Levantarte una mañana sin saber que vas a salvar una vida

Todo aquel que no pueda dormir por motivos ajenos a su voluntad sabrá perfectamente de qué estoy hablando. Puedes ser un tipo entrañable, un buen amigo, un esposo ejemplar, un hijo modélico, un trabajador profesional como pocos, un ciudadano comprometido, un contribuyente honradísimo y puede que hasta experimentes un demoledor remordimiento cuando, por despiste, eches un envase al cubo de la basura orgánica…, pero como algo o alguien no te deje dormir de forma sistemática, créeme, acabarás sintiendo un deseo irrefrenable de invadir Polonia. Por algo, una de las torturas más efectivas en la base de Guantánamo consiste en la privación del sueño…

El pequeño desquiciado que llevo dentro cuando no duermo lo suficiente se ha imaginado a sí mismo, en infinidad de ocasiones, subiendo al piso superior para hacer pagar, con todo tipo de venganzas, las horas de sueño que me ha robado mi vecina. Tiquitiquití, tiquitiquití… El bastón, el andador o lo que sea que utiliza para desplazarse por el piso es como un martillo pilón que no te deja conciliar el sueño por muchos tapones que te pongas. Cómo una mujer de movilidad reducida puede tener semejante hiperactividad a lo largo y ancho de los 70 metros cuadrados de su vivienda es un misterio insondable.

El caso es que llega el fin de semana y por fin crees que vas a dormir una noche como las “personas humanas”, que diría aquel. Pero he aquí que, cuando todavía no han marcado ni las siete de la mañana, tu mujer te rescata de lo más profundo de tu dulce sueño para ponerte en alerta:

-Sergio, despierta. A la vecina de arriba le pasa algo.

-La madle que la palió…

Te incorporas como puedes, mientras te quitas los tapones de los oídos y la férula de la boca (no, no puedo ser un atractivo metrosexual las 24 horas del día, también yo merezco un respiro) y pones en guardia el oído. Efectivamente, se escucha un leve quejido: “Ay, qué dolor; ay, qué dolor…”

Rápidamente subimos a la planta superior y escuchamos el llanto de la vecina al otro lado de la puerta. Le preguntamos si está bien y nos ruega que abramos, sin acertar a explicar qué le sucede. Lógicamente, no tenemos llave y la puerta blindada está cerrada a cal y canto. Llamamos al 112. En tres minutos de reloj un policía local está ante la puerta del piso. El municipal llama a los bomberos y éstos se presentan cinco minutos más tarde. Cuando nos queremos dar cuenta tenemos a tres bomberos dentro de nuestro piso para estudiar la estructura de la planta y hacerse una idea de cuál es la mejor manera de acceder al piso de arriba. Finalmente, deciden extender una escalera por la fachada para entrar por la ventana. Mientras el camión se aproxima, llega una ambulancia. Cuatro trabajadores del SAMUR aguardan en el descansillo de la escalera cruzando apuestas sobres si se tratará o no de una rotura de cadera. Finalmente, los bomberos abren desde dentro y los sanitarios se movilizan.

Un bombero se asoma y nos cuenta que la mujer estaba en el baño cuando se ha caído hacia delante dando con la cabeza en el suelo. “No podía moverse, estaba aturdida y la postura le dificultaba la respiración. De no haber llamado vosotros, en una hora habría muerto”, nos felicita.

Primera reflexión: hasta diez profesionales y dos vehículos se movilizan en menos de media hora para salvar una vida humana. Reconforta la idea y te reafirma en el convencimiento de que hay determinados gastos presupuestarios que siguen mereciendo la pena, por mucha crisis que haya. Que los políticos recorten de gastos superfluos y duplicidades administrativas, pero no de esto.

Segunda reflexión: una mujer mayor no debería vivir sola en su piso, mientras sus hijos residen en la otra punta del país. Por muchos sanitarios, policías y bomberos que tengamos, nunca habrá mejor inversión social que la cultura de familia y el compromiso con los tuyos.

A mi vecina no se le ha roto ningún hueso, pero continúa ingresada porque le han detectado una neumonía con la que convivía sin saberlo. La soledad de esa mujer me apena. Me ha robado muchas horas de sueño, pero deseo que vuelva pronto a casa. Al final va a tener razón mi mujer: a pesar de lo que refunfuño cuando no duermo, va a resultar que soy un tipo entrañable. Hay que joderse…

3 comentarios en “Levantarte una mañana sin saber que vas a salvar una vida

  1. Se nota donde hay buena gente y vosotros lo sois, seguro que otros habrían hecho oídos sordos y gracias a vosotros esa señora ha salvado la vida gracias a vosotros. Enhorabuena. Y sí tienes razón, una mujer mayor no debería estar sola.

  2. Vi tu artículo hace unos días Sergio pero no pasé del título porque estaba fuera, acabo de leerlo de un tirón, y como siempre me alegro de leer algo tuyo, por las cosas buenas que dices y por las cosas buenas que haces 🙂 Qué duro tener que hacerse mayor y quedarse sola, no están los hijos, tampoco los sobrinos y quizá los nietos ni existen pero felizmente hay un par de vecinos que no piensan en pagar golpe con golpe. Braviii Mónica y tú 🙂

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