Para que luego digan. Ni Italia, ni Francia, ni Reino Unido, ni siquiera Alemania. Los españoles somos los europeos que más han incrementado su consumo en el tercer trimestre del año, justo los meses que coinciden con el alborozo estival. Ahora el frío ha llegado y queda por ver qué pasará en esta campaña navideña, pero parece que la gente ha perdido el miedo a gastar, después de muchos años de contención. Además, el aumento del absentismo laboral también indica que el personal ya no se despierta empapado en sudor frío ante la idea del despido o, cuando menos, de contrariar a los jefes. Ciertamente, tampoco hay que engañarse. Todavía hay demasiadas personas en este país que lo siguen pasando mal. Muchos jóvenes, padres de familia o veteranos que se cayeron de la bicicleta y les está costando volver a pedalear. Ahí hay un drama que no cabe soslayar. Pero el que tiene trabajo parece que lo ve todo un poco más claro.
Hubo un tiempo no muy lejano en que los anuncios de los bancos sólo versaban sobre los intereses que ofrecían los depósitos. La banca sabía que el ciudadano de a pie tenía mucho más en mente guardar la guita que gastarla, ni que fuera bajo la coartada de una inversión futura. Sin embargo, un buen día, las loas a los depósitos dieron paso a las hipotecas ventajosas. Al banquero, dopado por la manguera del Banco Central Europeo, le comenzó a dar en la nariz que la gente estaba dispuesta a dejarse tentar de nuevo por el ladrillo. Y en esas, más o menos, estamos.
Para los expertos quedará analizar si hemos aprovechado lo peor de esta crisis para cambiar nuestro modelo productivo o si las únicas bases que hemos puesto son las que nos garantizarán volver a tropezar sobre la misma piedra otra vez. Sin duda, nuestras empresas, especialmente las pequeñas y medianas, han hecho pesas estos años (a la fuerza ahogan) y se han musculado en el mercado internacional. También se han puesto al día en comercio electrónico y logística. Tenemos un tejido empresarial más experimentado y competitivo. Pero queda la duda de si seguimos teniendo demasiados huevos en la cesta del sector inmobiliario, el turismo y el sector servicios de poca cualificación. Ya se sabe, ese mantra del país de peluqueras y camareros. Precisamente, estos días me he topado en el barrio con un curioso cartel que ofertaba empleo en un bar restaurante…
El primer día que pasé por delante leí de refilón “Se busca camarero”. Pasaron las semanas y el cartel seguía puesto. Una mañana, el anuncio había sufrido una pequeña modificación. Alguien, a boli, había añadido una barra y una letra a. “Se busca camero/a”. Curioso que hubiese que precisar que lo mismo les servía un hombre que una mujer… ¿En principio sólo querían un varón, pero la falta de aspirantes les hizo abrir el abanico a las mujeres? ¿Les daba igual, pero la gente confundió la o del género neutro con la o del género masculino, de manera que sólo se atrevían a preguntar los chicos? Ciertamente la corrección política y el feminismo más militante han acabado por meternos en un lío sobre la precisión de las palabras. El neutro que siempre había englobado a todos ahora es sospechoso de ser patriarcal, de tal manera que debemos añadir una letra a o una arroba, hija de estos tiempos digitales y líquidos, para tener la certeza de que nadie se ofende.
Más allá de ironías y comentarios fáciles sobre hipotéticos “periodistos” o “médicos pediatros”, personalmente me queda la duda de si esa pulsión por dar visibilidad al sexo femenino es necesaria o contraproducente. Por un lado, cómo no, es normal querer reivindicar a la mujer como figura indispensable de nuestra sociedad. Pero, por el otro, si queremos que la mujer sea igual al hombre, ¿estar recordando permanentemente que hay hombres y mujeres no hará que se ahonde la trinchera entre nosotros por una cuestión meramente biológica? Esta misma reflexión subyacía hace poco en un tuit de una profesora que me impartió clase en la universidad, que defendía educar a sus hijos varones en el feminismo. Alguien le contestó provocando su indignación: “He aquí un ejemplo de que no entendemos nada”, añadía ella en el último tuit visible. Rápidamente, me apresuré a revisar el hilo para encontrar aquello que le había enervado. Resultó ser el comentario de un hombre: “Si queremos ser iguales, nos será mejor educar en la igualdad, en lugar de hacerlo en el machismo o feminismo?”. A bote pronto, me pareció una respuesta medida, que no buscaba ofender o menospreciar, pero lo cierto es que mi ex profesora, a la que tengo por alguien solvente intelectualmente, lo encontró frustrante.
De ahí que uno ya no sepa qué pensar. Y menos cuando ves que el feminismo ha conseguido que los premios de la Vuelta a España ya no sean entregados por bellas azafatas. Nuevamente, por un lado, entiendes el argumento de que detrás de eso puede haber un cierto tufo machista, sobre todo, si no hay azafatos para compensar. Pero las dudas vuelven a surgir con el resultado final: volvemos a prohibir que una chica enseñe palmito, como cuando se prohibían las faldas por encima de la rodilla. ¿Realmente estamos avanzando? ¿Feminismo es proteger a la mujer de dinámicas tradicionales que pueden estar sometidas a un visión masculina del mundo o es darles libertad para que, por ejemplo, la que quiera ser azafata lo pueda ser sin dar explicaciones ni que nadie se lo prohíba por ley?
De verdad que no tengo una respuesta clara sobre este interesante debate que late en muchos rincones de nuestra vida diaria. Lo que sí me parece un acierto es la última idea que ha lanzado el gobierno. El ejecutivo ha propuesto a patronal y sindicatos que las empresas tengan que informar a los empleados sobre los salarios que pagan por sexos. Es decir, que la empresa tenga la obligación de emitir un informe sobre qué trato salarial da a sus empleados, haciendo la disquisición entre hombres y mujeres. Está comprobado que algunos empleadores, si bien ofrecen salarios base sin diferencias, utilizan los pagos en especie o las variables para subir a la chita callando el sueldo a los varones. Una manera encubierta de ir lastrando a quienes dedican tiempo a la maternidad o el cuidado de los hijos. Eso sí es cuantificable y verdaderamente sangrante.
Ojalá algún día dejemos de lado las discusiones bizantinas sobre la o, la a y la arroba para meter el bisturí en aquellas dinámicas verdaderamente perniciosas que empujan a las mujeres a dejar de lado la carrera profesional o la maternidad por una mera cuestión de sexo. No habrá una verdadera recuperación económica si no enderezamos el déficit demográfico. Y eso pasa por dar a las mujeres la capacidad de ser madres, si lo desean, y no perder comba en el mundo profesional. Esperemos que no se trate de un globo sonda o uno de esos anuncios simplemente de cara a la galería. En eso nos va a todos el futuro.