¿Renovarse o morir?

Comprarte un teclado para la tableta en la era de la globalización no es tan fácil como parece. Veamos: tienes una tableta a la que le vendría bien un teclado; teclado no tienes, pero sí una estupenda conexión de fibra óptica… pues vamos a meternos en Amazon, Rakuten o cualquiera de esas tiendas online que amenazan cualquier día con traernos los pedidos a casa en un dron, como ése que casi deja manco a Enrique Iglesias. El problema de salir a navegar al mar de la globalización, que dirían los cursis, es descubrir que todavía hay particularidades regionales que nos diferencian para lo bueno y para lo malo.

Para empezar, no es lo mismo un teclado qwerty, que uno qwertz… Algunos despistados se las prometen muy felices al encontrar un teclado muy barato, pero en cuanto llega el pedido a casa descubren que lo que han comprado barato es un teclado alemán, con la “z” donde debería estar la “y”, y viceversa. Aunque ahí no terminan los inconvenientes. La frustración más grande para el comprador despistado viene con la siguiente pregunta: ¡¿dónde está la ñ?!

Que tu idioma tenga una grafía exclusiva tiene su puntito de glamur y su dosis de engorro. Precisamente a los alemanes les pasó algo aparecido con la β. No hace mucho, para los germanohablantes era un símbolo tan habitual e innegociable como para nosotros la ñ. El problema es que, hartos de que los teclados fabricados fuera de su ámbito lingüístico no tuvieran la letra en cuestión, decidieron dar libertad a quienes escribiesen en ordenador. La β es una especie de “s”, así que los pragmáticos alemanes dejaron que fuera la gente la que eligiese usar (por gusto o necesidad) el símbolo de toda la vida o escribir una “ss”, como ya venían haciendo los suizos de habla alemana. Aquí en España algunos ya han dejado caer que debería poder utilizarse una combinación de letras para señalar la “ñ” castellana: unos proponen copiar al portugués (Espanha), mientras otros creen que la solución está en el catalán: Espanya. Lo malo es que eso plantearía otro dilema: decidir si la “ñ” podría convivir con la “ny” o la “nh”, en una especie de bufet libre, o debería ejecutarse el traumático asesinato de nuestra “ñ” de toda la vida con su entrañable rabito.

El debate entre románticos y rupturistas estaría servido si aquí la RAE planteara una reforma como la de Alemania o incluso la de Italia, donde los italianos, aburridos de cometer faltas de ortografía, mandaron a tomar por saco la “h”, argumentando que lo que no suena molesta. A los que esto último les parezca demasiado drástico, tan sólo recordar que hace un par de años en España aprobamos una reforma gramatical para que olvidarse de la tilde en palabras como “sólo” o “éste” no fuera falta de ortografía. Para algunos fue un alivio, pero para muchos otros resultó una claudicación ante la mediocridad de quienes son incapaces de meterse las reglas de acentuación en la cabeza.

Pues en medio de estas reflexiones, Andrés Trapiello ha venido a agitar aún más el cotarro lingüístico con una versión del Quijote en “castellano actual”. Así, donde Cervantes dijo “lanza en astillero”, Trapiello dice “lanza olvidada” y donde siempre se ha leído “adarga antigua”, ahora se leería “escudo antiguo”. Argumenta Trapiello que si el Quijote triunfa tanto en el extranjero es porque allí leen versiones actualizadas, y que si aquí se le atraganta a la juventud es porque el castellano del siglo XVII se hace indigesto. De nuevo, el debate entre exigir un nivel o rebajar el listón…

Dejar de lado la escritura original de nuestra obra literaria más importante, con el agravante de que el castellano tampoco ha evolucionado tanto durante estos siglos como sí han hecho otros idiomas de nuestro entorno, resultaría muy doloroso y plantearía dudas sobre la banalización de nuestras exigencias culturales. Pero, por otro lado, creer que esos jóvenes nativos digitales, acostumbrados a leer en diagonal y con un déficit de atención brutal, vayan a tragarse una obra que necesita 5.000 notas a pie de página para ser entendida, es mucho creer.

Unos hablan de herejía y otros de pragmatismo. Lo cierto es que a Trapiello ya le han quitado de las manos la primera edición de su Quijote actualizado en colegios e instituciones educativas. Vivimos tiempos cambiantes y el dilema de hasta qué punto adaptarse a lo nuevo y dónde mantenerse firme para no perder lo que se ha forjado durante siglos se antoja apasionante. Si no, que se lo pregunten a los señores de la RAE.