Esto acaba en tragedia griega

Los griegos, pero no los de ahora, más bien los que iban en túnica y levantaban templos de mármol, le daban mucho a la cabeza. Tanto que llegaron a desentrañar los vericuetos de la mente humana miles de años antes de que el primero de los psicólogos asomara los hocicos por este mundo. Uno de sus conceptos más curiosos era el Pathei Mathos, según el cual el ser humano es incapaz de aprender, si no es a través del sufrimiento. Después de mucho observar, los helenos se convencieron de que nuestra especie es incapaz de adquirir conocimientos o interiorizar moralejas por la experiencia que viven los demás. Al final, en las cosas importantes, tenemos que tocar el fuego por nosotros mismos para convencernos de que quema. Sólo así escarmentamos.

La verdad es que es sorprendente lo que llegaron a acertar en la diana aquellos señores que habitaron el Peloponeso hace tanto tiempo. Han pasado más de dos mil años y, en los conceptos fundamentales, poco más hemos podido añadir hombres y mujeres sobre nuestra propia naturaleza. Por eso, a día de hoy, tragedias como Antígona siguen siendo tan actuales y nos sentimos tan interpelados por ellas, aunque los personajes y los reinos de las tramas tengan nombres exóticos.

Estos días, sin ir más lejos, nos ha surgido una aspirante a Antígona en los aledaños del ayuntamiento de Barcelona. Ada Colau ha cogido carrerilla y ha dicho del tirón, y sin despeinarse, que piensa incumplir todas las leyes que le parezcan injustas. Así dicho, suena bien. Nadie en su sano juicio querría apoyar leyes que consagren “la injusticia”. El problema es qué se entiende por “injusto” y, sobre todo, el método que se emplea para deshacer la injusticia. Si nos saltamos una ley a la torera, sin intentar cambiarla por el procedimiento establecido, ¿cómo impediremos que nuestros adversarios hagan lo mismo en cuanto tengan ocasión? Otro genio que supo leer el alma humana con tanta lucidez como los antiguos griegos, William Shakespeare, nos hizo ver en Hamlet o Machbet que el odio, la codicia y el revanchismo se dan por descontados cuando hablamos de los seres humanos, y más cuando éstos sienten que han sido previamente víctimas de esos comportamientos.

Los políticos que hemos tenido hasta ahora, y que se han empeñado en hacer oídos sordos, y las nuevas aspirantes a Antígona deberían recordar que la tragedia de Sófocles termina como el rosario de la aurora. Todos muertos o turuletas, en un final a lo Very Bad Things. Igualmente, todos nosotros, votantes y políticos, deberíamos recordar que lo que está pasando estos últimos días suena mucho a lo que se ha venido criticando por activa y por pasiva.

¿Lo de pactar contra un partido político para aislar a todos los ciudadanos que lo han apoyado y acallar su voz sistemáticamente y sine die es apoyar la “democracia real”? ¿Lo de decir que no vas a pactar con la casta o con los populismos y luego sí hacerlo, no es mercadear con el voto? ¿Eso de decir “el ayuntamiento para mí y la comunidad para ti”, no es repartirse los sillones?

Por mucha primavera democrática que nos anuncien, el desencanto está en marcha. Sólo es cuestión de tiempo que los “frescos” parezcan “lo mismo” y que los “valientes” se conviertan en “irresponsables”. No es la primera vez que ocurre ni en España ni en la historia de la humanidad, pero está visto que leemos poco a los clásicos y que nos empeñamos en aprender a base de golpes. Lo dicho, Pathei Mathos.