Se está cociendo algo que nos cambiará la vida a todos. Nunca se sabe si va va primero el huevo o la gallina. Si fueron nuestros hábitos los que hicieron mover el culo a los bancos, o si los bancos están llevándonos por un nuevo redil. Lo más probable es que se trate de una mezcla de ambos factores. El caso es que, a la chita callando, estamos enfilando el camino hacia un mundo sin dinero en efectivo o, cuando menos, con una presencia testimonial de los billetes y las monedas. La profundidad del cambio y el tiempo que nos lleve es lo que está por determinar.
Esta misma semana la fundación Francisco Giner de los Ríos ha acogido un foro bajo el título “No Money: el fin del dinero en efectivo”. Sólo hay que seguir un poco por encima las noticias de los periódicos o los telediarios para darse cuenta de que los bancos llevan tiempo con el trasero apretado. Sobre todo cuando se les nombra a las nuevas empresas tecnológicas. La posibilidad de que Google o Facebook decidan prestar dinero o facilitar que sus clientes transfieran dinero entre ellos les aterra. De momento, las tecnológicas se han conformado con manejar el big data: nos dejan ser sus usuarios gratuitamente a cambio de que les cedamos los datos de nuestra intimidad. Los publicistas y las compañías que producen todo lo que consumimos pagan lo que sea por esa información que les permite saber cómo vendernos la moto de manera efectiva. Pero la tentación de meter la cuchara en el negociado de la banca está ahí. Tienen la tecnología para hacerlo y las nuevas generaciones les veneran.
Eso es precisamente lo que más temen los bancos. Los chicos menores de 25 años sólo entran en una oficina bancaria una vez al año. No se fían de los bancos y, en cambio, no tienen miedo a realizar operaciones en la red. Caixabank ya se ha resignado y lo ha anunciado a los cuatro vientos con una gran campaña publicitaria para hacer saber a sus clientes que el nuevo &banco& es el banco del parque en el que te sientas a tomar el aire. El BBVA, cuyo presidente fue un visionario al anunciar la necesidad de digitalizar la banca, también saca pecho con sus aplicaciones móviles para pagar la botella de agua cuando sales a correr sin tener que llevar dinero encima. La puntilla para el &dinero de bolsillo& la pueden dar aplicaciones como Twyp, ideada por ING para que los amigos se transfieran a través de los móviles esos 7 eurillos que nos dejaron el otro día que estábamos sin blanca para hacer la compra en la panadería.
La depresión de las acciones de los bancos en bolsa demuestra que las cavilaciones de los banqueros no son infundadas; los inversores no tienen muy claro si eso de la banca tradicional es un negocio con el futuro necesario como para apostar por ella. Por tanto, algo algo hay que hacer. Y la consecuencia de la migración al mundo digital está clara: Santander ha anunciado en las últimas semanas una reducción de su plantilla y una reestructuración de sus oficinas. Sobran esas lugares físicos en los que se realizaban operaciones. Los expertos aseguran que no desaparecerán por completo porque el contacto físico será siempre necesario, aunque se orientarán hacia el concepto de &lugar de encuentro&.
Los más entusiastas miran con curiosidad lo que ya sucede en países como Dinamarca, donde el 75% de los usuarios usan formas de pago alternativas. ¿Por qué Dinamarca? Seguramente ese comportamiento de los daneses está ligado a que su país es el que menos dinero negro maneja de toda Europa. Si no hay nada que ocultar y hay confianza en el sistema bancario del país, la desaparición del dinero físico es más sencilla.
Esa reflexión nos lleva a pensar en el caso concreto de España. Será interesante descubrir cómo evoluciona la digitalización del dinero en el país de la Unión Europea en el que más billetes de 500 euros circulan y en el que, para estupefacción de varios premios Nobel de Economía, no hay ningún estallido anárquico (más allá del folclore podemita), a pesar de que sufrimos una tasa de paro superior al 20%. En España se comprobará si pueden más las costumbres arraigadas en la población, en este caso el uso sistemático de dinero negro, o la ingeniería social de las compañías que nos inducen a cambios de usos y mentalidad.
Algunos dirán que si la digitalización monetaria sirve para poner las cosas más difíciles a la economía sumergida, bienvenida sea. Aunque tampoco faltan los que señalan que mucha gente de bien pudo sobrevivir a los corralitos y desmanes provocados por los bancos gracias al dinero que guardaron a tiempo debajo del colchón. Dicen las malas lenguas que acabar con los billetes en casa sería el golpe definitivo para tener controlada (y atemorizada) a la sociedad. El dinero virtual no deja de ser un valor en una pantalla. Si la pantalla funde a negro, no tienes nada, por mucho que despotriques. De ahí las dudas sobre el bitcoin y los nuevos proyectos de moneda virtual. De ahí que todavía tengamos tantas dudas y tantas cosas de las que estar pendientes en los próximos años. El futuro está lleno de oportunidades, pero también de riesgos que nos podrían hacer más vulnerables. Ojo a lo que nos cuentan los medios de pasada en la sección económica, mientras nos marean con el último resultado de la Liga o las peleas infantiles de nuestros políticos costumbristas.