¿Qué hacemos con el Islam?

Dejas tu taza de café a un lado, enciendes el portátil y te pones a escribir lo que en ese momento se te pase por la cabeza. Así, sin más. La verdad es que a veces no somos conscientes de la suerte que tenemos de vivir por estas latitudes. Hace poco en Arabia Saudí a un colega bloguero le han castigado a recibir 50 latigazos cada viernes, durante varias semanas, por escribir algo que no le ha gustado al régimen. 50 latigazos. Y no se les está dando ni el Estado Islámico, ni Al Qaeda. Se los está dando el régimen saudí, aliado de Occidente en tantos asuntos y considerado ahora un bastión para “la estabilidad” en Oriente Medio.

Hablan de estabilidad, porque nadie se atreve a hablar de libertad. Es difícil hablar de libertad o democracia en una zona donde los países, los propios gobiernos, obligan a clubes como el Real Madrid a borrar la cruz de sus escudos para poder publicitarse. Aquí lo hemos aceptado sin más. “Normal que quitemos la cruz para no ofenderles”. Pero, ¿nos hemos parado a pensar qué significa ese gesto? Ese gesto implica que en Occidente hemos perdido la batalla del marco mental frente al islamismo. Damos por hecho que nuestros símbolos son ofensivos para ellos. No se trata de que les ofendamos caricaturizando sus símbolos religiosos, lo cual podría debatirse. Se trata de que nosotros, nuestra mera existencia, les parece insultante, algo a borrar con Photoshop. Y no para los fanáticos, sino para el propio establishment. Y nosotros lo aceptamos a cambio de ganar algunos petrodólares.

El problema no es que haya un sector fanatizado dentro del mundo musulmán dispuesto a hacer la yihad contra Occidente. El problema es que a los occidentales todo este envite nos pilla más perdidos que el barco del arroz. Occidente renunció a su identidad hace tiempo y se perdió en la maraña de lo políticamente correcto. Nosotros borramos nuestros símbolos para no ofender, pero nos cuesta prohibir el burka en nuestras calles o sancionar a quienes se bañan vestidos en las piscinas municipales, no vaya a ser que nos tilden de islamófobos. Sancionamos a un crío por decir en un programa televisivo que las niñas limpian mejor que los niños, pero permitimos que en las mezquitas de nuestro país se lancen comentarios machistas que denigran a la mujer. Hemos perdido el marco mental y eso nos debilita como sociedad.

Luego sucede lo que ha sucedido esta semana en Francia y todo se precipita. Los hijos de la rabia piden mano dura y comienzan a soltar comentarios que sí son realmente ofensivos contra la comunidad musulmana. Pues cuidado con creernos superiores a nadie. ¿Acaso no hemos sido nosotros violentos e intolerantes hasta antes de ayer? ¿Acaso nuestros abuelos y padres no han conocido genocidios, guerras y dictaduras? El camino a la democracia no es fácil y conservarla no es gratis. A nosotros nos ha costado siglos y al mundo musulmán se lo estamos pidiendo que lo haga en décadas. Nos guste o no, todas las culturas de la Tierra no han ido de la mano en el desarrollo científico, tecnológico y humanista de Occidente. Hay culturas que siguen ancladas en una especie de Edad Media mezclada con el secularismo que llegado de Occidente a lomos, primero de la colonización, y luego de la globalización. ¿Se imaginan que en siglo XVI cuando todavía íbamos a Flandes para evitar el avance del protestantismo se nos presentasen unos señores con Google, Facebook, la liberación de la mujer trabajadora, el matrimonio gay y la libertad de prensa? Pues en el mundo musulmán están un poco así. Los que tienen la mentalidad del siglo XVI conviven con los que abrazan el siglo XXI y en ese cacao adivinen quiénes tienden a la violencia para imponerse a los demás. Europa está impactada por el atentado del Charlie Hebdo y por la imagen de la ejecución de un policía indefenso en el suelo. No puede haber una metáfora más poderosa de lo complejo que resulta este asunto: el policía se llamaba Ahmed y era musulmán.

No hay que perder de vista que la inmensa mayoría de las víctimas del yihadismo son musulmanes que no se pliegan a las exigencias de los radicales. Tan equivocado es engañarse con que debemos dejar hacer a los islamistas en nuestro territorio en nombre de la multiculturalidad, como estigmatizar a todos los musulmanes o dejar a su suerte a las millones de personas que están luchando en sus países para que la primavera árabe no caiga en saco roto. Entre echar o marcar a todos los musulmanes de nuestra sociedad y dejarles vivir en nuestro territorio con una escala de valores radicalmente incompatible con la democracia debe haber un punto medio. Hacer valer nuestra identidad y nuestros valores sin caer en la intransigencia. Sacudirnos muchos complejos y hacer sacrificios en pos de la seguridad dentro y fuera de nuestra fronteras, pero controlado nuestras vísceras para no caer en un fanatismo contra el fanatismo. ¿Complicado encontrar ese punto medio? ¿Una quimera? ¡Ay, amigo! Nadie dijo que los retos civilizacionales del siglo XXI fueran a ser fáciles. Pero somos Occidente y ha llegado el momento de demostrar que somos la vanguardia de la humanidad. Ojalá tengamos suerte.

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