Igualdad de género, manda huevos (nunca mejor dicho)

Lamentablemente, tenía que pasar y ha pasado. La estupidez social, que aquí en España se practica bajo una suerte de gilipollismo ilustrado, se contagia más rápido que cualquier virus o bacteria que uno pueda imaginar. ¿No me creen? Pues al loro, cantimploro: “Una oposición en Valencia da prioridad al varón si hay empate”…

Cuenta la prensa que el pasado 31 de marzo se celebró una oposición a técnico de tributos. Las bases de la convocatoria establecían que, en caso de que se produjeran empates en la puntuación, se debía escoger a los hombres porque, según los convocantes, en ese cuerpo técnico “el sexo masculino está infrarrepresentado”.

Habrá que investigar cómo procedieron técnicamente al desempate. Se supone que con enseñar el DNI debió ser suficiente, aunque no se puede descartar que los afortunados varones tuviesen que hacer gala de su gallardía anatómica para justificar su nuevo empleo. Algo así como el casting de Full Monty: “señores del tribunal, no tengo más idiomas que mi oponente, no saqué mejores notas ni en la carrera, ni en esta oposición… ¡¡pero tengo esto!!”.

Debe ser duro ir por la vida teniendo que explicar que la clave para conseguir tu puesto de trabajo residió en tu pene. De hecho, el asunto parece una broma, pero dicen los defensores de la medida que el problema está en la discriminación positiva a favor de la mujer: se han pasado tanto con la medida correctora en los últimos años, que ahora sólo hay mujeres.  Y es que una gilipollez ilustrada suele llevar a otra. ¿Alguien puede explicar que tienen que ver los pechos para ejercer como técnico de tributos? ¿Y el miembro viril?

Estamos ante puras aberraciones, fruto de una mentalidad buenista que, de tan simple, es ridícula y se vuelve contraproducente. La igualdad se consigue pagando a las mujeres igual que a los hombres y facilitándoles la maternidad sin que eso les corte o lastre la vida profesional. Todo lo demás son inventos de laboratorio que sólo pueden acabar mal.

Sin ir más lejos, el Consejo de Gobierno de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid acaba de anular el único grado de “Igualdad de Género” que había en España. 40 criaturitas, ignoramos la naturaleza de sus gónadas, se apuntaban al año. Los precursores de lo que llegó a ser una carrera universitaria (“soy licenciado en Igualdad”) asumen cabizbajos que el número es insuficiente para seguir adelante con la cosa.

Claro que cómo tomarse en serio a unos profesionales docentes que ni siquiera son capaces de emplear el lenguaje con corrección. “Igualdad de Género” repiten ufanos, sin percatarse de que género (masculino, femenino o neutro) tienen las palabras. Las personas tenemos sexo. De ahí, que cuando hablemos de la terrible violencia entre hombres y mujeres se le pueda llamar violencia sexista, machista, doméstica… pero no de género.

Cierto es, y hay que denunciarlo, que nuestro lenguaje es bastante machista. Lo bueno es “la polla” y lo aburrido es “un coñazo”. Un zorro es un tipo “astuto y solapado”, mientras que una zorra es una “prostituta”… Pero una cosa es que la RAE vaya a retirar algunas de esas acepciones en octubre de este año, y otra que nos hayamos entregado por completo a la moda de “los miembros y las miembras” y de la violencia de género, como si fuera posible que un artículo de género neutro agreda a un adjetivo declinado en femenino.

En fin, habrá que estar pendientes de la revisión que haga la RAE, así como de nuestros políticos y docentes para que modifiquen lo que haya que modificar en el lenguaje y la sociedad, pero sin caer en ridiculeces o barbaridades. Seguramente, en el equilibrio estará la clave. Mesura, compañer@s, mesura…

¿Qué es más importante si te hacen elegir? ¿Libertad o igualdad?

¡Menudo dilema! Ese mono venido a más que es el ser humano lleva siglos debatiendo (y matando) sobre el asunto sin acabar de ponerse de acuerdo. ¿Qué es más importante? ¿La libertad o la igualdad? Así, a bote pronto, los dos conceptos son loables. ¿Quién va a decir que está en contra de la libertad? ¿Quién va a despreciar, así sin más, la igualdad entre seres humanos?

Pues el asunto se complica cuando intentas llevarlo a la práctica, porque resulta que, a partir de cierto punto, son conceptos incompatibles. Si aplicas la libertad al extremo, libertad para que el ser humano elija su destino sin que nadie se entrometa en sus decisiones, te conviertes en un liberal. Lo malo es que habrá quien te diga que en una sociedad en la que cada uno actúa con total libertad los más inteligentes, audaces o con más dinero progresan y amplían la brecha respecto a los demás, creando una “sociedad desigual”. ¿Solución?: imponer la igualdad.

¿Cuál es la pega de imponer la igualdad? Pues que aplicada al extremo te lleva a una dictadura comunista. Si decretas por ley la igualdad entre todos, si no permites que la gente decida sobre su vida, no vaya a ser que los más capaces o más trabajadores destaquen sobre la media, te cargas la libertad.  De manera que si eres un defensor de la libertad extrema, malo; si defiendes la igualdad hasta sus últimas consecuencias, peor todavía.

Luego están los fascistas, que no creen ni en la libertad, ni en la igualdad. Estos, por lo general, creen en la exaltación de la patria sustentada en miles de personas que, en realidad, no son personas. Son como hormiguitas que sólo tienen valor en tanto actúan como borregos que sostienen a un dictador. Paradójicamente, fascismo y comunismo se parecen mucho porque ambas opciones machacan sin contemplaciones al valiente que se le ocurra decir: “eh, que yo no soy una hormiga o un borrego… que yo pienso… que yo soy ‘ciudadano’”.

Cualquiera que tenga un poco de inquietudes intelectuales o ideológicas debería leer alguna vez en la vida “Cómo llegó la noche”. Es un libro escrito por Huber Matos, un cubano que, recién llegado a Sierra Maestra para unirse a la lucha revolucionaria de Fidel Castro, dejó para la posteridad una frase antológica: «Es difícil estar con uno mismo en medio de una revolución».

En realidad, Matos estaba haciendo algo tan prosaico como buscar agua para su cantimplora cuando se le pasó esa frase por la cabeza. Se había alejado un momento del bullicio del campamento guerrillero “una noche de palmas, río y luna”. Pero esa frase sería premonitoria de lo que estaba por venir. Y lo que estaba por venir era aquella celda pestilente en la Isla de Pinos, las moscas, la carne de perro que le harían comer mezclada con algo de arroz, los pocos paseos fuera de la celda… Paseos siempre de noche para que no le viesen los otros presos. Nadie debía verle porque durante 20 años Huber Matos fue para el régimen castrista “un muerto en vida”.

¿Qué pasó para que el hombre que entró triunfalmente en La Habana flanqueando al mismísimo Fidel Castro junto a Camilo Cienfuegos acabase ganándose el odio de Fidel? Pues la historia de Matos es la historia de alguien que experimentó en carne propia lo complicado que es esto de compaginar libertad e igualdad. Su amor por la igualdad le llevó a unirse a los hermanos Castro y al Che Guevara en la lucha contra el dictador Fulgencio Batista, ya saben, el típico cabroncete que se enriquecía mientras mucha de su gente pasaba necesidades.

Sin embargo, todavía en la jungla, antes de que consiguieran su objetivo, Matos comprobó de primera mano como Fidel humillaba a sus subordinados; el sectarismo del Che Guevara, ahora idolatrado por muchos jóvenes como sinónimo de libertad; la cobardía de algunos guerrilleros que han vivido el resto de su vida como héroes, gracias a la propaganda oficial.  Aquellos detalles no pasaron desapercibidos para Matos, pero lo que le martirizó fue comprobar que se había chupado cuatro años de guerra, de 1956 a 1959, para cambiar una dictadura por otra. Cuando comprobó que la cosa derivaba hacia el comunismo expresó sus dudas a Fidel. Y Fidel, lejos de hacerle caso, le metió en la cárcel. “Aquí, en la soledad de mi calabozo, quisiera demoler a golpes los muros y las rejas, para poder salir a la calle y alertar al pueblo cubano sobre la terrible noche que les acecha”.

La noche de Matos duró 20 años. El régimen comunista no le perdonó ni un solo día y cuando cumplió condena le expulsó de la isla. Matos ha muerto esta semana convertido en un símbolo de la oposición anticastrista. Se ha ido con la pena de no haber visto una Cuba libre y con el remordimiento de haber contribuido a instalar en el poder una dictadura que ha superado ya el medio siglo.

Él fue testimonio de lo peligroso que puede ser decirle a un superior, desde la honestidad y la lealtad, que se está equivocando. Lo difícil que es imponer la igualdad sin matar la libertad. Muchos deberían leer su libro. Tanto los “progres” a los que se les llena la boca con la igualdad, como los defensores del progreso que ni se inmutan cuando pasan al lado de un mendigo. ¿Libertad o igualdad? Matos tuvo el coraje de dudar y eso le hizo pagar un precio muy alto. ¡Menudo dilema!

Huber Matos