El fin de las supersticiones

Ser supersticioso es un calvario. Es como echarse encima una cruz que, por el esfuerzo que supone, debería estar pagado. Te obliga a cumplir siempre con un ritual, no importa si vas sobrado o falto de tiempo. Tienes que hacer las mismas cosas en el mismo orden, evitar lo que haya que evitar y rezar, rezar mucho, porque siempre hay detalles que se escapan al supersticioso.

Afortunadamente, a veces se abren ventanas de oportunidad en las que uno puede bajarse del carro. La final de Milán nos va a permitir a muchos supersticiosos quitarnos de semejante castigo. En las dos semanas previas a la final, Simeone ha demostrado al mundo que es “cabalero” cinco Jotas, cinturón negro en superstición. No se entrenó en las instalaciones donde preparó la final de Lisboa; cambió las rutinas; cambió el hotel; pidió volar en el avión que dio suerte al Sevilla y al Barça; una vez en Milán, evitó pasar con el autobús por la zona de los aficionados del Madrid; y, finalmente, intentó sin éxito jugar con la camiseta suplente con la que eliminó al Bayern.

final_milanPor el contrario, el Real Madrid lo tenía todo negro desde la perspectiva del supersticioso. Se enfrentaba al equipo que había eliminado a Guardiola. Desde que el catalán ejerce como entrenador, quien le había eliminado ganaba la Champions. Además, Zidane es francés y un técnico galo nunca había ganado la Copa de Europa. Por si esto fuera poco, la final se jugaba en San Siro, donde los blancos no habían ganado nunca. Y, para más preocupación, su rival jugaba su tercera final, por lo que los colchoneros repetían como un mantra: «a la tercera va la vencida».

El problema para Simeone es que lo cambió todo, menos al rival. Se cambió el bañador, se dio más tiempo para hacer la digestión y hasta se acordó de traerse los tapones para los oídos. Pero cuando fue a meterse en la piscina, ahí estaba el mismo tiburón blanco de Lisboa. Con los dientes igual de largos. Adiós a las supersticiones, para lo bueno y para lo malo.

Pocas veces el madridismo ha acudido a una final de Copa de Europa con tanto coraje y tanta rabia acumulada. La temporada ha sido un choteo desde el minuto cero. El lobby antimadridista y el contubernio antiespañol, que muchas veces vienen a ser lo mismo, festejaron con alborozo el fax que no llegó, la chirigota copera de Cádiz, la liga que se perdió en octubre y tantas y tantas desgracias acumuladas en pocos meses. Y es que ser del Madrid supone aguantar, aguantar mucho y morderse la lengua donde otros se quejan y hasta lloran.

En agosto Simeone vino a decir que la liga estaba preparada para que la ganara el Madrid. Nadie se querelló contra él por injurias, a pesar de que el equipo blanco, no sólo no había comprado a los árbitros, sino que ha perdido la liga por un punto frente al equipo que ha batido el récord histórico de penaltis a favor y partidos jugados con uno más. En otoño, se puso en marcha el rumor de que estaba preparado un complot para perjudicar al Barça en el Bernabéu. Tras ese perjuicio gratuito para la imagen del club, ¿qué pasó? Que el Barça ganó 0-4. Además de cornudos, apelados.

Por el medio, los periscopes de Piqué, los insultos de Stoichkov… Y, como traca final, la propaganda antimadridista atacó por tierra, mar y aire con un lema: “es de justicia que el Atlético de Madrid gane la Champions”. ¡Pero si hasta Xavi Hernández, siempre tan crítico y displicente con el tosco juego del Atleti, se decantó sin tapujos por la victoria rojiblanca! Las dos semanas previas al partido se generó un ambiente que invitaba al Real Madrid a pedir perdón por presentarse en Milán con la intención de jugar.

Los méritos del Atlético son incuestionables. Pero algunos se olvidaron de que, puestos a hablar de sufrimiento, el Madrid no ha hecho otra cosa este año que sufrir. Puestos a presumir de fortaleza mental, hay que tener mucho de eso para meterse en una final continental con un cambio de entrenador traumático y una cuarenta de lesiones musculares. Si hablamos de “creer”, sólo el que sabe creer es capaz de salvar una Champions en el minuto 93. Si la cuestión es “ganar, ganar y ganar”, los blancos llevan haciendo eso desde antes que naciera el Cholo. Y si hay que hacer vídeos con gente mirando al cielo acordándose de sus muertos, al Real Madrid, por pasarle cosas, hasta le han matado a doce seguidores en Irak por el simple hecho de gritar «Hala Madrid».

Con esta mochila a cuestas, para los aficionados del Madrid ver a su equipo irse arriba en la prórroga, a pesar de tener a cuatro jugadores desfondados por los calambres o las lesiones, ha sido un motivo de orgullo. Una muestra de ese deje quijotesco, tan español, de “ahora que estoy más jodido, ahora saca el pecho más que nunca, aunque me lo rompan”.

Al final, salió bien para los de Chamartín. Ha sido cruel para los atléticos, que algún día lo conseguirán merecidamente, y desesperante para muchos de mis amigos culés. En su era dorada, con todo lo que les ha aportado Messi, siguen teniendo menos de la mitad de entorchados continentales que el Real Madrid. Y es que ese es el secreto del Madrid: la resiliencia, el negarse a entregar la hegemonía, cueste lo que cueste.  Eso y ser capaz de tener siempre la última palabra.

No, Piqué, no. El Madrid no se ha acostumbrado a salvar las temporadas ganando en el Camp Nou. El Madrid salva la temporada levantando la Champions. Así es y así seguirá siendo, luchando tan sólo con el dinero que es capaz de generar por sí mismo, frente a las inyecciones de jeques y magnates rusos o chinos que disfrutan otros clubes. El que quiera seguir con el mantra de que el Madrid tiene la ventaja del dinero, que siga. Si todo fuera dinero, el Manchester City sería campeón de la galaxia. Y no, no pienso pedir perdón por escribir estas líneas.

El que resiste siempre gana

Cuando caes, te quedas jodido. Pero a poco que tengas un mínimo de carácter, lo vuelves a intentar. El problema viene cuando vuelven a romperte los morros una segunda vez, cuando creías que ya te habías repuesto del primer golpe. Ahí, llegados a esa frontera, la mayoría de los mortales se sienten como Sísifo, aquel mito griego condenado a empujar una enorme piedra hacia la cima de una montaña para que siempre, irremediablemente, la roca se le escapase de las manos para salir rodando cuesta abajo, cuando estaba a punto de coronar la cima. Pocos son los sísifos de carne y hueso capaces de ir a por la piedra una y otra vez sin tirar la toalla.

Hace un año, un tipo de Vitoria, un tipo normal sin glamur ni marketing, al que basurearon hasta decir basta antes de contratarlo (“era un don nadie”) y a la hora de contratarlo (“lo traemos porque no queremos gastarnos dinero en uno mejor”) apareció con los ojos enrojecidos en una sala de prensa. El Real Madrid de baloncesto había perdido por segunda vez consecutiva la final de la Copa de Europa. La entidad llevaba dos décadas intentando conseguir el título y cada vez que caes en ese deporte da la sensación de que el perdedor deberá esperar muchos años hasta volver a tener la oportunidad de redimirse. Pablo Laso no podía ocultar la rabia que sentía y era consciente de que trabajaba en un club que usa a las personas como si fueran pañuelos de papel. Sin embargo, Laso se marcó una machada. Miró a los periodistas que tenía enfrente y dijo: “que nadie dude que este equipo volverá a estar en esta final el año que viene… y que la ganará”.

Esas palabras, que en el momento de ser pronunciadas sonaban a locura, a deseo desesperado más que a posible realidad, son lo primero que he recordado al ver al Real Madrid de Pablo Laso levantar la Copa de Europa de  baloncesto. Puede que no te guste el baloncesto y puede que no te alegres de los triunfos madridistas, pero de esa hazaña deportiva pueden extraerse muchas conclusiones positivas y, sobre todo, inspiradoras para el día a día de los paisanos que transitamos por este mundo de locos.

¿Quién no ha sido ninguneado o no valorado convenientemente alguna vez en el trabajo o cualquier otro ámbito de la vida? El ejemplo de Pablo Laso demuestra que quien resiste gana. El que vale sólo tiene que seguir apretando y esperar su momento.

El momento… ¿Cuántas veces no hemos escuchado eso de “se te pasó el arroz” o “ya es tarde para cambiar”? Si eso fuera cierto al “Chapu” Nocioni no se le hubiese ocurrido enrolarse en un equipo que ya había perdido dos finales para, a sus 35 tacos, jugarse el todo por el todo para conseguir la Euroliga antes de retirarse. Su ardor guerrero y la confianza en sí mismo son una guía para cualquiera que esté pensando en dar un giro al timón de su vida mientras el resto se empeña en llamarle viejo.

Eso sí, cuidado con darle al timón tan fuerte que se descontrole o que acabe dando una vuelta completa, de manera que acabes en el mismo sitio que comenzaste. A diferencia del fútbol, Florentino Pérez no mete tanta baza en la sección de baloncesto y deja hacer a los que saben. La continuidad del técnico, del grupo y la política de fichajes adecuada han obrado, oh sorpresa, el milagro del éxito.

Lo de Pablo Laso y sus muchachos nos recuerda que en la vida los giros drásticos deben ser de 180° y no de 360, como se escucha decir cada vez a más informadores de los que hablan antes de pensar. Puede que no te guste el basket y puede que no te caiga bien el Madrid, pero hay historias que son un soplo de esperanza. Ejemplos que reconfortan, si los sabemos observar con los ojos adecuados. Y si encima sus protagonistas son gente sana, que no va a comprar el pan en un Lamborghini, ni siente la necesidad de mostrar sus abdominales cada vez que meten una triple, miel sobre hojuelas.

Leer entre líneas para vacunarse de cinismo

No hay asunto más complicado de entender que el que no quiere dejarse explicar. Alguien me dijo cuando empezaba en esto que lo más importante era leer entre líneas y saber deconstruir lo que se dice por ahí. ¿Tenemos que indignarnos o no con los futbolistas de élite, los que se pasean delante de nuestras narices con deportivos de 200.000 euros, por haber convocado una huelga para defender “sus derechos”?

Los estudiantes de periodismo y los ciudadanos que quieran entender qué hay detrás de lo que les cuentan tienen otro ejemplo de libro para atisbar lo complicado que es esto. Periodistas que atacan la huelga porque tienen cuentas pendientes con el presidente de la Federación Española de Fútbol, el oscuro Ángel María Villar; informadores que defienden la huelga y a los jugadores que la secundan porque viven de conocer y contar antes que nadie qué pasa en los vestuarios y para ello necesitan la colaboración de unos jugadores a los que no pueden enfadar con una crítica en público… a veces no es lo que se dice o defiende, sino el por qué se defiende.

Lo cierto es que, como en tantas otras cosas de la vida, aquí nadie tiene la razón absoluta. Y este tampoco es el caso más extremo de intoxicación informativa. La famosa guerra del fútbol, con clubes que no dejaban entrar las cámaras de determinados operadores a sus estadios, sólo era la punta del iceberg de la lucha intestina entre dos grupos mediáticos que pugnaban por ser el amigo más amigo del PSOE de Zapatero, sin que eso se llegara a explicar claramente para que lo entendieran la mayoría de los ciudadanos.

Que Villar es un tipo poco recomendable que lleva demasiado tiempo enredando con el dinero público que le llega al fútbol parece fuera de toda duda. Que al gobierno y la patronal de los clubes (la Liga Profesional) se les ha ido la mano en el ninguneo a la federación y al sindicato de los jugadores, con tal de comenzar a poner coto a determinadas prácticas, también parece obvio. Como lo es que los jugadores modestos tengan derecho a defender sus intereses y que los clubes digan, con razón, que el decreto que redistribuye los derechos televisivos es esencialmente razonable.  Otra cosa es la actuación de los futbolistas de élite en todo este sarao.

Hubo un tiempo en el que pude haberme dedicado al periodismo deportivo y acabé desechando la idea porque, cuando conoces de cerca la vida de los futbolistas, te das cuenta del poco nivel intelectual que tienen, de la banalidad que rodea a ese mundo, de lo ridículamente pretenciosa que es la importancia que, entre todos, le damos a ese circo de la pelota. Luego me dediqué al periodismo parlamentario y comprobé que conocer de cerca a los políticos tampoco es edificante. Sin embargo, ya se me hacía más tarde para cambiar de rumbo… El caso es que el instinto primario nos lleva a indignarnos con unos tipos que cobran un pastizal y que normalmente no han movido un dedo por los compañeros modestos que se quedaban sin cobrar en sus clubes igualmente modestos.

Las “estrellas” se mueven ahora y sólo ahora porque Hacienda se ha puesto seria con las empresas que utilizan para pagar menos por sus derechos de imagen o el pago que hacen a sus representantes. Estaban acostumbrados a que eso formara parte “del acuerdo”, pero las cosas están cambiando para todos. Los políticos están que no les llega la camisa al cuerpo, los pequeños empresarios que tienen una pyme, los autónomos y los trabajadores por cuenta ajena hace tiempo que saben que no se les puede escapar una coma porque les crujen. ¿Entonces por qué ellos pretenden tener el privilegio de que no se les atosigue?

En este país hay una ley vergonzosa que permite a las estrellas del fútbol pagar menos, con la excusa de “atraer el talento de fuera”. Que los investigadores y los profesionales con talento en otros campos verdaderamente importantes para la sociedad tengan que coger la maleta sin que se les haga a ellos una ley así, que a los autónomos se les obligue a pagar la cuota por una actividad que no saben si funcionará, mientras aquí llegan los Messis y Cristianos a cobrar barbaridades de clubes que no están al día con Hacienda, como sí tenemos que estar el resto de mortales, es una jodida vergüenza. Aquí y en Pernambuco. Las estrellas que ayer se sentaron detrás de Rubiales, otro personaje oscuro del fútbol, de los que van vociferando con el móvil por los aeropuertos dándose importancia, nos dirán que eso no es así y que sólo miran por el interés de sus “colegas más modestos”. Como frase está muy bien, pero en esto, como en todo, hay que saber leer entre líneas.

Ante todo, coherencia

Qué pereza de país… Montamos una supergala del cine español para celebrar que por fin el personal se ha reconciliado con nuestros díscolos cineastas; nos ponemos exquisitos y ninguneamos a Ocho Apellidos Vascos porque, en el fondo, eso es no es cine, sino “enlazar un sketch con otro”, nos colocamos nuestras mejores galas; elegimos a toda una ex ministra de Cultura para que entregue un premio y… ¿qué hace la señora intelectual en los apenas 20 segundos que tiene para decir algo? ¿Lanza algún aldabonazo de lucidez que nos haga replantearnos la importancia del arte en nuestras vidas? ¿Nos explica por qué todo lo bueno es efímero y banal? ¿Se acuerda de los que lo están pasando mal? ¿Se limita a anunciar al premiado sin equivocarse? No, Ángeles González-Sinde decide ir directa al grano y suelta un comentario futbolero para recordar a los presentes que su equipo ha ganado esa tarde al eterno rival. Luego nos quejamos…

Yo digo que en la vida cada cosa tiene su momento y su lugar. Y que nos podemos equivocar las veces que haga falta, incluso hacer el ridículo de vez en cuando puede resultar saludable, pero lo jodido es no ser coherente. Decía Saramago, con la mala leche fina que se gastaba, que todo el mundo se había pasado la vida recordándole que debía hacer deporte porque era bueno para la salud, pero que nunca había escuchado a nadie decirle a un deportista que debía leer porque era bueno para el intelecto. Y es que, el ser humano está hecho de materia incongruente y, por mucho que nos aconsejen correctamente, tenemos querencia por lo fútil.

Ahora andamos alterados en las tertulias porque los chicos millonarios del Real Madrid, humillados por los chicos millonarios del Atleti, lejos de hacer un acto de contrición se fueron de fiesta después del partido. ¡Y hasta cantaron!

Asegura Jorge Mendes, el tipo que más dinero debe haber ganado moviendo jugadores de un lado a otro, que no sabemos bien el esfuerzo que tuvieron que hacer hasta que le colocaron el sombrero a Cristiano Ronaldo y consiguieron que se subiera al escenario a cantar. Que menudo disgusto tenía la criatura… Ante semejante espectáculo, en la directiva del Madrid andan indignados, pero les está bien empleado por su falta de coherencia. Si quieres jugadores que no se dejen meter un cuerno por salva sea la parte ante el odioso vecino, si aspiras a que, en caso de accidente, los tuyos se sientan mal y hagan propósito de enmienda en el mismo vestuario, ficha a jugadores que entiendan qué representa tu club y qué supone tener que aguantar la guasa de los rivales en la oficina o en el bar.

Claro que a los millonarios cantarines también les falta coherencia. Si quieres que te dejen tranquilo celebrar tu cumpleaños y que nadie juzgue si has cantando o dejado de cantar tras hacer el ridículo en tu quehacer profesional, no cuelgues el vídeo en las redes sociales. No llames la atención de la gente exhibiéndote con tus ropas y tus coches caros. No te metas en la vida de la gente vendiéndoles los producto y servicios que anuncias por tierra mar y aire. Si haces eso, lo cual no deja de ser legítimo, la gente también tiene legítimo derecho a juzgar lo que haces.

Y, ya que estamos, si te molesta que los ministros de Cultura se pongan a hablar de fútbol donde no toca, no escribas tú un entrada del blog sobre la fiesta de Cristiano, habiendo tantos otros temas sobre los que reflexionar. Coherencia, coño, coherencia.

 

Una raya trazada en la arena

Tenía sólo ocho años. A esa edad todavía crees en los regalos que llegan de Oriente y tu padre todavía es un superhéroe que todo lo sabe y todo lo alcanza. Sin embargo, aquel día iba a ser el padre el que se quedara tan boquiabierto como estupefacto. Una raya trazada en la arena. Una simple raya cambió sus vidas para siempre. Yago saltó todo lo lejos que pudo y su progenitor entendió, en aquella playa asturiana, que el guaje tenía futuro.

No era negro, no era alto y su carácter enfermizamente tímido le situaba en las antípodas de quienes amenazan sin remilgos con comerse el mundo. Pero Yago Yamela tenía un don. Cuando cogía carrerilla y medía mentalmente sus pasos para impulsarse justo antes del punto indicado el tiempo se detenía. El chaval que volaba llegó a clavar los 8’56 metros de longitud en Maebashi. Tenía sólo 22 años y había cambiado aquella playa de Xagó por un estadio japonés situado en las antípodas donde habitan los grandes.

Años más tarde se arrepentiría de no haber sabido sonreír, de no tener a nadie que le enseñase a desenvolverse entre las cámaras y los aplausos. Le atormentaba que pensaran de él que era un engreído por hablar poco, cuando lo cierto es que simplemente le podía la timidez. Encerrado en sí mismo, pocos llegaron a conocer de verdad a aquel muchacho que, atropellado por el tren de vida que otorgan varios subcampeonatos del mundo, en un solo día llegó a regalar dos coches. Uno a su padre y otro a su novia.

Yago era generoso con los suyos, pero el podio olímpico no lo fue con él. Aquella lesión en el talón de Aquiles fue el comienzo de su descenso a los infiernos. El crío que un día saltó con inocencia la raya que trazó su padre en la arena acudió medio cojo a los Juegos de Atenas 2004. Infiltrado para soportar el dolor, consiguió meterse en la final, pero aquel despliegue de pundonor no tuvo recompensa. Se volvió a romper los dos tendones, se operó, volvió a recuperarse y cuando soñaba con regresar fue un gemelo el que le dijo basta.

Las lesiones no le dejaron volar sobre la arena y Yago pensó que entonces volaría más alto. Se matriculó en aquella escuela para pilotos de aviación, pero el centro quebró. Viajó a Estados Unidos, estudió informática, se refugió en la música, pero no lo pudo evitar. Yago se asomó al abismo de las almas compungidas que no hayan el norte en este mundo. Tras la salida de los centros sanitarios siempre restó importancia a su mal: “Perdí el ánimo de una manera preocupante, pero ya estoy mejor”. Pocas palabras. Siempre pocas palabras hasta que un amigo le encontró sin vida en el domicilio de su familia.

Se apunta a un infarto, aunque lo que está claro es que la segunda parte de su vida fue un suplicio. Yago Lamela se nos ha ido, como se nos fueron Jesús Rollán o Teófilo Benito. Algunos dieron la voz de alarma y las autoridades deportivas intentaron ayudarle siguiendo los protocolos de actuación para aquellos que pasan fulminantemente del todo a la nada, de la fama al anonimato, de la entrega absoluta al devenir anodino de los días. Pero la mente humana sigue siendo un misterio que para algunos espíritus atormentados transmuta en calvario.

Yo pienso en todos los tímidos involuntarios, en todos los falsos extrovertidos que nos rodean y que nos pueden estar suplicando ayuda a gritos, sin que ni siquiera lo sospechemos. Tan sólo la ignorancia de quienes nunca les llegaron a conocer de verdad, el desprecio de quienes no comprenden los procesos depresivos y la impotencia de quienes realmente les conocen y les quieren. Ojalá algún día encontremos la fórmula para hacerles más fuertes. Ojalá encontremos el camino para ser más sabios y hacerles entender que, a pesar de todo, la vida puede ser maravillosa.

MADRID 2020: ¿Por qué, por qué, por qué?

-Doctor, ¿es grave?
-Hombre, el golpe ha sido duro y, sobre todo, le pilló en una muy mala postura porque no lo vio venir ni por asomo…
-Pero, ¿sobrevivirá?
-Sí, yo creo que sí. Pero va a necesitar reposo y cambiar algunas cosas en su vida…

Madrid y buena parte de España se levantan este domingo con el resacón de Buenos Aires… Durante unas horas has conseguido dormir y te has olvidado de todo, pero al abrir el ojo en seguida te vienen a la cabeza los fogonazos de uno de los palos sentimentales más grandes que se ha llevado este país en los últimos tiempos. El apagón que no dejó ver una parte de la presentación de la candidatura española, las dichosas preguntas sobre el dopaje, el anuncio del empate con Estambul y, lo peor de todo, la confirmación de que a los señores del COI, entre Madrid y una ciudad con tensiones sociales en las calles y con la mayoría de las infraestructuras por hacer…. ¡se quedan con lo segundo!

Palazo monumental, bajonazo en la Puerta de Alcalá y las redes sociales echando humo sobre “la manía que nos tienen a los españoles porque somos los mejores”, lo corrupto que es el Comité Olímpico Internacional, las tres cabezas y los cincos ojos que le van a salir a los que vayan a Tokio por culpa de la radiactividad (“¡que se jodan!», clamaban algunos), llamamientos para boicotear todos los kebabs que haya en España (“¡les va a hacer negocio su p— madre!”, apostillaban otros)…

Yo no sé ustedes qué pensarán, pero a mí me encanta ser español. Me encanta por muchas cosas, pero una de ellas es por lo entrañables que somos. Entrañables en lo bueno, cuando nos dejamos el corazón en una buena causa y demostramos la solidaridad y el coraje que llevamos dentro. Y entrañables en lo malo, cuando rozamos lo cómico en cuanto sale rana algún asunto con lo que nos habíamos ilusionado en exceso.

Los que vivimos entre Francia y Portugal no tenemos ni más virtudes ni más defectos que otros pueblos, pero sí es verdad que somos especialistas en pasar de un lado a otro de la balanza con una velocidad que despeinaría al mismísimo Felix Baumgartner, el que saltó de la estratosfera.

Veamos: ¿de dónde salió eso de que éramos favoritos? Cualquiera que echase un vistazo a la prensa internacional hubiese visto que en países como Estados Unidos (donde no dan puntada sin hilo) siempre situaban a España como la tercera opción. Sin embargo, aquí hemos alimentado la teoría de que lo teníamos caso hecho. Tanto caló esa teoría que esta vez no nos hemos dejado nada en el tintero y nuestra delegación en Buenos Aires ha sido la más numerosa de todas las ocasiones en las que hemos optado a los Juegos. Nadie, ni en la esfera política, diplomática o deportiva, se olió el castañazo que nos íbamos a dar… Incluido el Príncipe, que, por otro lado, hizo un gran alegato. Junto a Pau Gasol, lo mejorcito que tenemos cuando vamos a este tipo de saraos.

Dicho esto, al margen de lo realistas o soñadores que podamos ser, queda por saber qué ha pasado sobre el terreno en Buenos Aires y, sobre todo, en estos meses de verano. Porque fue en junio, tras la última ronda, cuando a la candidatura de Madrid le hicieron creer que tenía serias opciones. Pues aquí parece que hemos vuelto a pecar de pardillos. La asamblea del COI que decide la sede de los Juegos Olímpicos es lo más parecido a la cueva de Alí Babá…. Les gusta vivir bien, viajar en business y siempre están dispuestos a “escuchar” las “observaciones” de la “diplomacia”…. Y en esto de la diplomacia hay países que nos dan pal’ pelo siempre que quieren… Nos pasó con los británicos cuando se llevaron el gato a Londres y, dicen las malas lenguas, que nos puede haber pasado ahora con los franceses.  ¿Los franceses? Pero si nos prometieron el voto… Pues ahí está el problema: en esto del COI, una cosa son promesas y otra, votos. París quiere las olimpiadas de 2024 y, para conseguirlas, necesitaba que las del año 20 no fuesen en Europa. ¿Habrá movido ficha Francia bajo cuerda para que no se votase a Madrid? Piensa mal y acertarás…

Sin embargo, seguramente todo esto no se explica con lo cabroncetes que son casi siempre los franceses con nosotros. Seguramente el principal lastre que hemos tenido, por encima de la polémica del dopaje (los turcos están peor que nosotros en esa cuestión y nos ganaron en el desempate), sigue siendo nuestra crisis económica.

Por mucho que los datos macro estén mejorando y que estemos haciendo un gran esfuerzo en la búsqueda de brotes verdes, lo cierto es que fuera nos continúan viendo, básica y fundamentalmente, como un país arruinado. Te pongas como te pongas, es metafísicamente imposible convencer a un alemán o a un estadounidense de que lo que necesita un país con seis millones de parados y que ha tenido que pedir 60.000 millones para apuntalar sus bancos es echarse entre pecho y espalda la organización del mayor fiestón internacional que se puede organizar en el mundo.

Encima, para acabarlo de rematar, no hemos estado finos en el mensaje final. “Madrid makes sense” es un lema estupendo. Pero eso de “Madrid necesita los juegos” sobra…. Sobra porque el COI quiere un mensaje como el que dimos en Barcelona: “tenemos pasta y nos la vamos a fundir a la salud de ustedes; luego ya la depresión del 93 será cosa nuestra”… Aquí el mensaje ha sido el contrario: “Madrid está mal y necesitamos los Juegos desesperadamente para salir a flote”. Nos han olido la desesperación y eso no ha ayudado.

Tampoco hay que olvidar que ya no tenemos a Juan Antonio Samaranch. Su figura fue clave para conseguir los Juegos de Barcelona, mientras que ahora no tenemos a ningún padrino dentro del COI. Llama la atención que, en un país como España donde demasiada gente vive del arte del peloteo y el enchufismo, pretendamos llamar a la ventanilla del COI sin padrino y con la esperanza de que nos darán las Olimpiadas porque, a nuestro juicio, somos los mejores. En eso también pareciera que somos sorprendentemente pardillos.

A todo esto, para la próxima vez (si hay próxima vez) tampoco estaría mal que a los amigos de la propaganda no se les vaya la mano con las encuestas. Un 75 por ciento de apoyo popular está más que bien y es realista en un país que ama el deporte. Un 91 por ciento es pasarse tres pueblos, porque sólo con los que no querían Juegos mientras en España no haya dinero para otras cosas más importantes (postura ésta respetable donde las haya) y los simpáticos nacionalistas, que esta mañana se han levantado contentos porque los madrileños están tristes, ya suman más del 9 por ciento de la población.

El caso es que yo lo siento. Lo siento por todo lo que esto tiene de desilusión colectiva en una nación que no anda sobrada de alegrías. Lo siento por nuestros deportistas que seguirán luchando sin que les lleguen las becas. Y lo siento por los niños; por los críos que no sentirán la magia que yo sentí con 12 años cuando Rebollo encendió con su flecha el pebetero de Montjuïc.

Entonces, un servidor de ustedes era un crío barcelonés. Ahora soy un adulto que vive en Madrid y estoy convencido de que, a pesar de nuestros problemas y defectos, el día que nos pongamos a organizar los Juegos, volverán a ser los mejores de la historia. Lo haremos porque entre lo entrañable y lo cómico albergamos algo de genialidad que nos hace dar la talla cuando es necesario. Entre tanto, ellos se lo pierden y nosotros nos lo ahorramos…