Una amiga me comentó, en una ocasión, que no podía soportar las conversaciones de sus padres a la hora de la cena. Los dos eran médicos y ambos se contaban las cosas más desagradables que habían visto ese día o las desgracias que habían tenido que contemplar en el hospital. Lo peor, decía, no era el contenido de esas charlas, sino el tono. Tanto el padre como la madre se lo tomaban con un sentido del humor bastante negro, entre irónico y caustico. El día que ya no pudo más y les recriminó su comportamiento, los dos se la quedaron mirando con cara de perplejidad. Luego se miraron entre ellos y cambiaron a un registro más pedagógico para explicar a su hija que aquello era un mecanismo de autodefensa psicológica. Si no ponían cierta distancia de por medio, no podrían volver al día siguiente a su trabajo sin derrumbarse o cogerle asco.
Parece una paradoja, pero es así. Cuanto más sensible eres, más riesgo corres de volverte un mojón de la carretera, que ni siente ni padece. De ahí que profesiones como médicos, enfermeros, abogados o periodistas estén plagadas de psicópatas. Afortunadamente, psicópata no tiene por qué ser sinónimo de asesino en serie, como se imagina mucha gente cuando escucha esa palabra. Un psicópata puede ser alguien que haga una vida normal, pero que tenga la incapacidad, entrenada o innata, de empatizar con el prójimo o sufrir con el mal ajeno.
Sin ir más lejos, los periodistas llevamos unos días que estamos saturados de muertos. Todavía no has dejado de informar sobre los 900 ahogados en Sicilia y ya te metes de lleno a contar cadáveres entre los cascotes del Nepal. Cuando el micrófono, la cámara o la imprenta te meten prisa no hay tiempo para reparar en esa niña con su camiseta rosa flotando inerte en el agua. Pocas cosas pueden helar más la sangre que ver a un crío, llamado a estar lleno de vida, inmóvil y a merced del vaivén del mar. ¿Qué hacemos los que tenemos por profesión contar estas penas un día sí y otro también? Pues, quieras o no, te acaba saliendo callo. La clave está en no perder la perspectiva cuando sales de la redacción.
El problema es que todos, tengamos o no una profesión que incite a la psicopatía, estamos cultivando demasiado el callo de la indiferencia. Hasta el punto que estamos dando por buenos planteamientos que son una miseria desde el simple punto de vista conceptual. Que la Unión Europea se plantea una operación militar para destruir los barcos de las mafias que trafican con los inmigrantes en Libia, nos parece perfecto. Así los pobrecitos no serán enviados al mar a jugarse la vida. Sorprende la poca gente que se plantea que eso es cinismo en estado puro. Nos molesta que se haya abierto una brecha en Libia que nos traiga a los africanos a nuestras costas y procuramos poner un tapón. Lo que suceda de la costa africana para abajo nos da igual, con tal de no verlo.
Ahora también nos hemos enzarzado con lo de si hay que obligar a los vagabundos a dormir en un albergue o no. Los que defienden la medida argumentan que eso perjudica al turismo y a la imagen de la ciudad. Pero es que los hay que se conforman con dejarles dormir donde quieran, que para eso somos muy guays y respetamos sus derechos. Si quieres respetar sus derechos o si te molesta la imagen que puedan dar, hay que solucionar el problema de raíz y reconocer que la simple existencia de vagabundos es un fracaso de todos como sociedad.
Cada vez que pasamos por delante de ellos como si no existieran, fracasamos como individuos. Cada vez que orillamos los problemas que claman al cielo con simples medidas estéticas para no verles, aunque existan, fracasamos. El problema es que cada vez nos parecen más acertadas esas soluciones de cartón piedra. Cada día nos reconfortamos con menos. Cada día somos, tal vez, una sociedad más psicópata. Y lo peor es que ni nos damos cuenta.