Si uno quiere saber realmente qué significa el concepto “variopinto”, sólo tiene que coger un avión que conecte España con Ciudad de Panamá. A los oriundos de aquel país se suman los tradicionales turistas españoles, deseosos de conocer el Canal, Portobello, las playas del Pacífico… Hasta ahí, todo normal. Lo curioso comienza al observarse que en el avión suelen viajar otros personajes llamativos. Un grupo curioso son los miembros de la comunidad judía, ya sea de civil o con los tirabuzones y sombreros propios de los ortodoxos. Un taxista me comentó un día que en Panamá hay barrios, sobre todo los de los grandes rascacielos, que son “puro judío”. El otro colectivo llamativo corresponde al europeo, que sin ir con traje y corbata, deja claro en los andares que no se trata de un mero turista.
¿Y qué tiene Panamá para traer y llevar semejante trasiego de personas variopintas? Pues en Ciudad de Panamá, entre guayaberas y sombreros de paja-toquilla, en medio de un tráfico infernal, hay lugares como el despacho Mossack-Fonseca. Un edificio de cristal espejado en cuyo frontispicio bien podría rezar la leyenda: “expertos en hacer cosas chungas con estilo y discreción”.
Estamos hablando del bufete que, durante cuatro décadas, ha ayudado a cientos de personas a evadir impuestos. El que se crea que en el despacho de Mossack-Fonseca en Panamá hay una gran lavadora para blanquear el dinero, se va a llevar un chasco. En realidad, allí, por lo que se ve y se lee, son artistas en la creación de sociedades pantalla que suelen traer de serie un propio que ejerce como testaferro. Muchas veces el propio es un señor anónimo o hasta un muerto que ni pincha ni corta. El caso es que esa sociedad pantalla y ese testaferro sirven para despistar; para que no se sepa que el señor que ha cogido el avión desde España o que ha mandado a su representante legal es quien está realmente detrás del artefacto. Una vez se ha tejido la trama opaca ya es cuestión de buscar los paraísos fiscales que permitan guardar el dinero haciendo una bonita peineta a la Hacienda de tu país. Que tu gobierno sospecha y le pregunta al paraíso fiscal que de quién es esa empresa pantalla, el paraíso se encoge de hombros y señala al testaferro. Curiosamente, para rematar la faena, Mossack-Fonseca tiene una red de delegaciones en los principales paraísos off-shore, “costa afuera”, más allá de tu gobierno, es decir, a salvo del palo que te pueda dar tu Montoro particular.
Lo bueno es que va a ser que sí. Va a ser verdad que estamos en la era de las grandes filtraciones vía pirateo informático. Julian Assange, Edward Snowden, Hervé Falciani… y ahora un consorcio internacional de periodistas. Los “Papeles de Panamá” han destapado los secretos de ese bufete de abogados, los nombres de quienes están o han estado detrás de esas sociedades pantalla. La prensa ha destacado los nombres de Pilar de Borbón, Pedro Almodóvar, Leo Messi, Vladimir Putin… Como en botica, hay de todo. Muchos de los aludidos ya han salido al paso para destacar que sus sociedades están “inactivas”. Vamos, que tienen una cabeza nuclear, pero que ahora mismo no la están usando.
Los Papeles de Panamá mueven a dos reflexiones. La primera tiene que ver con la doble moral de personajes públicos que van criticando los recortes y pidiendo más gasto público, pero que luego no colaboran con ese gasto al llevarse su dinero a paraísos fiscales. O deportistas que se nos presentan como ejemplos sociales y que, no sólo delinquen, sino que al día siguiente de ser pillados ya están montando otra trama para seguir en las mismas.
La segunda reflexión tiene que ver con el mundo en el que vivimos. Entre los clientes de Mossak-Fonseca hay políticos de decenas de países. La élite, el que tiene resortes económicos y jurídicos a su alcance, suele defraudar. Lo han hecho y lo seguirán haciendo de una u otra manera, porque tienen la posibilidad a su alcance. Forma parte de la condición humana. Es sano y gratificante conocer los nombres de los defraudadores, pero, desgraciadamente, será imposible cortar esas actitudes de raíz. Por eso, los que prometen en plan quijotesco, en clave ridículamente local, que van a “subir los impuestos a los ricos” deberían pensar si, en realidad, no acabarán perjudicando a los de siempre: a la pobre clase media que, si alguna vez coge un avión a Panamá, será únicamente con la inofensiva intención de ver las exclusas del Canal. Los que juegan otra liga, con un ejército de abogados a su servicio, se ríen de los simples mortales. Bien está que, de vez en cuando, vislumbremos su cínica sonrisa.