Vergüenza ajena

Reír o llorar, he ahí la cuestión. A estas alturas es difícil encontrar organismos pluricelulares en el microcosmos hispano que no hayan experimentado la vergüenza de ida y vuelta, la ajena y la propia, por lo votado. Es verdad que todavía los hay. Los separatistas catalanes, por ejemplo, casi dan envidia porque se diría que son felices, instalados en sus dogmas inquebrantables. En mi tierra, algunos han encontrado una nueva religión que no deja resquicio a la duda: somos especiales, nosotros nunca hacemos nada malo, tenemos un enemigo que nos odia a todas horas y, tarde o temprano, conseguiremos lo que queremos, es decir, un país de cuento de hadas, donde todo será perfecto. Además de consolarte de las frustraciones, además de ser un modo de vida muy lucrativo para muchos, ese credo deja espacio a la esperanza, que es la mejor manera de evadir el presente. Y es que el peterpanismo cotiza al alza en este primer cuarto del siglo XXI. Los correligionarios de Izquierda Unida también tienen una fe propia en la que resguardarse de las dudas y las evidencias sonrojantes. A esa fe pagana se le llama superioridad moral y te permite convocar una concentración de apoyo al gobierno de Nicolás Maduro, a pesar de que su régimen ha hundido en la miseria económica más brutal al país con más reservas probadas de petróleo, que ya tiene mérito la cosa. Para Alberto Garzón, Maduro es cojonudo y a Fidel Castro hay que felicitarle por su cumple. Y eso es compatible con decir que eres “joven” y “demócrata”… eso es ser inmune al sentido del ridículo y lo demás, tonterías. Tampoco se ve muy apurados a los votantes de Podemos, tras escuchar a su líder proponer un pacto con todos los que han votado en contra de Rajoy. Eso supone meter en el mismo saco a los que no han condenado los asesinatos de ETA, a la derecha corrupta catalana y al PSOE que, hasta ayer, era casta. Ya lo dice el propio Pablo Iglesias: la política es el arte de cabalgar a lomos de la contradicción. El cinismo también es un gran remedio frente al sentimiento de vergüenza.

palabras_investiduraPero más allá de esos perfiles políticos e ideológicos, la vergüenza mortifica a muchos compatriotas en esta vuelta a la normalidad. Los sufridos votantes del PP, los que fueron a votar en junio con la mano en la nariz, hastiados de la corrupción, pero con miedo a Podemos, se han llevado un disgusto en este arranque de septiembre. El Partido Popular, el que no es capaz de ganar con la mayoría suficiente por culpa de sus pecados corruptos, no ha tenido nada mejor que hacer, tras fracasar en la investidura, que proponer a José Manuel Soria, dimitido ministro por mor de los Papeles de Panamá, para el Banco Mundial. Es difícil ponérselo más difícil a los peperos que todavía siguen enfadados con su partido nodriza.

En el PSOE muchos tampoco saben hacia dónde mirar, una vez que Pedro Sánchez ha vuelto a demostrar que el sectarismo guerracivilista sigue muy presente en el centroizquierda, presuntamente sensato y constructivo. Perder votantes elección tras elección, dejar en menos de 90 diputados un partido que superó en su momento los 200, reconocer que España necesita un gobierno urgentemente y no dejar gobernar a la lista apoyada por una mayoría de españoles, a los que, con el apoyo de Ciudadanos, sólo les faltan 6 votos para la mayoría absoluta. Semejante comportamiento puede generar un caudal de vergüenza propia y ajena, tan sólo comparable al de los socialistas andaluces, extremeños y de otras federaciones a los que se les ha comido la lengua el gato, después de criticar a su secretario general durante meses por su falta de sentido de Estado.

Y luego está Albert Rivera. El discurso de Ciudadanos ha dado más vueltas que un molino en el último medio año. Otro remedio para la vergüenza es la asunción de culpabilidad. Ya lo ha dicho, Rivera: asumo perder credibilidad, si es para ayudar a España. Los naranjas deberían hacerse mirar la disfonía que provocan sus propios portavoces, diciendo una cosa por la mañana y otra por la tarde. De eso los periodistas hemos tenido mucho estos meses en los corrillos de pasillo. A su favor tienen, al menos, que son los únicos que han intentado realmente desbloquear la situación.

El caso es que parece que sí habrá acuerdo para no votar el día de Navidad. Hombre, fastidiarnos todos una festividad tan señalada sería una canallada. En eso y en colocarnos los sueldos de diputados nos ponemos de acuerdo rápido. Luego ya, aquello de regenerar la política y dar a España lo que necesita por el bien de sus ciudadanos tendrá que esperar. Si hay terceras elecciones, acudirán como cabeza de cartel los mismos candidatos que no han sabido o querido desbloquear la situación. Cuánta y, al mismo tiempo, qué poquita vergüenza.