Las fuerzas de seguridad británicas, con ese Scotland Yard al que ayudaba Sherlock Holmes y ese MI5 para el que trabajaba James Bond, han evitado en los últimos años medio centenar de atentados terroristas en el Reino Unido. Lo malo de la realidad es que, a la hora de la verdad, no puedes contar con la inteligencia y el arrojo de semejantes personajes de ficción para evitar el cien por cien de las desgracias. En el mundo real todo son conjeturas, mucho trabajo y, por qué no decirlo, algo de suerte. Los comentaristas de la BBC relatan que la propia policía reconocía que, tarde o temprano, por muy bien que lo hicieran, el zarpazo llegaría. El nuevo terrorismo sólo necesita un coche alquilado y un par de cuchillos de cocina para colarse en los telediarios de todo el planeta y dejar varias decenas de muertos y heridos.
Hay listas de sospechosos, pero no se puede actuar sobre ellos así, sin más. Sobre algunos individuos no hay indicios suficientes para detenerles o mantenerles retenidos. A otros es mejor “darles carrete”, mantenerles vigilados por si te llevan a nuevas pistas que destapen la preparación sigilosa de un ataque. El garantismo judicial forma parte de nuestra cultura, pero cuando sucede un ataque terrorista son muchos los que se indignan al enterarse de que los atacantes estaban en alguna lista negra policial. El terrorista de Londres había nacido en territorio británico y era un conocido de los servicios de inteligencia. Hace un año dejamos aquí escrito que el mayor problema al que se enfrentaba Occidente no era la crisis económica, sino el dilema entre seguridad y libertad que iba a plantear la amenaza yihadista. Bruselas, Niza, Berlín y ahora Londres, de nuevo, han confirmado las sospechas. El enemigo aprovecha nuestra libertad para destruir nuestro modo de vida, pero si renunciamos a esa libertad por anticipado, para ponérselo más complicado a los fanáticos, seremos nosotros mismos los que demos la puntilla a nuestra propia naturaleza. Tremenda encrucijada.
El día siguiente a los atentados, los habitantes de Londres que conceden entrevistas a los medios de comunicación hablan de seguir adelante, de volver a abrir los negocios, de coger el metro, de acudir al aeropuerto… en definitiva, continuar haciendo nuestra vida como ciudadanos de la vieja Europa. Si Westminster, el parlamento más antiguo, y su icónico Big Ben siguen adelante con su cotidianidad los terroristas, en lo fundamental, habrán fracasado. Sin embargo, cabe preguntarse por el medio y largo plazo. ¿Cómo mantener segura a nuestra gente? El ataque de Londres vino precedido por el anuncio del Reino Unido de prohibir la presencia de determinados portátiles y aparatos electrónicos en los aviones que despeguen de una serie de países musulmanes. La medida había sido inaugurada por Estados Unidos, un país que ha emprendido con la presidencia de Donald Trump una nueva era en el enfoque de la seguridad.
Es más que probable que la nueva administración estadounidense esté planteando matar moscas a cañonazos en este mundo libre y globalizado que nos ha construido la democracia liberal.. Vetar la llegada de cualquier ciudadano de un país, por el hecho de ser musulmán, va contra el sentido común, como están dejando patente los propios tribunales de Estados Unidos. Sembrar la duda sobre todos los emigrantes, como potenciales terroristas o ladrones de empleo, es un ejercicio de xenofobia que no puede traer nada bueno. El miedo genera más miedo, y ese miedo retroalimentado acaba desembocando en intolerancia y violencia.
Ahora bien, llama la atención que España, fiel a su historia, vuelva a caminar en sentido contrario al resto de su entorno. Mientras Europa y Estados Unidos se enfrentan a una pulsión expeditiva, a la tentación de hacer frente al terrorismo con una respuesta policial de perfil militarista, aquí la oposición en bloque iniciaba, el día previo al atentado de Londres, el proceso para derogar la Ley de Seguridad Ciudadana. Algunos partidos ven intolerable que la policía tenga un registro de personas que hayan alterado el orden público, que los agentes puedan pedir a un ciudadano que se identifique en la calle, que faltar al respeto a esos agentes sea una falta leve, que sea una infracción grave interferir en el funcionamiento de las infraestructuras básicas o usar de forma no autorizada la imágenes de miembros de las fuerzas de seguridad que se juegan la vida por nosotros cada día…
Cuando un tipo acelera a traición un todocamino en un puente, llevándose por delante a todo ser vivo, niños incluidos; cuando asesina a un policía con una hoja de servicios intachable; cuando corremos sin saber qué está pasando… ahí agradecemos que haya listas de gente problemática, que los servicios secretos puedan interferir comunicaciones para establecer lazos entre asesinos potenciales, que los policías y militares arriesguen su pellejo para preservar el nuestro o que las cámaras de seguridad que nos roban privacidad en la calle sirvan para dar con los huidos lo antes posible.
Puede que entre el militarismo de Trump y la mentalidad libertaria de quienes sólo piensan en blindar el derecho a la protesta callejera, sin querer ver que el mundo es peligroso ni hacer ninguna concesión a la seguridad y el orden, esté el término medio por el que deberían transitar las sociedades avanzadas. Y aun dando una respuesta sensata, aun evitando los extremos, deberemos seguir encajando golpes como el de Londres. La guerra será larga y va a requerir de toda nuestra entereza y madurez.