era una opción válida para descartar a Trump como tentación. El Partido Republicano, intentando hacerle descabalgar con torpes maniobras, sólo hizo acrecentar la sensación de que Trump era un antisistema, un tipo al que los poderes no querían porque tenía la verdadera capacidad de cambiar el status quo. De nuevo, el encanto de la rebeldía.

Hace ocho años, Estados Unidos compró a Obama un discurso de esperanza, que no se ha traducido en grandes realidades. Hoy compra un discurso de rabia, hijo de nuestros tiempos. Del pico de oro a la lengua viperina. Permanezcan atentos a su pantalla porque el show de la telecracia continuará.

De Guatemala a Guatepeor

Este mes de octubre se han cumplido cinco años de un acontecimiento que marco un antes y un después en el tablero internacional, especialmente en el norte de África. Hace un lustro, el mundo asistió al linchamiento de Muammar el Gaddafi. Cuando fusilaron a los Ceaucescu en la Rumanía del 89 todo fue recogido por una cámara de vídeo. El linchamiento de Gaddafi, en cambio, tuvo lugar en la era de los móviles. Por eso en Youtube pueden encontrarse todo tipo de planos y perspectivas de cómo los rebeldes, que se levantaron en 2011, golpearon y pusieron de rodillas al dictador de Libia. Lo primero que impactó fue ver ensangrentado y desprotegido, desorientado tras salir de la tubería en la que se escondía, al hombre que gobernó Libia durante más de 40 años, como si fuera su cortijo. Sus haimas, su coquetería, su pistola de oro… todo quedó reducido a un hombre aterrado, que pedía clemencia, mientras le apuntaban con una pistola en la sien. Luego llegaron los golpes, las patadas, el palo con el que fue sodomizado y, finalmente, su cuerpo inerte, tras un disparo.

Libia es tierra de beduinos, un país de tribus y clanes, que Gaddafi supo unificar a su manera. Creó una satrapía, cruel con los opositores y oportunista con las masas, gracias al dinero del petróleo. El caudillo lo llamó Jamahiriya, el “gobierno de las masas”, una presunta democracia directa, sin partidos, que combinaba las matanzas arbitrarias con avances sociales. Las mujeres libias, por ejemplo, no tenían la obligación de llevar burka, ni de casarse contra su voluntad. La OTAN fue decisiva para acabar con aquel régimen, que estuvo silenciado durante décadas por sus coqueteos con el terrorismo internacional y que, paradójicamente, había sido rehabilitado en 2006. Hace apenas medio año, Estados Unidos admitió que en Libia no hay interlocutor. El gobierno reconocido apenas controla la parte oriental del país, mientras la capital, Trípoli, está en manos de una entidad rebelde que tampoco puede presumir de fortaleza. Y en medio de ese pandemonio, lo nunca visto… Al-Qaeda colaborando estrechamente con el Estado Islámico, a un par de centenares de kilómetros de Europa.

libia_mapaEn las costas de Libia fueron decapitados una veintena de cristianos, de forma salvaje. Los últimos bombardeos internacionales han debilitado a los yihadistas, pero los principales servicios de inteligencia han llegado a cifrar en seis mil los efectivos islamistas, que acuden como avispas a la miel del petróleo y la cercanía con la Unión Europea. Libia se ha convertido en un refugio para los combatientes que huyen de la presión en Irak y Siria. A la fiesta del caos se suman las mafias que trafican con los inmigrantes. Tan sólo en lo que va de año, más de 52 mil personas han huido de las costas libias, tras ser maltratadas y desplumadas. Los más afortunados pasan un infierno a través la ruta africana hacia Europa, pagan todo lo que hayan podido ahorrar, el esfuerzo de familias enteras que han dejado atrás, y se suben a embarcaciones infames, donde se compran más papeletas para morir ahogado que para alcanzar tierra. Hace cinco años, volvimos a caer en el buenismo occidental, sin aprender de los errores de Irak. Hace un lustro, Libia salió de Guatemala para entrar en Guatepeor. Y los europeos que hacemos frontera en el sur lo hicimos con ellos. La bomba está más cerca de la vieja Europa de lo que hay entre Madrid y Valencia.

El día de la Hispanidad

La presencia de España en América durante cuatro siglos está llena de leyendas urbanas, basadas en una aberración intelectual muy de nuestros días… juzgar a la gente de la Edad Media o el primer Renacimiento con los valores posmodernos y relativistas del siglo XXI.

Los españoles, ciertamente, aplicaron la violencia para imponerse en América… Pero si Hernán Cortés consiguió el apoyo de numerosas tribus, tanto como para conquistar México con tan sólo varios centenares de hombres, es porque pueblos como el azteca ya practicaban una violencia salvaje sobre los más débiles, que vieron en la llegada de los españoles una oportunidad para vivir mejor. Lo del paraíso precolombino, idealizado por ciertas corrientes políticas o ideológicas, sería bastante cuestionable.

Lo raro a finales del siglo XV no es que algunos vieran a los indígenas como esclavos; lo raro fue que personajes como Isabel la Católica o Bartolomé de las Casas, a pesar de haber nacido cuando nacieron, impulsaran un debate sobre los derechos humanos, que desembocó en 1542 en una legislación que les protegía.

En sintonía con ese espíritu, los españoles se mezclaron y casaron con los indígenas, algo que no hicieron ingleses, franceses o alemanes. Esas potencias segregaron a las personas por su color de piel. Por donde pasaron, nos encontramos con las secuelas del apartheid o indios minoritarios y encerrados en reservas, como si fueran monos de feria. En la América española eso no se ha visto, por mucho que se pongan.

Y aquí viene una de las grandes mentiras de nuestros días… Al político Faustino Rodríguez-San Pedro, a comienzos del siglo XX, antes del franquismo, efectivamente, se le ocurrió llamarle “Día de la Raza”, pero dejó muy claro que era la fiesta de las diferentes razas de América que caminaban hacia un destino común. Decir lo contrario es traicionar lo que dejó dicho y escrito.

bandera_espanaAsí que el 12 de octubre no es racista, ni franquista… Pero es que, para sorpresa de muchos nacionalistas, que lo encuentran demasiado español, la idea de su celebración no nació en España. El primer país en nombrarla fiesta nacional fue Argentina. Y los primeros que lo celebraron por todo lo alto, obligando a los españoles del siglo XIX a subirse al carro, fueron los estadounidenses. En 1888, con el cuarto centenario del descubrimiento de América a la vuelta de la esquina, Sagasta, al enterarse de que los italoamericanos iban a celebrar el Columbus Day, convocó una comisión para no ser menos.

Hubo abusos, hubo violencia y hubo claroscuros, como en todos los encuentros entre dos pueblos, siendo uno de ellos más avanzado en lo tecnológico y militar. Pero la sobreexposición de lo malo sobre lo bueno lleva a olvidar que España dejó en América 25 universidades. Portugal no dejó ninguna y las primeras que se levantaron en los dominios de Francia o el Reino Unido tuvieron que esperar al siglo XIX.

El imperio español nos dejó una comunidad de países que ahora nos permite tener voz y voto en el mundo globalizado y enriqueció a territorios como Cataluña, donde el patriotismo español fue la tónica hasta 1898. Fue perder Cuba y, curiosamente, nacer el catalanismo político. Cuando Colón regresó de su primer viaje se entrevistó con los Reyes Católicos en el Monasterio de Sant Jeroni de la Murtra, situado en Badalona. Este año ese municipio no celebra la fiesta del 12 de Octubre porque, dicen, es franquista, racista y española. Lo dicho, vivimos tiempos aberrantes.

Las verdaderas primarias

Las bases. Hay que consultar a las bases. No hay nada más demócrata que consultar a las bases. Ni más cómodo tampoco. Consultar a la militancia alivia de responsabilidad a las cabezas pensantes. Hay que estrujarse menos la sesera y, en caso de que las bases se equivoquen, la culpa es de ellas. En una oficina, la bases podrían ser los trabajadores dirigidos por un jefe ignorante y arrogante. La consulta podría poner en su sitio al cretino dirigente y dar paso a una organización más eficiente y justa. En cambio, en una viaje familiar por carretera, las bases bien podrían ser los niños. ¿Paramos cada cinco minutos o cada dos horas? ¿Abrimos la chocolatina ahora, aun a riesgo de pringar todo el coche, o nos esperamos a la parada para comer, y bajo la condición de habérselo comido todo?

Las bases pueden ser muy puñeteras. Lo mismo aciertan, pero también pudiera ser que se emperren en una decisión más tomada con los intestinos que con la cabeza. Anda un sector de la izquierda muy indignado porque los pesos pesados del PSOE han descabalgado a Pedro Sánchez a tiempo de evitar una consulta a las bases. “¿Qué puede haber más demócrata que preguntar a cuanta más gente mejor?” “¡Golpe de Estado!”, se ha escuchado estos días tras el atrincheramiento de Ferraz.

Sánchez tenía motivos para pensar que la jugada le podía salir bien. A los españoles, da igual la época o la ideología, siempre se nos ha dado bien resistir contra viento y marea. Y cuanto más precarias sean las condiciones y más épica haya que echarle al asunto, mejor. Ahí está la resistencia de Numancia o los últimos de Baler, cuya terquedad a la hora de asumir que el Imperio Español había terminado impresionó tanto a los rebeldes filipinos, que les dejaron salir de la Iglesia donde se habían atrincherado durante un año desfilando con honores militares.

comite_socialistaEl problema es que la terquedad no siempre es lo más saludable. Para empezar, hay que cuestionar que lo hecho por Felipe González y compañía sea un golpe de Estado, entendido éste como algo ilegal o tramposo, impuesto por la fuerza bruta. Los estatutos del partido recogían la posibilidad de las dimisiones de la Ejecutiva, luego la jugada está dentro de la estricta legalidad. Además, la sublimación de la militancia que se está haciendo estos días daría para un ensayo sociológico. Sólo hay que ver la fauna que se apostó en Ferraz durante la celebración del famoso Comité Federal. Insultos, empujones, burlas a Eduardo Madina por la cojera que le dejó un atentado de ETA… Está claro que no todos los militantes del PSOE son así, pero entre ellos también hay, y así se comprobó, gente sectaria, que sólo sabe ir por la vida con el carnet entre los dientes, negando el pan y la sal al adversario, siempre identificado como “enemigo” a secas. Así es muy difícil construir.

A todo esto, a la fiesta se sumaron simpatizantes de otros partidos, supuestos defensores de la “nueva política”… Gente dada también al cainismo e incapaz de entender que dejarlo todo en manos de la militancia del PSOE suponía levantar un gran monumento a la “partitocracia”, esa que, en teoría, tanto odia la “nueva política”. Porque el hecho de que doscientos mil individuos (en esa cifra se mueven los militantes del PSOE) pudieran bloquear a un país de 45 millones, aprovechando los subterfugios que brinda nuestro sistema en caso de resultados electorales enrevesados, sería pura partitocracia.

Los pesos pesados del PSOE, con sus muchos claroscuros, han dado un paso al frente para evitar algo que se estaba cocinando y que era totalmente disparatado: que su partido gobernarse España contra prácticamente la mitad del cuerpo electoral (eso es la suma de PP y Ciudadanos) y con la ayuda de quienes quieren desmembrar el país. Algo así como poner de agente forestal a un pirómano. Ahora se verá si el PP tiene grandeza para no hacer leña del árbol caído y humillar a un partido que queda desprotegido ante la posibilidad de unas terceras elecciones. Los populares no deberían sonreír mucho porque lo que tienen por delante, sea lo que sea, no va a ser fácil. Lo que salga de esta legislatura no deberá ser lo que quiera el PP ni lo que quiera el PSOE, sino una mezcla de las principales fuerzas, porque eso es lo que han votado, por dos ocasiones, los ciudadanos. Las urnas en las que votan todos los españoles son las verdaderas y únicas primarias a las que habría que atender. Llevamos más de nueve meses y un aquelarre socialista para entender algo tan sencillo.

La buena educación

Sí, María, has escuchado bien. La tipa ha arrancado de un tirón a tu madre la documentación de las manos, y le ha lanzado sobre la mesa un bolígrafo y un típex de muy malas maneras. Afortunadamente, al estar en el vientre de tu mamá, no la ves. Eso que te ahorras. La señora en cuestión está tan peleada con los cánones de belleza como con los buenos modales. Todavía no has nacido, pero no eres tonta. Sabes que algo pasa. La temperatura corporal de tu madre está subiendo. Es una mezcla de indignación, humillación y ansiedad.

Embarazada de siete meses. Tú has sido testigo de como tuvo que arrodillarse en el patio del colegio el otro día porque le bajó la tensión, de sus altos en el camino buscando un banco donde sentarse desesperadamente de puro agotamiento. Ya afinas el oído y has escuchado lo que dice el convenio. Por ley, con los reactivos químicos con los que trabaja, podría haberse dado de baja nada más conocer de tu existencia. Sin embargo, prefirió seguir trabajando todo lo posible. La mutua de riesgos laborales también ha corroborado algo fácilmente demostrable cada día: lo mismo se pasa cinco horas sentada sin moverse, que otras tres horas sentándose y levantándose en un frenesí físico y psicológico nada recomendable para alguien en su estado.

embarazadaDel esfuerzo que supone tener un terremoto de 20 meses en casa, ni hablamos ni hablaremos. Tu madre no es de las que quieren dar pena, ni de las que equiparan embarazo con enfermedad. Victimismo cero, sentido común todo. La idea es sencilla, sensata y comprensible: empezar a mover los papeles ahora para, entre pitos y flautas, tener la certeza de que vas a poder descansar las últimas semanas antes de recibirte. Algo que comprende cualquiera que sepa lo que es la maternidad. Pero eso esta señora no lo entiende. Te mira como a una delincuente, como alguien que pretende estafar a su mutua privada. Seguramente tendrá un incentivo por rechazar o retrasar bajas todo lo posible. Por eso, de entrada, ya te mira con asco. Eres alguien que viene a fastidiarle el incentivo del mes. Si por ella fuera, estarías trabajando hasta el mismo día de parir, aunque el médico te haya recomendado que vayas pensando en descansar, aunque prevención de riesgos haya corroborado que tu puesto de trabajo casa muy mal con tu estado actual y aunque en el trabajo lo hayan entendido perfectamente.

Con gentuza así hay poco que hacer. Con mujeres así, menos todavía. Si ese comportamiento lo hubiese tenido un hombre, la acusación de machismo sería inevitable. Pero el drama para las mujeres no es la incomprensión de los varones. La verdadera condena para la mujer trabajadora está en un sistema perverso que no sólo no protege ni fomenta la maternidad, sino que le pone trabas de todo tipo. Y en un feminismo que se empeña en fusionarse con el izquierdismo libertario y en ver machismo en el género neutro de las palabras, en lugar de defender lo verdaderamente importante. «Compañeros y compañeras feministas», «miembros y miembras» o, mejor aún, «miembr@s», que mola más…, mientras os perdáis en lo accesorio y no luchéis contra escenas cotidianas como la aquí descrita, por mí os podéis meter vuestras consignas y vuestras lecciones morales por donde no brilla el sol.

En fin, María, que no me quiero enfadar ni preocuparte antes de tiempo. Cuando vengas, lo que deberás hacer es jugar y ser feliz. Tiempo habrá para que entiendas la importancia del sentido común y el punto medio. Ni princesita ñoña, ni libertaria malcarada. Tu madre y yo haremos todo lo posible para que seas una leona trabajadora capaz de sobrevivir en este mundo de gentuza hipócrita y maleducada.

Vergüenza ajena

Reír o llorar, he ahí la cuestión. A estas alturas es difícil encontrar organismos pluricelulares en el microcosmos hispano que no hayan experimentado la vergüenza de ida y vuelta, la ajena y la propia, por lo votado. Es verdad que todavía los hay. Los separatistas catalanes, por ejemplo, casi dan envidia porque se diría que son felices, instalados en sus dogmas inquebrantables. En mi tierra, algunos han encontrado una nueva religión que no deja resquicio a la duda: somos especiales, nosotros nunca hacemos nada malo, tenemos un enemigo que nos odia a todas horas y, tarde o temprano, conseguiremos lo que queremos, es decir, un país de cuento de hadas, donde todo será perfecto. Además de consolarte de las frustraciones, además de ser un modo de vida muy lucrativo para muchos, ese credo deja espacio a la esperanza, que es la mejor manera de evadir el presente. Y es que el peterpanismo cotiza al alza en este primer cuarto del siglo XXI. Los correligionarios de Izquierda Unida también tienen una fe propia en la que resguardarse de las dudas y las evidencias sonrojantes. A esa fe pagana se le llama superioridad moral y te permite convocar una concentración de apoyo al gobierno de Nicolás Maduro, a pesar de que su régimen ha hundido en la miseria económica más brutal al país con más reservas probadas de petróleo, que ya tiene mérito la cosa. Para Alberto Garzón, Maduro es cojonudo y a Fidel Castro hay que felicitarle por su cumple. Y eso es compatible con decir que eres “joven” y “demócrata”… eso es ser inmune al sentido del ridículo y lo demás, tonterías. Tampoco se ve muy apurados a los votantes de Podemos, tras escuchar a su líder proponer un pacto con todos los que han votado en contra de Rajoy. Eso supone meter en el mismo saco a los que no han condenado los asesinatos de ETA, a la derecha corrupta catalana y al PSOE que, hasta ayer, era casta. Ya lo dice el propio Pablo Iglesias: la política es el arte de cabalgar a lomos de la contradicción. El cinismo también es un gran remedio frente al sentimiento de vergüenza.

palabras_investiduraPero más allá de esos perfiles políticos e ideológicos, la vergüenza mortifica a muchos compatriotas en esta vuelta a la normalidad. Los sufridos votantes del PP, los que fueron a votar en junio con la mano en la nariz, hastiados de la corrupción, pero con miedo a Podemos, se han llevado un disgusto en este arranque de septiembre. El Partido Popular, el que no es capaz de ganar con la mayoría suficiente por culpa de sus pecados corruptos, no ha tenido nada mejor que hacer, tras fracasar en la investidura, que proponer a José Manuel Soria, dimitido ministro por mor de los Papeles de Panamá, para el Banco Mundial. Es difícil ponérselo más difícil a los peperos que todavía siguen enfadados con su partido nodriza.

En el PSOE muchos tampoco saben hacia dónde mirar, una vez que Pedro Sánchez ha vuelto a demostrar que el sectarismo guerracivilista sigue muy presente en el centroizquierda, presuntamente sensato y constructivo. Perder votantes elección tras elección, dejar en menos de 90 diputados un partido que superó en su momento los 200, reconocer que España necesita un gobierno urgentemente y no dejar gobernar a la lista apoyada por una mayoría de españoles, a los que, con el apoyo de Ciudadanos, sólo les faltan 6 votos para la mayoría absoluta. Semejante comportamiento puede generar un caudal de vergüenza propia y ajena, tan sólo comparable al de los socialistas andaluces, extremeños y de otras federaciones a los que se les ha comido la lengua el gato, después de criticar a su secretario general durante meses por su falta de sentido de Estado.

Y luego está Albert Rivera. El discurso de Ciudadanos ha dado más vueltas que un molino en el último medio año. Otro remedio para la vergüenza es la asunción de culpabilidad. Ya lo ha dicho, Rivera: asumo perder credibilidad, si es para ayudar a España. Los naranjas deberían hacerse mirar la disfonía que provocan sus propios portavoces, diciendo una cosa por la mañana y otra por la tarde. De eso los periodistas hemos tenido mucho estos meses en los corrillos de pasillo. A su favor tienen, al menos, que son los únicos que han intentado realmente desbloquear la situación.

El caso es que parece que sí habrá acuerdo para no votar el día de Navidad. Hombre, fastidiarnos todos una festividad tan señalada sería una canallada. En eso y en colocarnos los sueldos de diputados nos ponemos de acuerdo rápido. Luego ya, aquello de regenerar la política y dar a España lo que necesita por el bien de sus ciudadanos tendrá que esperar. Si hay terceras elecciones, acudirán como cabeza de cartel los mismos candidatos que no han sabido o querido desbloquear la situación. Cuánta y, al mismo tiempo, qué poquita vergüenza.

Una década no es nada

No falla. Llega el mes de julio y es ponerse todos los cáncer a cumplir años. Sé que los horóscopos de los periódicos los escriben los becarios y que hay mucho caradura viviendo de la astrología, pero siempre me ha fascinado cómo encaja la definición de mi signo del zodiaco con mi carácter y el de la gente que nació por esta época del año. Será casualidad, pero lo clavan. Mi amigo Javi ha cumplido años y ha vuelto a hacer la misma broma de cada aniversario, la que siempre reímos sin ganas: “tengo 37, pero aparento 36”. Éste será de los que hay que sacar a emborrachar cuando cumpla los 40 y someterle a vigilancia para que no caiga en la temida regresión pseudoveinteañera, que tanta vergüenza ajena provoca en propios y extraños. Le agobia hacerse mayor y lo de los tacos que aparenta lo dice medio en broma, medio en serio.

relojYo tengo la teoría de que un año no es nada. La verdadera medida del paso del tiempo para una persona la da una década. El que no me crea que busque fotos de sí mismo y de los demás. A mí, hace unos días, me golpeó una de esas imágenes vía WhatsApp. Boda pretérita, con compañeros de trabajo que ya no trabajan en la misma empresa, solteros que ya están casados, flequillos donde ahora hay entradas, barbas oscuras, donde ahora asoman las primeras canas… Y en medio yo, con una cara de niño que tira para atrás.

El calendario es un notario silencio que guarda en secreto aniversarios de baja intensidad, de esos que, normalmente, nos pasan desapercibidos. Sin que lo sepamos, puede que hoy se cumplan tantos años del día en que nuestra madre nos dejo en la puerta del colegio por primera vez; de aquella tarde en la que tu padre te soltó y anduviste solo con la bici, sin la ayuda de los ruedines; de aquella excursión en la que te declaraste a una chica por primera vez… Pedacitos de una vida que configuran un puzzle interesante, con el que se explica en voz baja el misterio del ser humano.

Yo he tenido la suerte de tropezarme, casi por casualidad, gracias a una mudanza, con el billete de avión que custodiaba una caja de cartón: Barcelona-Madrid, julio de 2006. A lo tonto, a lo tonto, se ha cumplido toda una década desde que me lié la manta a la cabeza. Cuando te llama el director de informativos para que vayas a trabajar a la capital, no te puedes negar. Si te quedas en el terruño, te arriesgas a que siempre te persiga una pregunta: “¿Qué hubiera pasado si me hubiese ido?” Al final, uno coge y se monta en el avión, aunque sólo sea por curiosidad.

Luego piensas en las ucronías y descubres que, en realidad, la pregunta siempre va a estar ahí, perfectamente vigente, pero a la inversa: “¿qué hubiera pasado si te hubieras quedado?”. En la película Dos vidas en un instante reflexionan sobre lo que puede llegar a cambiar el cuento de una vida, por el simple hecho de coger un tren o perderlo y esperar al siguiente. Lo bonito de esto es que nunca lo sabremos. Sólo disponemos del presente y la promesa del futuro. El presente para un servidor son diez años haciendo radio con algunos de los mejores en la ciudad donde se cuecen las cosas importantes y una familia con la que ni soñaba cuando hice el petate. Sólo por eso han merecido la pena las penurias en esta Madrid que, antes de adoptarte, se muestra más dura que el adoquín para ponerte a prueba.

Lo bueno del camino recorrido es que nos pertenece, con más intensidad que cualquier bien material que podamos poseer. Son nuestros aciertos y nuestros errores, nuestros sueños y nuestros miedos. Nuestro camino. Nuestra bandera. Cuando uno entiende que el ser humano es dueño de su destino, lejos de afligirse debe alegrarse. Siempre hay margen para perseverar en el acierto o cambiar la dinámica del error. ¿Quién sabe cómo saldremos en la foto de dentro de diez años? Como diría Eduardo Galeano, hay que seguir viviendo, aunque sólo sea por curiosidad. El no saber lo que nos depara la vida es lo que le da emoción a esto. En fin, que Dios nos dé lucidez para coger o dejar pasar lo trenes que vengan. Pensemos que lo mejor siempre está por venir. Feliz verano a todos.

Todavía no estamos para eso

En pleno trauma por la consumación del Brexit, una londinense mostró una pancarta ante las cámaras de la BBC: “una pregunta estúpida, contestada por mucha gente estúpida, tiene como resultado una gran estupidez”. La última semana ha sido curiosa. El populismo ha tenido dos pelotas de partido para poner en práctica sus ideas. La primera, en el Reino Unido. Esa mezcla de abuelos egoístas que sólo piensan en su interés como colectivo generacional, xenófobos y racistas que no soportan a quien habla otro idioma o tiene otro color de piel y nacionalistas ridículos que sueñan con reeditar el imperio victoriano se salió con la suya: el Reino Unido fuera de la Unión Europea.

Algunos lo festejaron, creyendo haber “recuperado el control” y hasta “la independencia” de su estado-nación. A otros se les han caído los palos del sombrajo. Lo bueno del Brexit es que nos va a demostrar si eso de poner puertas a la globalización es posible o no. El Reino Unido tiene una economía potente, capacidad de veto en la ONU, armamento nuclear y una tupida red de influencia poscolonial. Si los británicos no consiguen sobrevivir por sí mismos en un mundo cada vez más interconectado, que se olviden los demás. El tiempo dará o quitará razones, pero la sensación, a bote pronto, es que han hecho el canelo de una manera brutal. Buscaban la “grandeza” de su nación, pero se enfrentan a la jibarización del Reino Unido, con la amenaza de secesión en Escocia e Irlanda del Norte; querían un país plenamente “británico” y jamás sus ciudadanos estuvieron tan divididos; quisieron ser más ricos, y el golpe económico que ya está recibiendo la economía británica es de órdago. Ahora les queda negociar cómo comerciar con la Unión Europea, pero sin estar ni poder influir en ella. Luego está lo del terrorismo: salirse de la Unión Europea para no sufrir el yihadismo, como si Estados Unidos, por no estar en Europa, no sufriera atentados. O la inmigración, como si Suiza no tuviese problemas con ese asunto fuera del club de los 27. Vamos, el negocio del que asó la manteca.

pacto_botellinesEl segundo match ball tenía lugar en España. La preparación del partido guardaba similitudes. Problemas complejos, miedos fundados y motivos para la indignación. Todo, convenientemente azuzado por políticos demagogos, ágiles con la palabra y duchos en el manejo de los medios de comunicación. Da a la gente desesperada soluciones aparentemente sencillas para problemas complejos y muchos te seguirán como al flautista de Amelín. Unos lo harán realmente por buena fe; otros por ignorancia, porque se creerán eso de que el dinero crece en los árboles o que las deudas no hay que pagarlas; algunos por resentimiento: “si yo no tengo el nivel de vida que anhelo, que no lo tenga nadie”; y algunos porque en la marejada populista sabrán colocarse en un puesto que les ofrezca un sueldo mayor que el que tendrían si se mantuviesen al margen. Ser diputado da más dinero que ser profesor; ser tertuliano habitual enriquece más que trabajos puntuales como sociólogo o colaborador de ONGs… Y así, una larga lista.

En contra de todas las encuestas, la suma de Podemos con Izquierda Unida no ha añadido votos ni escaños. El populismo no ha dado el sorpasso y algunos se rasgan las vestiduras. ¿Por qué la ciudadanía ha reforzado la opción tradicional, la contaminada por la corrupción y el discurso continuista? Pues posiblemente porque todavía hay demasiada gente que tiene algo que perder si se da un paso en falso de esos que tienen difícil solución. Demasiados españoles que pretenden cobrar su pensión, demasiados padres de familia que quieren conservar su puesto de trabajo, demasiados profesionales liberales que no quieren que les suban los impuestos hasta el punto de que las cigarras, que las hay, acaben viviendo con la misma comodidad que la hormiguita.

Las elecciones del 26-J han coincidido con la elaboración de la declaración de la Renta. Ese momento en el que el españolito de a pie descubre que trabaja para el erario público hasta mediados de mayo; que tener dos pagadores, que hacer el esfuerzo de seguir trabajando “cuando sales de trabajar” se castiga en este país; que Hacienda no se conforma con hacerte tributar por la casa que has comprado o el dinero que has ganado con tu esfuerzo: dárselo a tu hijo, sangre de tu sangre, también está penado. En definitiva, el robo sobre el diezmo. ¿Más impuestos todavía para financiar la fiesta adolescente del hombre-niño posmoderno que olvidó que no hay derechos sin obligaciones? Parece que muchos han dicho “no, gracias”.

20160627_122031Podemos ha cometido errores garrafales, como eso de anunciar en Madrid una bajada del IBI para los barrios que le votaron mayoritariamente, mientras el resto de barrios se ven abocados a seguir pagando lo mismo o más. Como lo de dificultar a los padres un derecho tan personal como la elección de colegios concertados para sus hijos en Valencia o Castilla-La Mancha. Como eso de querer gobernar España en contra del sentimiento español, olvidando que en España, lo que más hay, de momento, son españoles orgullosos de serlo. Como lo de encamarse con Chávez, Tsipras o Kicillof. El ex ministro argentino, que robó YPF a Repsol y que anduvo como puta por rastrojo negociando los rescates de Argentina con el FMI tras una política nefasta, ha sido el último en abrazarse a Pablo Iglesias.

Al final, el centroderecha se ha reforzado. Los españoles, todavía, no están tan mal como para dar un salto al vacío. España le ha tocado las palmas a la socialdemocracia, con un alegre aire andalusí, durante décadas. Pero el neocomunismo sectario en lo social y suicida en lo económico es otro cantar. Ay, Pablo, qué razón tenía Errejón.

La campaña de la verdad

Cuatro y pico de la tarde. Un albañil tiene puesta la radio. Sintoniza una emisora importante de este país, en la que una comunicadora conocida estalla en indignación. El presidente de Turquía ha criticado a las mujeres turcas que no tienen hijos. Considera Erdogan que, con su actitud, fallan a la sociedad de la que forman parte. La comunicadora le pone de machista para arriba y lamenta que alguien con esa mentalidad tan retrograda pueda ser presidente de un país moderno. Hasta aquí todo normal y aceptable, más allá del tono algo crispado de la que se dirige a la audiencia en la hora del sopor de sobremesa.

Siguiente noticia: varios separatistas radicales han agredido a dos mujeres que estaban publicitando las pantallas gigantes con las que se podrán seguir los partidos de la selección española en Barcelona. Varios tíos como castillos les pegaron, les tiraron al suelo, les escupieron y las vejaron. Les llamaron “putas españolas” y las amenazaron de muerte. La chica que da la noticia termina su exposición y la comunicadora suelta un lacónico “bueno”. Ese bueno suena a “vaya por Dios”, pero nada más. Al momento ya están inmersos en una noticia más gratificante. Con las chicas de Barcelona no ha habido filípica feminista. Nos indigna que en un país musulmán, que está a miles de kilómetros, un presidente islamista pida a las mujeres que vivan a la musulmana manera, pero no mostramos tanta vehemencia contra la idea de que le partan la cara a dos chicas en nuestra propia ciudad, por motivos políticos.

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A eso se le llama ser calculadamente sibilino, lamentablemente melifluo y asquerosamente equidistante. En mi tierra, en Cataluña, eso se lleva mucho. Pocos artículos y editoriales han condenado lo sucedido en el barrio de Sant Andreu. Nada que ver con la cobertura que se dio a los benaos fachas que irrumpieron en el Centro Blanquerna para empujar a un diputado de Convergència y tirar una bandera catalana al suelo. Cuando eso sucedió, determinadas televisiones pusieron la imagen en bucle y hablaron del “problema de la ultraderecha en España”. Sin duda, lo de Blanquerna fue vomitivo y lamentable, sin paliativos. Lo que no se entiende es que lo de Sant Andreu no reciba el mismo trato informativo. Nuevamente se confirma que el nacionalismo radical tiene carta blanca para hacer lo que quiera. Unos, por fanatismo, y otros, por complejo o miedo a enfadar a quienes controlan los sistemas autonómicos clientelistas, lo dejan pasar.

Cómo será la cosa que los anarquistas de la CUP, los que quieren criar a los hijos en manada para liberar a la mujer de la tiranía de la maternidad, los que se entrometen en lo que debe ponerse la mujer en lo más íntimo cuando tiene la regla, las de las camisetas con mensajes feminazis no han condenado los puñetazos, patadas y escupitajos de cuatro energúmenos contra dos mujeres indefensas. Como son de una ideología que no compartimos, bien agredidas están. Su condición de mujeres se ve diluida por motivos políticos. Asqueroso y muy preocupante.

Así está el patio. El patio de la calle y, lo que es peor, el patio mental. Vivimos tiempos convulsos en los que el cinismo de opciones políticas que reclutan millones de votos califica de preso político a un personaje que no condena los asesinatos de ETA, como Arnaldo Otegi, mientras considera un “golpista” a Leopoldo López, opositor venezolano encarcelado por oponerse al régimen chavista.

Los próximos meses van a poner a prueba la lucidez y la madurez mental de los españoles. Lo bueno de la democracia es que garantiza que nadie tenga un gobierno mejor del que merece. Las urnas, para bien o para mal, siempre nos dicen socarronas: “disfruten lo votado”. Luego, que nadie se queje.

El fin de las supersticiones

Ser supersticioso es un calvario. Es como echarse encima una cruz que, por el esfuerzo que supone, debería estar pagado. Te obliga a cumplir siempre con un ritual, no importa si vas sobrado o falto de tiempo. Tienes que hacer las mismas cosas en el mismo orden, evitar lo que haya que evitar y rezar, rezar mucho, porque siempre hay detalles que se escapan al supersticioso.

Afortunadamente, a veces se abren ventanas de oportunidad en las que uno puede bajarse del carro. La final de Milán nos va a permitir a muchos supersticiosos quitarnos de semejante castigo. En las dos semanas previas a la final, Simeone ha demostrado al mundo que es “cabalero” cinco Jotas, cinturón negro en superstición. No se entrenó en las instalaciones donde preparó la final de Lisboa; cambió las rutinas; cambió el hotel; pidió volar en el avión que dio suerte al Sevilla y al Barça; una vez en Milán, evitó pasar con el autobús por la zona de los aficionados del Madrid; y, finalmente, intentó sin éxito jugar con la camiseta suplente con la que eliminó al Bayern.

final_milanPor el contrario, el Real Madrid lo tenía todo negro desde la perspectiva del supersticioso. Se enfrentaba al equipo que había eliminado a Guardiola. Desde que el catalán ejerce como entrenador, quien le había eliminado ganaba la Champions. Además, Zidane es francés y un técnico galo nunca había ganado la Copa de Europa. Por si esto fuera poco, la final se jugaba en San Siro, donde los blancos no habían ganado nunca. Y, para más preocupación, su rival jugaba su tercera final, por lo que los colchoneros repetían como un mantra: «a la tercera va la vencida».

El problema para Simeone es que lo cambió todo, menos al rival. Se cambió el bañador, se dio más tiempo para hacer la digestión y hasta se acordó de traerse los tapones para los oídos. Pero cuando fue a meterse en la piscina, ahí estaba el mismo tiburón blanco de Lisboa. Con los dientes igual de largos. Adiós a las supersticiones, para lo bueno y para lo malo.

Pocas veces el madridismo ha acudido a una final de Copa de Europa con tanto coraje y tanta rabia acumulada. La temporada ha sido un choteo desde el minuto cero. El lobby antimadridista y el contubernio antiespañol, que muchas veces vienen a ser lo mismo, festejaron con alborozo el fax que no llegó, la chirigota copera de Cádiz, la liga que se perdió en octubre y tantas y tantas desgracias acumuladas en pocos meses. Y es que ser del Madrid supone aguantar, aguantar mucho y morderse la lengua donde otros se quejan y hasta lloran.

En agosto Simeone vino a decir que la liga estaba preparada para que la ganara el Madrid. Nadie se querelló contra él por injurias, a pesar de que el equipo blanco, no sólo no había comprado a los árbitros, sino que ha perdido la liga por un punto frente al equipo que ha batido el récord histórico de penaltis a favor y partidos jugados con uno más. En otoño, se puso en marcha el rumor de que estaba preparado un complot para perjudicar al Barça en el Bernabéu. Tras ese perjuicio gratuito para la imagen del club, ¿qué pasó? Que el Barça ganó 0-4. Además de cornudos, apelados.

Por el medio, los periscopes de Piqué, los insultos de Stoichkov… Y, como traca final, la propaganda antimadridista atacó por tierra, mar y aire con un lema: “es de justicia que el Atlético de Madrid gane la Champions”. ¡Pero si hasta Xavi Hernández, siempre tan crítico y displicente con el tosco juego del Atleti, se decantó sin tapujos por la victoria rojiblanca! Las dos semanas previas al partido se generó un ambiente que invitaba al Real Madrid a pedir perdón por presentarse en Milán con la intención de jugar.

Los méritos del Atlético son incuestionables. Pero algunos se olvidaron de que, puestos a hablar de sufrimiento, el Madrid no ha hecho otra cosa este año que sufrir. Puestos a presumir de fortaleza mental, hay que tener mucho de eso para meterse en una final continental con un cambio de entrenador traumático y una cuarenta de lesiones musculares. Si hablamos de “creer”, sólo el que sabe creer es capaz de salvar una Champions en el minuto 93. Si la cuestión es “ganar, ganar y ganar”, los blancos llevan haciendo eso desde antes que naciera el Cholo. Y si hay que hacer vídeos con gente mirando al cielo acordándose de sus muertos, al Real Madrid, por pasarle cosas, hasta le han matado a doce seguidores en Irak por el simple hecho de gritar «Hala Madrid».

Con esta mochila a cuestas, para los aficionados del Madrid ver a su equipo irse arriba en la prórroga, a pesar de tener a cuatro jugadores desfondados por los calambres o las lesiones, ha sido un motivo de orgullo. Una muestra de ese deje quijotesco, tan español, de “ahora que estoy más jodido, ahora saca el pecho más que nunca, aunque me lo rompan”.

Al final, salió bien para los de Chamartín. Ha sido cruel para los atléticos, que algún día lo conseguirán merecidamente, y desesperante para muchos de mis amigos culés. En su era dorada, con todo lo que les ha aportado Messi, siguen teniendo menos de la mitad de entorchados continentales que el Real Madrid. Y es que ese es el secreto del Madrid: la resiliencia, el negarse a entregar la hegemonía, cueste lo que cueste.  Eso y ser capaz de tener siempre la última palabra.

No, Piqué, no. El Madrid no se ha acostumbrado a salvar las temporadas ganando en el Camp Nou. El Madrid salva la temporada levantando la Champions. Así es y así seguirá siendo, luchando tan sólo con el dinero que es capaz de generar por sí mismo, frente a las inyecciones de jeques y magnates rusos o chinos que disfrutan otros clubes. El que quiera seguir con el mantra de que el Madrid tiene la ventaja del dinero, que siga. Si todo fuera dinero, el Manchester City sería campeón de la galaxia. Y no, no pienso pedir perdón por escribir estas líneas.