Todavía no estamos para eso

En pleno trauma por la consumación del Brexit, una londinense mostró una pancarta ante las cámaras de la BBC: “una pregunta estúpida, contestada por mucha gente estúpida, tiene como resultado una gran estupidez”. La última semana ha sido curiosa. El populismo ha tenido dos pelotas de partido para poner en práctica sus ideas. La primera, en el Reino Unido. Esa mezcla de abuelos egoístas que sólo piensan en su interés como colectivo generacional, xenófobos y racistas que no soportan a quien habla otro idioma o tiene otro color de piel y nacionalistas ridículos que sueñan con reeditar el imperio victoriano se salió con la suya: el Reino Unido fuera de la Unión Europea.

Algunos lo festejaron, creyendo haber “recuperado el control” y hasta “la independencia” de su estado-nación. A otros se les han caído los palos del sombrajo. Lo bueno del Brexit es que nos va a demostrar si eso de poner puertas a la globalización es posible o no. El Reino Unido tiene una economía potente, capacidad de veto en la ONU, armamento nuclear y una tupida red de influencia poscolonial. Si los británicos no consiguen sobrevivir por sí mismos en un mundo cada vez más interconectado, que se olviden los demás. El tiempo dará o quitará razones, pero la sensación, a bote pronto, es que han hecho el canelo de una manera brutal. Buscaban la “grandeza” de su nación, pero se enfrentan a la jibarización del Reino Unido, con la amenaza de secesión en Escocia e Irlanda del Norte; querían un país plenamente “británico” y jamás sus ciudadanos estuvieron tan divididos; quisieron ser más ricos, y el golpe económico que ya está recibiendo la economía británica es de órdago. Ahora les queda negociar cómo comerciar con la Unión Europea, pero sin estar ni poder influir en ella. Luego está lo del terrorismo: salirse de la Unión Europea para no sufrir el yihadismo, como si Estados Unidos, por no estar en Europa, no sufriera atentados. O la inmigración, como si Suiza no tuviese problemas con ese asunto fuera del club de los 27. Vamos, el negocio del que asó la manteca.

pacto_botellinesEl segundo match ball tenía lugar en España. La preparación del partido guardaba similitudes. Problemas complejos, miedos fundados y motivos para la indignación. Todo, convenientemente azuzado por políticos demagogos, ágiles con la palabra y duchos en el manejo de los medios de comunicación. Da a la gente desesperada soluciones aparentemente sencillas para problemas complejos y muchos te seguirán como al flautista de Amelín. Unos lo harán realmente por buena fe; otros por ignorancia, porque se creerán eso de que el dinero crece en los árboles o que las deudas no hay que pagarlas; algunos por resentimiento: “si yo no tengo el nivel de vida que anhelo, que no lo tenga nadie”; y algunos porque en la marejada populista sabrán colocarse en un puesto que les ofrezca un sueldo mayor que el que tendrían si se mantuviesen al margen. Ser diputado da más dinero que ser profesor; ser tertuliano habitual enriquece más que trabajos puntuales como sociólogo o colaborador de ONGs… Y así, una larga lista.

En contra de todas las encuestas, la suma de Podemos con Izquierda Unida no ha añadido votos ni escaños. El populismo no ha dado el sorpasso y algunos se rasgan las vestiduras. ¿Por qué la ciudadanía ha reforzado la opción tradicional, la contaminada por la corrupción y el discurso continuista? Pues posiblemente porque todavía hay demasiada gente que tiene algo que perder si se da un paso en falso de esos que tienen difícil solución. Demasiados españoles que pretenden cobrar su pensión, demasiados padres de familia que quieren conservar su puesto de trabajo, demasiados profesionales liberales que no quieren que les suban los impuestos hasta el punto de que las cigarras, que las hay, acaben viviendo con la misma comodidad que la hormiguita.

Las elecciones del 26-J han coincidido con la elaboración de la declaración de la Renta. Ese momento en el que el españolito de a pie descubre que trabaja para el erario público hasta mediados de mayo; que tener dos pagadores, que hacer el esfuerzo de seguir trabajando “cuando sales de trabajar” se castiga en este país; que Hacienda no se conforma con hacerte tributar por la casa que has comprado o el dinero que has ganado con tu esfuerzo: dárselo a tu hijo, sangre de tu sangre, también está penado. En definitiva, el robo sobre el diezmo. ¿Más impuestos todavía para financiar la fiesta adolescente del hombre-niño posmoderno que olvidó que no hay derechos sin obligaciones? Parece que muchos han dicho “no, gracias”.

20160627_122031Podemos ha cometido errores garrafales, como eso de anunciar en Madrid una bajada del IBI para los barrios que le votaron mayoritariamente, mientras el resto de barrios se ven abocados a seguir pagando lo mismo o más. Como lo de dificultar a los padres un derecho tan personal como la elección de colegios concertados para sus hijos en Valencia o Castilla-La Mancha. Como eso de querer gobernar España en contra del sentimiento español, olvidando que en España, lo que más hay, de momento, son españoles orgullosos de serlo. Como lo de encamarse con Chávez, Tsipras o Kicillof. El ex ministro argentino, que robó YPF a Repsol y que anduvo como puta por rastrojo negociando los rescates de Argentina con el FMI tras una política nefasta, ha sido el último en abrazarse a Pablo Iglesias.

Al final, el centroderecha se ha reforzado. Los españoles, todavía, no están tan mal como para dar un salto al vacío. España le ha tocado las palmas a la socialdemocracia, con un alegre aire andalusí, durante décadas. Pero el neocomunismo sectario en lo social y suicida en lo económico es otro cantar. Ay, Pablo, qué razón tenía Errejón.