La buena educación

Sí, María, has escuchado bien. La tipa ha arrancado de un tirón a tu madre la documentación de las manos, y le ha lanzado sobre la mesa un bolígrafo y un típex de muy malas maneras. Afortunadamente, al estar en el vientre de tu mamá, no la ves. Eso que te ahorras. La señora en cuestión está tan peleada con los cánones de belleza como con los buenos modales. Todavía no has nacido, pero no eres tonta. Sabes que algo pasa. La temperatura corporal de tu madre está subiendo. Es una mezcla de indignación, humillación y ansiedad.

Embarazada de siete meses. Tú has sido testigo de como tuvo que arrodillarse en el patio del colegio el otro día porque le bajó la tensión, de sus altos en el camino buscando un banco donde sentarse desesperadamente de puro agotamiento. Ya afinas el oído y has escuchado lo que dice el convenio. Por ley, con los reactivos químicos con los que trabaja, podría haberse dado de baja nada más conocer de tu existencia. Sin embargo, prefirió seguir trabajando todo lo posible. La mutua de riesgos laborales también ha corroborado algo fácilmente demostrable cada día: lo mismo se pasa cinco horas sentada sin moverse, que otras tres horas sentándose y levantándose en un frenesí físico y psicológico nada recomendable para alguien en su estado.

embarazadaDel esfuerzo que supone tener un terremoto de 20 meses en casa, ni hablamos ni hablaremos. Tu madre no es de las que quieren dar pena, ni de las que equiparan embarazo con enfermedad. Victimismo cero, sentido común todo. La idea es sencilla, sensata y comprensible: empezar a mover los papeles ahora para, entre pitos y flautas, tener la certeza de que vas a poder descansar las últimas semanas antes de recibirte. Algo que comprende cualquiera que sepa lo que es la maternidad. Pero eso esta señora no lo entiende. Te mira como a una delincuente, como alguien que pretende estafar a su mutua privada. Seguramente tendrá un incentivo por rechazar o retrasar bajas todo lo posible. Por eso, de entrada, ya te mira con asco. Eres alguien que viene a fastidiarle el incentivo del mes. Si por ella fuera, estarías trabajando hasta el mismo día de parir, aunque el médico te haya recomendado que vayas pensando en descansar, aunque prevención de riesgos haya corroborado que tu puesto de trabajo casa muy mal con tu estado actual y aunque en el trabajo lo hayan entendido perfectamente.

Con gentuza así hay poco que hacer. Con mujeres así, menos todavía. Si ese comportamiento lo hubiese tenido un hombre, la acusación de machismo sería inevitable. Pero el drama para las mujeres no es la incomprensión de los varones. La verdadera condena para la mujer trabajadora está en un sistema perverso que no sólo no protege ni fomenta la maternidad, sino que le pone trabas de todo tipo. Y en un feminismo que se empeña en fusionarse con el izquierdismo libertario y en ver machismo en el género neutro de las palabras, en lugar de defender lo verdaderamente importante. «Compañeros y compañeras feministas», «miembros y miembras» o, mejor aún, «miembr@s», que mola más…, mientras os perdáis en lo accesorio y no luchéis contra escenas cotidianas como la aquí descrita, por mí os podéis meter vuestras consignas y vuestras lecciones morales por donde no brilla el sol.

En fin, María, que no me quiero enfadar ni preocuparte antes de tiempo. Cuando vengas, lo que deberás hacer es jugar y ser feliz. Tiempo habrá para que entiendas la importancia del sentido común y el punto medio. Ni princesita ñoña, ni libertaria malcarada. Tu madre y yo haremos todo lo posible para que seas una leona trabajadora capaz de sobrevivir en este mundo de gentuza hipócrita y maleducada.