Junio terminó con un calor africano. Y julio empezó con un frescor que se mataba con las chanclas hawaianas. Junio terminó con un calor africano. Y julio empezó con un frescor que se mataba con las chanclas hawainas. Motivo más que suficiente para que los oportunistas de uno y otro signo hayan saltado de los setos, en los que viven agazapados, siempre alerta, siempre intensos, para darnos la chapa. Los primeros denunciaron que la canícula de junio era la prueba fehaciente del cambio climático; los segundos replicaron a los pocos días, blandiendo su chaqueta y hasta su pañuelo de cuello, con que el cambio climático es una fake news, muy del gusto del pacifismo-veganismo que nos corroe como sociedad… y tal y cual.
No sé cómo pasó, pero nos han adiestrado hasta convertirnos en una gran tertulia televisiva. Casi todo el mundo tiene que decir la suya e imponer sus argumentos, como los perros que mean y remean una esquina, en cuanto ven a otro de su especie haciendo lo propio. Es la era en mayúsculas del sesgo de confirmación. Nos encanta agarrarnos a los argumentos que refuerzan nuestros pensamientos y mirar para otro lado cuando algo nos invita a dudar.
La era digital, lejos de arreglarlo, lo ha agravado. Decían que las nuevas tecnologías se disponían a potenciar los cauces de comunicación, que nos iban a interconectar… Y, bueno, formalmente, así ha sido. Pero las nuevas posibilidades a nuestro alcance también han servido para cerrarnos la mollera aún más. Las redes sociales nos permiten seguir sólo a quien nos place, mientras bloqueamos a quien nos “agrede” con otros pensamientos. Cosa bastante frecuente porque cada vez se discute en unos términos más faltones. Ahora, a la mala educación le llaman troleo…
Las televisiones digitales también personalizan cada vez más la oferta. Antes, uno del Madrid se tenía que chupar el sábado por la noche un Racing de Santander-Valladolid. Eso generaba cierta empatía de baja intensidad.. Coño, estos pobres, que van a bajar a Segunda… En mi infancia, todo el mundo veía el Un, Dos, Tres, te gustara o no, y luego se comentaba con los demás. Ahora, puedes pasarte el año viendo sólo los partidos de tu equipo y las series que te molan. Eso provoca una inmediata sensación placentera, pero, a la larga, hace que nos acostumbremos demasiado a que el mundo encaje en nosotros, y no que seamos nosotros los que tengamos que hacer el esfuerzo de adaptarnos a lo que nos rodea. Se nos está atrofiando el músculo de la paciencia para aguantar a los demás. ¿Problema? Que corremos el riesgo de que se nos olvide que vivimos rodeados de gente que no piensa como nosotros. Y, lo más importante, que con ellos hay que vivir.
No soy sociólogo ni tengo intención de serlo. Pero sería interesante saber si todo esto tiene algo que ver, ni que sea de refilón, con determinados comportamientos. Movimientos identitarios que, a estas alturas de la película, pretenden que cada lengua tenga su Estado y que en ese Estado sólo se hable una lengua; partidos que insisten en una fórmula política que no puede funcionar, por mucho que se empeñen, porque no cuenta con la mayoría parlamentaria y social necesarias…
El “yo soy como soy y, como me lleves la contraria, te fundo” se ha puesto tan de moda que hasta las minorías, tradicionalmente aplastadas por el pensamiento o conductas mayoritarias, se han animado a practicar ahora una nueva intolerancia alternativa. En Francia se ha montado una buena polémica porque el ayuntamiento había cedido un espacio público para celebrar un festival dedicado a la “mujer afrofeminista”, en el que la gente de raza blanca o las personas de sexo masculino tenían prohibida la entrada. Al final, el consistorio parisino ha tenido que retirarles el local. Si practican el racismo, que lo hagan en algún lugar privado…
Aquí en casa también tenemos ejemplos significativos. Vuelvo al fútbol porque es un termómetro muy útil para medir las bajas pasiones. Con motivo de la final de la Champions de 2016, uno de los dos contendientes madrileños alquiló el Palacio de los Deportes para que sus seguidores, que no podían estar en Milán, lo siguieran en comunión. Pues en la letra pequeña de la entrada, negro sobre blanco, se prohibía que acudiese nadie con camisetas o símbolos del equipo rival. Es decir, se prohibía a ciudadanos, que pagan el recinto con sus impuestos, lucir unos símbolos que ni son ilegales, ni deben provocar a nadie de antemano. ¿Realmente caminamos hacia una sociedad más abierta y tolerante? ¿Es normal tener que explicar a tu hijo pequeño que a determinados ambientes es mejor no ir con su camiseta favorita?
Vivimos en una sociedad individualista, que si se asoma a las mayorías es para hacerlo desde lo pasional. Interconectados, pero aislados. Buenistas, pero perezosos para el diálogo de verdad. Políticamente correctos, pero cada vez más censurados. Menos mal que vienen días de playa para que descansemos los unos de los otros. O no… Feliz verano.