Ser supersticioso es un calvario. Es como echarse encima una cruz que, por el esfuerzo que supone, debería estar pagado. Te obliga a cumplir siempre con un ritual, no importa si vas sobrado o falto de tiempo. Tienes que hacer las mismas cosas en el mismo orden, evitar lo que haya que evitar y rezar, rezar mucho, porque siempre hay detalles que se escapan al supersticioso.
Afortunadamente, a veces se abren ventanas de oportunidad en las que uno puede bajarse del carro. La final de Milán nos va a permitir a muchos supersticiosos quitarnos de semejante castigo. En las dos semanas previas a la final, Simeone ha demostrado al mundo que es “cabalero” cinco Jotas, cinturón negro en superstición. No se entrenó en las instalaciones donde preparó la final de Lisboa; cambió las rutinas; cambió el hotel; pidió volar en el avión que dio suerte al Sevilla y al Barça; una vez en Milán, evitó pasar con el autobús por la zona de los aficionados del Madrid; y, finalmente, intentó sin éxito jugar con la camiseta suplente con la que eliminó al Bayern.
Por el contrario, el Real Madrid lo tenía todo negro desde la perspectiva del supersticioso. Se enfrentaba al equipo que había eliminado a Guardiola. Desde que el catalán ejerce como entrenador, quien le había eliminado ganaba la Champions. Además, Zidane es francés y un técnico galo nunca había ganado la Copa de Europa. Por si esto fuera poco, la final se jugaba en San Siro, donde los blancos no habían ganado nunca. Y, para más preocupación, su rival jugaba su tercera final, por lo que los colchoneros repetían como un mantra: «a la tercera va la vencida».
El problema para Simeone es que lo cambió todo, menos al rival. Se cambió el bañador, se dio más tiempo para hacer la digestión y hasta se acordó de traerse los tapones para los oídos. Pero cuando fue a meterse en la piscina, ahí estaba el mismo tiburón blanco de Lisboa. Con los dientes igual de largos. Adiós a las supersticiones, para lo bueno y para lo malo.
Pocas veces el madridismo ha acudido a una final de Copa de Europa con tanto coraje y tanta rabia acumulada. La temporada ha sido un choteo desde el minuto cero. El lobby antimadridista y el contubernio antiespañol, que muchas veces vienen a ser lo mismo, festejaron con alborozo el fax que no llegó, la chirigota copera de Cádiz, la liga que se perdió en octubre y tantas y tantas desgracias acumuladas en pocos meses. Y es que ser del Madrid supone aguantar, aguantar mucho y morderse la lengua donde otros se quejan y hasta lloran.
En agosto Simeone vino a decir que la liga estaba preparada para que la ganara el Madrid. Nadie se querelló contra él por injurias, a pesar de que el equipo blanco, no sólo no había comprado a los árbitros, sino que ha perdido la liga por un punto frente al equipo que ha batido el récord histórico de penaltis a favor y partidos jugados con uno más. En otoño, se puso en marcha el rumor de que estaba preparado un complot para perjudicar al Barça en el Bernabéu. Tras ese perjuicio gratuito para la imagen del club, ¿qué pasó? Que el Barça ganó 0-4. Además de cornudos, apelados.
Por el medio, los periscopes de Piqué, los insultos de Stoichkov… Y, como traca final, la propaganda antimadridista atacó por tierra, mar y aire con un lema: “es de justicia que el Atlético de Madrid gane la Champions”. ¡Pero si hasta Xavi Hernández, siempre tan crítico y displicente con el tosco juego del Atleti, se decantó sin tapujos por la victoria rojiblanca! Las dos semanas previas al partido se generó un ambiente que invitaba al Real Madrid a pedir perdón por presentarse en Milán con la intención de jugar.
Los méritos del Atlético son incuestionables. Pero algunos se olvidaron de que, puestos a hablar de sufrimiento, el Madrid no ha hecho otra cosa este año que sufrir. Puestos a presumir de fortaleza mental, hay que tener mucho de eso para meterse en una final continental con un cambio de entrenador traumático y una cuarenta de lesiones musculares. Si hablamos de “creer”, sólo el que sabe creer es capaz de salvar una Champions en el minuto 93. Si la cuestión es “ganar, ganar y ganar”, los blancos llevan haciendo eso desde antes que naciera el Cholo. Y si hay que hacer vídeos con gente mirando al cielo acordándose de sus muertos, al Real Madrid, por pasarle cosas, hasta le han matado a doce seguidores en Irak por el simple hecho de gritar «Hala Madrid».
Con esta mochila a cuestas, para los aficionados del Madrid ver a su equipo irse arriba en la prórroga, a pesar de tener a cuatro jugadores desfondados por los calambres o las lesiones, ha sido un motivo de orgullo. Una muestra de ese deje quijotesco, tan español, de “ahora que estoy más jodido, ahora saca el pecho más que nunca, aunque me lo rompan”.
Al final, salió bien para los de Chamartín. Ha sido cruel para los atléticos, que algún día lo conseguirán merecidamente, y desesperante para muchos de mis amigos culés. En su era dorada, con todo lo que les ha aportado Messi, siguen teniendo menos de la mitad de entorchados continentales que el Real Madrid. Y es que ese es el secreto del Madrid: la resiliencia, el negarse a entregar la hegemonía, cueste lo que cueste. Eso y ser capaz de tener siempre la última palabra.
No, Piqué, no. El Madrid no se ha acostumbrado a salvar las temporadas ganando en el Camp Nou. El Madrid salva la temporada levantando la Champions. Así es y así seguirá siendo, luchando tan sólo con el dinero que es capaz de generar por sí mismo, frente a las inyecciones de jeques y magnates rusos o chinos que disfrutan otros clubes. El que quiera seguir con el mantra de que el Madrid tiene la ventaja del dinero, que siga. Si todo fuera dinero, el Manchester City sería campeón de la galaxia. Y no, no pienso pedir perdón por escribir estas líneas.