Mi striptease tecnológico (y el tuyo también)

En la vida pocas cosas pasan por casualidad. ¿Por qué las aplicaciones de mi Smartphone insisten tanto en que les diga dónde estoy? ¿Por qué me aconsejan cada dos por tres que les facilite de forma permanente mi localización? “¡Para darte un mejor servicio, so cateto!”, dirán algunos. Y, en parte, no les falta razón.

Sin embargo siguen siendo muchos, tal vez demasiados, los que continúan sin ser plenamente conscientes del mundillo en el que nos hemos adentrado, a lo tonto a lo tonto, en apenas diez o quince años. A los que nacimos a finales de los 70 los ahora cincuentones todavía nos llaman “jovencitos”, aunque muchos ya estemos casados, con hijos, medio calvos o, en el mejor de los casos, peinando alguna que otra cana interesante. Es verdad que no somos unos abuelos, pero tampoco unos críos. Sin ir más lejos, no podemos presumir de ser “nativos digitales”. Los que comenzamos y terminamos con la EGB conocimos el mundo sin móviles y, peor aún… sin Internet!!!

Muchos no nos abrimos una cuenta de correo electrónico hasta que nos la ofrecieron en la universidad, donde también miramos con suspicacia y cierto cachondeo al primer compañero en posesión de un teléfono móvil. Luego llegó la conexión a Internet en casa tras convencer a tus viejos de que aquello era el futuro y no un simple gasto más para jugar a los marcianitos. El caso es que cuando nos hemos querido dar cuenta, no hay casa sin ADSL o superior; no hay bicho viviente sin al menos dos o tres direcciones electrónicas; ni amigo sin dos, tres o más perfiles abiertos en las distintas redes sociales que amenace con convertirse en Community Manager; y hasta tu madre, esa señora que se ha convertido en abuela, se lo pasa pipa mandando fotos de su nieto por el WhatsApp. Aunque lo más acojonante puede que sea ver al nieto, con poco más de un añito, deslizar el dedo por una revista de papel intentando que la foto o las letras respondan como la pantalla de una tableta.

Desde que el tren nos enseñó el concepto del minuto y los soldados británicos volvieron de la Primera Guerra Mundial con un reloj atado a la muñeca (de eso hace apenas un siglo) el ser humano no ha parado de correr a los Forrest Gump. Durante siglos los cambios tecnológicos y sociales fueron lentos y paulatinos. El hijo aprendía a trabajar y comportarse como lo había hecho su padre, y su abuelo y el padre del abuelo… Ahora no. Ahora lo que vivió tu padre no sirve de nada. Y lo que tú mismo viviste hace 15 años tampoco vale. El que no se sube al tren de la tecnología está listo de papeles: analfabetismo digital. Para no quedarnos out todos, con más o menos facilidad, con más o menos entusiasmo, hemos aprendido a manejar la tecnología que nos asalta por oleadas. El problema es que muchos, bien porque bastante han tenido con no ahogarse durante el cambio o bien porque ya han nacido dentro del cambio, no han interiorizado la tramoya del nuevo mundo en el que nos movemos. Nuevo paradigma, nuevas reglas.

Entre los castigos que Dios me ha impuesto en esta reencarnación de periodista radiofónico está el tenerme que leer toda la prensa todas las noches, a partir de las tres de la madrugada. Hay una perla que dejo siempre para el final: la contraportada de La Vanguardia.  Un lugar delicioso donde suelen aparecer personajes de lo más variopinto pero con un común denominador: una lucidez sobrecogedora que del detalle viaja a la categoría, ofreciéndonos las pistas para entender el mundo e intuir hacia dónde va. Este lunes 13 de enero los lectores nos hemos topado con José Luis Nueno, profesor del IESE e investigador de tendencias de consumo.

Pues dice el señor Nueno, entre otras muchas cosas, que las empresas bien asesoradas que deciden poner una tienda (de qué ponerla y dónde ponerla) se guían por el número de personas que pasan por una calle en concreto. ¿Y cómo lo averiguan?  ¿Se pone un tipo en una esquina a contar concienzudamente o a ojo de buen cubero?   No. Trabajan con un porcentaje de tráfico peatonal muy aproximado gracias a las señales que ofrecen los smartphones: “Nuestros big data de la señal de los móviles delatan nuestros trayectos”.

A eso hay que sumar que cada vez que pagamos con la tarjeta “confesamos” qué hemos comprado y dónde lo hemos comprado. Si en las redes sociales dejamos un rastro de “me gusta”, y por dónde quiera que vayamos cedemos con más o menos “confidencialidad” el trasiego de nuestros datos para usos comerciales,  los que manejan los hilos ya tienen suficientes mimbres como para conocernos casi como si nos hubiesen parido. Cada día regalamos una información ingente sobre nosotros mismos.  Pero todo se ha desarrollado tan deprisa, nos hemos adaptado a lo nuevo tan rápido, que casi no nos hemos dado cuenta.

Lo positivo es que, según el señor Nueno, la nueva era digital será buena para los jóvenes. A los ninis puede que les haya pillado el toro de la crisis, pero ese chiquitín en pañales que juguetea con el Smartphone de su padre “tendrá empleo y bien pagado. La demografía juega a su favor”.  Por cierto, según el profesor del IESE, el soporte papel desaparecerá y la prensa se leerá por completo a través de pantallas.  Ahora sólo falta que inventen algo para que, en caso de trabajar en un programa matinal de radio, no haya que madrugar tanto.

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