¡Menudo dilema! Ese mono venido a más que es el ser humano lleva siglos debatiendo (y matando) sobre el asunto sin acabar de ponerse de acuerdo. ¿Qué es más importante? ¿La libertad o la igualdad? Así, a bote pronto, los dos conceptos son loables. ¿Quién va a decir que está en contra de la libertad? ¿Quién va a despreciar, así sin más, la igualdad entre seres humanos?
Pues el asunto se complica cuando intentas llevarlo a la práctica, porque resulta que, a partir de cierto punto, son conceptos incompatibles. Si aplicas la libertad al extremo, libertad para que el ser humano elija su destino sin que nadie se entrometa en sus decisiones, te conviertes en un liberal. Lo malo es que habrá quien te diga que en una sociedad en la que cada uno actúa con total libertad los más inteligentes, audaces o con más dinero progresan y amplían la brecha respecto a los demás, creando una “sociedad desigual”. ¿Solución?: imponer la igualdad.
¿Cuál es la pega de imponer la igualdad? Pues que aplicada al extremo te lleva a una dictadura comunista. Si decretas por ley la igualdad entre todos, si no permites que la gente decida sobre su vida, no vaya a ser que los más capaces o más trabajadores destaquen sobre la media, te cargas la libertad. De manera que si eres un defensor de la libertad extrema, malo; si defiendes la igualdad hasta sus últimas consecuencias, peor todavía.
Luego están los fascistas, que no creen ni en la libertad, ni en la igualdad. Estos, por lo general, creen en la exaltación de la patria sustentada en miles de personas que, en realidad, no son personas. Son como hormiguitas que sólo tienen valor en tanto actúan como borregos que sostienen a un dictador. Paradójicamente, fascismo y comunismo se parecen mucho porque ambas opciones machacan sin contemplaciones al valiente que se le ocurra decir: “eh, que yo no soy una hormiga o un borrego… que yo pienso… que yo soy ‘ciudadano’”.
Cualquiera que tenga un poco de inquietudes intelectuales o ideológicas debería leer alguna vez en la vida “Cómo llegó la noche”. Es un libro escrito por Huber Matos, un cubano que, recién llegado a Sierra Maestra para unirse a la lucha revolucionaria de Fidel Castro, dejó para la posteridad una frase antológica: «Es difícil estar con uno mismo en medio de una revolución».
En realidad, Matos estaba haciendo algo tan prosaico como buscar agua para su cantimplora cuando se le pasó esa frase por la cabeza. Se había alejado un momento del bullicio del campamento guerrillero “una noche de palmas, río y luna”. Pero esa frase sería premonitoria de lo que estaba por venir. Y lo que estaba por venir era aquella celda pestilente en la Isla de Pinos, las moscas, la carne de perro que le harían comer mezclada con algo de arroz, los pocos paseos fuera de la celda… Paseos siempre de noche para que no le viesen los otros presos. Nadie debía verle porque durante 20 años Huber Matos fue para el régimen castrista “un muerto en vida”.
¿Qué pasó para que el hombre que entró triunfalmente en La Habana flanqueando al mismísimo Fidel Castro junto a Camilo Cienfuegos acabase ganándose el odio de Fidel? Pues la historia de Matos es la historia de alguien que experimentó en carne propia lo complicado que es esto de compaginar libertad e igualdad. Su amor por la igualdad le llevó a unirse a los hermanos Castro y al Che Guevara en la lucha contra el dictador Fulgencio Batista, ya saben, el típico cabroncete que se enriquecía mientras mucha de su gente pasaba necesidades.
Sin embargo, todavía en la jungla, antes de que consiguieran su objetivo, Matos comprobó de primera mano como Fidel humillaba a sus subordinados; el sectarismo del Che Guevara, ahora idolatrado por muchos jóvenes como sinónimo de libertad; la cobardía de algunos guerrilleros que han vivido el resto de su vida como héroes, gracias a la propaganda oficial. Aquellos detalles no pasaron desapercibidos para Matos, pero lo que le martirizó fue comprobar que se había chupado cuatro años de guerra, de 1956 a 1959, para cambiar una dictadura por otra. Cuando comprobó que la cosa derivaba hacia el comunismo expresó sus dudas a Fidel. Y Fidel, lejos de hacerle caso, le metió en la cárcel. “Aquí, en la soledad de mi calabozo, quisiera demoler a golpes los muros y las rejas, para poder salir a la calle y alertar al pueblo cubano sobre la terrible noche que les acecha”.
La noche de Matos duró 20 años. El régimen comunista no le perdonó ni un solo día y cuando cumplió condena le expulsó de la isla. Matos ha muerto esta semana convertido en un símbolo de la oposición anticastrista. Se ha ido con la pena de no haber visto una Cuba libre y con el remordimiento de haber contribuido a instalar en el poder una dictadura que ha superado ya el medio siglo.
Él fue testimonio de lo peligroso que puede ser decirle a un superior, desde la honestidad y la lealtad, que se está equivocando. Lo difícil que es imponer la igualdad sin matar la libertad. Muchos deberían leer su libro. Tanto los “progres” a los que se les llena la boca con la igualdad, como los defensores del progreso que ni se inmutan cuando pasan al lado de un mendigo. ¿Libertad o igualdad? Matos tuvo el coraje de dudar y eso le hizo pagar un precio muy alto. ¡Menudo dilema!
Sencillamente genial!Me ha encantado,me ha hecho pensar,y he aprendido algo de historia.Gracias
Gracias, amiga! Me parecía un tipo muy interesante del que se ha hablado muy poco en España. Abrazo!