Ha dado la vuelta al mundo. Como dan la vuelta al mundo muchas cosas en estos tiempos de imágenes y memes de mirar y tirar. Lo nuevo ya es viejo, y lo viejo…¿alguna vez existió? Es verdad que algo, quedar, queda. En algún lugar de nuestra mente habita el niño tirado boca abajo en la arena, con su camiseta roja; aquel otro crío rebozado en sangre y escombros, mientras contempla en silencio el mundo de los adultos sentado en una silla de plástico; o los gemelos con rostro pálido y boca entreabierta, en brazos de su padre tras haber sido gaseados. Quedan en algún rincón de nosotros, pero los archivamos instintivamente para seguir con nuestras cuitas y nuestra intendencia. ¿Pero cómo hacer cuando el impacto te da de lleno? ¿Qué dice el manual de la vida que hay que hacer cuando la inmundicia no te llega en formato fotografía de Associated Press? ¿Cómo actuar cuando estás haciendo fotografías en el lugar más peligroso del mundo y una fuerte explosión siega las sonrisas de los niños que están a un segundo de ser, por fin, evacuados del infierno?
Sí, ha dado la vuelta al mundo. El fotógrafo sirio, arrodillado en el suelo, barba profusa, llanto desgarrado, ha viajado a toda velocidad por las pantallas de nuestros dispositivos. Estaba fotografiando el convoy de refugiados cuando una bomba se llevó a más de cien personas, la mitad de ellos infantes como los que se tiran por los toboganes de nuestros parques, mientras reclaman la atención de sus padres. Algunos, por puro reflejo, habrían salido corriendo. Y no hubiera sido motivo de deshonra: donde hay una bomba puede haber más y el instinto de supervivencia es legítimo en pleno pánico. Sin embargo, él corrió hacia la explosión y se echó a los brazos a un muchacho moribundo. Cuando lo puso a buen recaudo se derrumbó y lloró como lo hace uno cuando la amargura le sale del alma. Como se llora dos o tres veces, a lo sumo, en la vida.
Jamás me cruzaré contigo, pero me gustaría que supieras que toparme con tu existencia me ha hecho experimentar un profundo sentimiento de pudor. Pudor por compartir tu profesión, por llamarme informador, por formar parte, ni siquiera nominalmente, de tu oficio. Tú si eres periodista, fotoperiodista o como le quieras llamar. Yo, como muchos otros en el mundo desarrollado, soy un simple juntaletras o, como nos definió el maestro Kapuscinski, media workers. Gente con un poco de gracia para respetar el sujeto-verbo-predicado y ordenar la información en un diario, radio o televisión, de manera que la gente lo entienda.
Tal vez, como dice el personaje de Brad Pitt en La Sombra del Diablo, sólo seas una persona normal en una situación excepcional. Tal vez algunos de nosotros nos sorprenderíamos actuando igual que tú ante ese amasijo de carne, gritos y humo. Tal vez, aquí, tú serías un estupendo juntaletras de los que se sientan en el suelo del Congreso cuando se lo propone el mesías de turno del circo político; de los que se creen muy dignos porque abuchean al entrenador que llega una hora tarde, sólo cuando ya saben que deja el cargo en un par de meses, tras años de aguantar callados sus malos modos; de los que van a cubrir cualquier parida, haciendo el juego a quienes manejan los hilos para que se cuente lo que quieren y se silencie lo que no conviene.
Tal vez sea así. Pero tú ya has demostrado que eres un tipo digno. La vida te ha hecho una gran putada. Tú lo tendrás muy difícil para archivar a esos niños en un rincón de tu mente. Pero mientras haya gente como tú, habrá una profesión llamada periodismo.