Se caen y te duele. Lloran y se te encoge el alma. Se ríen y se te abre el cielo. Qué tendrán los hijos, que te hacen vivir esta existencia sin que siquiera te acuerdes de aquel tipo al que antaño querías con locura y mimabas como si no hubiera mañana: tú mismo. Hay que saber lo que es traer a este mundo sangre de tu sangre para asomarte al abismo de la subversión. Para hacerte una idea de lo que debe ser que la vida decida cambiar el orden lógico y sea un padre el que pase por el trance de enterrar a un hijo, en lugar de al revés. Cuando es una enfermedad o una fatalidad la que obra la desgracia, no queda más que resignarse y aferrarse a la fe de la que cada cual sea capaz de hacer acopio. ¿Pero qué sucede cuando te dicen que tu hijo se ha ido por voluntad de alguien con una patología mental que debería haber estado encerrado por delitos previamente cometidos?
Escuchar a Juan Carlos Quer en el programa de radio donde uno trabaja, verle in situ sentado en esa mesa en la que tú te apoyas cada mañana, hace de repente real, convierte en carne, la desgracia que uno quiere creer que sólo forma parte del río informativo, de esos avatares lejanos, ajenos, que le suceden a los demás. Ver a Juan Carlos, escucharle, estrechar su mano supone un bofetón de realidad. Este hombre hizo su maleta, se peleó por tal de que todo encajara en el maletero del coche y cogió la carretera para veranear en su lugar favorito como tú has hecho tantas veces. Su Pobra de Caramiñal podría ser perfectamente tu Isla Cristina, tu Gandía, tu Comarruga…
La familia de Diana Quer ha solicitado lo mismo que reclaman los padres de Marta del Castillo, la madre de Ruth y José, el padre de Mariluz o la madre de Amaia y Candela, las crías que fueron asesinadas con una radial por su propio padre: que se mantenga la prisión permanente revisable. Se trata de una figura punitiva que sólo se ha aplicado en nuestro país en el último caso mencionado, el de David Oubel, el hombre capaz de descuartizar a sus propias hijas simplemente para hacer daño a su esposa. Hace pocos días fue condenado a 66 años de cárcel el conocido como “violador de l’Eixample”. Violó a cuatro mujeres aprovechando la suspensión de una condena previa. En cinco años podría volver a disfrutar de permisos para salir a la calle…
Son muchos los expertos que aseguran que hay delincuentes incapaces de rehabilitarse. En delitos de sangre y agresiones sexuales es especialmente difícil de explicar que se pretenda sacar a la calle a quien es capaz de hacer semejantes barbaridades, sin que se tenga la certeza de que ha cambiado. Pues he aquí que la inmensa mayoría de los grupos parlamentarios se han puesto manos a la obra para derogar la prisión permanente revisable por una mezcla de buenísimo, corrección política y esa dinámica política consistente en desgastar al gobierno de turno a toda costa. Algo que cuesta entender, viniendo de nuestra querida clase política, tan dada a la demoscopia.
Pues bien, las encuestas dicen que los españoles no queremos pena de muerte, ni pretendemos aplicar una cadena perpetua sin ton ni son, pero ocho de cada diez deseamos que exista una figura como la prisión permanente revisable: encerrar a un criminal peligroso y revisar cada ciertos años si está en condición de salir. Si se demuestra que está rehabilitado, podrá salir. Además, la figura no se está aplicando en exceso, puesto que en estos años sólo se le ha aplicado a un asesino. Por si esto fuera poco, esa misma pena se aplica en la mayoría de países democráticos de nuestro entorno, avalada por el Tribunal de Derechos Humanos. Luego, ¿dónde está el problema?
Los gobernantes no sólo deben pensar en el discurso buenista, también deben reflexionar sobre su corresponsabilidad como legisladores. Si sueltan a alguien que al poco tiempo viola a una mujer, deberían dar una explicación a esa mujer en persona. Si sueltan a alguien capaz de descuartizar o quemar vivo a un niño, deberían explicárselo a todos los padres que sientan inquietud mirándoles a los ojos. Sin embargo, en mucho más fácil escudarse en ese argumento de “no legislar en caliente” para aparcar eternamente los problemas desagradables, los retos que deben encarar los adultos. Por esa regla de tres, no se debería haber aprobado la ley integral contra la violencia de género a raíz de la plaga de asesinatos machistas que sufrimos en este país…
Sencillamente, nuestros políticos se quedan sin argumentos. Y ya el colmo de la desvergüenza es decirle a un padre que ha pasado por lo que ha pasado Juan Carlos, que en el fondo se mueve por venganza. Cualquiera que le escuche, que converse con él, sabe que ese hombre tiene buen fondo y que rebosa sentido común. Otro día hablaremos de como los periodistas nos atrevimos a especular sobre si Diana era una chica casquivana o si su familia era un poco rara y mal avenida. La miseria moral no es patrimonio exclusivo de la clase política.