El Rey y el Príncipe, cuestión de miedos y confianzas

Pues sí, al Rey le van a operar otra vez. Ni siquiera cuando eres el Jefe de Estado, te traen a los mejores médicos y reservan para ti toda una planta de un hospital te libras de que algo salga mal.

El caso es que volvemos a estar metidos en esa polémica, cada vez más recurrente, de si Juan Carlos I debe abdicar a favor del Príncipe o aguantar al pie del cañón hasta el final de sus días.

Tremendo dilema del que, en los últimos tiempos, recuerden, no se libró ni el Vaticano.  La Iglesia nos mostró hace unos años la determinación de Juan Pablo II de ejercer el ministerio de Pedro hasta el último momento. Lo hizo alegando, entre otras cosas, que era una manera de dignificar a los ancianos en esta sociedad del usar y tirar, en la que a los viejecitos y los enfermos se les esconde en un rincón como si ya no fueran agradables a la vista. A muchos católicos y ciudadanos del mundo aquella reflexión del Papa polaco nos pareció tremendamente enriquecedora.  Sin embargo, luego llegó Benedicto XIV y, con argumentos igualmente sólidos y respetables, decidió renunciar en un gesto casi sin precedentes.  Esgrimió el Papa alemán que su avanzada edad le impedía ejercer su ministerio con la intensidad que requería y que, tras mucho pensarlo y consultarlo con Dios, había decidido hacer un ejercicio de honestidad.

¿Quién tenía la razón?  Pues posiblemente los dos a su manera, sobre todo, porque la Silla de Pedro es un cargo muy especial rodeado de una espiritualidad que no tiene ninguna jefatura de Estado al uso.  Pero, entonces… ¿qué pasa con el Rey de España? ¿Debe Juan Carlos apuntarse al estilo Wojtyla o al estilo Ratzinger?

El Rey no es ni polaco, ni alemán y tampoco es el líder de una comunidad de creyentes.  Lo suyo es ejercer como Jefe de Estado de una monarquía parlamentaria. Una monarquía curiosamente como Holanda, donde la Reina Beatriz no ha tenido ningún problema en decir algo así como “yo ya estoy mayor, me merezco descansar un poco y mi hijo, que se ha estado preparando desde que nació y que ya no es ningún chaval, se merece un poco de confianza”. Paradójicamente, los dos monarcas, el holandés joven y el español veterano, coincidieron la semana pasada en La Zarzuela.

Pues dicen desde la Casa del Rey que don Juan Carlos es de los que piensan ejercer hasta el último día. Los que defienden esta opción utilizan varios argumentos. El más convincente es que justo ahora, precisamente ahora, no es el mejor momento para que un país con una crisis económica, territorial e institucional como sufre España se meta en el jaleo de cambiar de Jefe de Estado. El otro argumento da por hecho que los sectores republicanos/antimonárquicos/separatistas aprovecharían el relevo para intentar desestabilizar el edificio constitucional para acabar desembocando en una idea: Felipe de Borbón todavía no está preparado para ese envite. O como dicen algunos: “Todavía no es su momento”. Pues eso es harto discutible. Más que nada porque cuesta creer que un señor que tiene 45 años, que se ha pasado la vida formándose para ser Rey, que colecciona idiomas y licenciaturas, y que, por saber, hasta pilota aviones de combate no esté preparado para ejercer el oficio.

En el fondo, tanto miedo al cambio sólo sirve para dañar la imagen de España como país y de la Monarquía como institución. Hace daño porque denota miedo y falta de confianza, cuando lo que se necesita ahora mismo es confianza. Confianza y compromiso con el futuro. En el fondo, uno de los factores que subyacen aquí tiene que ver con la manía de todas las generaciones de creerse indispensables. Y, precisamente, si hay una generación a la que le está costando horrores pasar el testigo, aunque sea de forma gradual, esa es la generación del Rey. Los que nacieron en la dictadura, protagonizaron la Transición y diseñaron la España del café para todos, que disfrutamos/padecemos hoy en día, no acaban de confiar en sus hijos.

“Vosotros no sabéis de dónde veníamos y lo que costó conseguir lo que tenemos”. Con esa frase lapidaria muchos padres han querido zanjar más de una discusión con sus hijos nacidos y criados en Democracia. La generación nacida en los 70 y comienzos de los 80, a lo tonto a lo tonto, se ha plantado en la edad adulta, tiene hijos y lleva años ocupando cargos de responsabilidad en el mundo laboral.  Esa generación, a diferencia de sus padres, no entiende que el sistema judicial de este país esté controlado de facto por el poder legislativo, que la Democracia en mayúsculas haya degenerado en una partitocracia donde destacan los enchufados y mediocres o que aquí nadie dimita por corrupto. No lo entiende porque ha nacido en democracia y no arrastra ningún complejo de la dictadura. Ha viajado al extranjero con y sin becas Erasmus, ha convivido, competido y ganado a sus colegas de otros países y de tonta no tiene un pelo porque ha recibido una formación académica como no ha habido otra.

El abismo generacional que empieza a percibirse ha vivido un episodio curioso con el reciente debate de las pensiones.  La generación del Baby Boom, instalada en una cierta autocomplacencia autista, permitió hace años que sus hijos cobraran menos que ellos. Pero no contenta con eso, pretendió que ese ejército condenado al mileurismo les pagase durante las próximas décadas sus pensiones de 2.000 euros. La reforma de la jubilación ha empezado a despertarles de su Arcadia feliz…

La cuestión es que hay conocidos monárquicos como Luis María Ansón (nada sospechoso de querer cargarse la Corona) que en los últimos tiempos han hablado de la necesidad de un cambio generacional; la necesidad de que los jóvenes hablen y participen de cualquier reforma constitucional que pueda vivir este país y de cualquier debate que pueda surgir en torno a la Monarquía.  Ambas, si realmente quieren tener futuro, deberán tenerlo de la mano de esa primera generación que ha parido la democracia.

La España de las Autonomías fue un gran logro y ha tenido más cosas buenas que malas. Pero nadie puede negar que le han salido grietas. Y esas grietas no las pueden tapar (por lo menos, no en solitario) los que sienten que el simple hecho de hablar de grietas supone cuestionar todo su esfuerzo vital por construir el edificio.

Posiblemente, el relevo entre el Rey y el Príncipe simbolizará el abrazo entre dos generaciones: la que inició algo grande y la que está llamada a completar la obra y llevarla a su plenitud.

Los que no tuvimos que sufrir la dictadura no debemos olvidar el 23F ni la lección que nos dio Wojtyla. No debemos caer en el error de denigrar a Juan Carlos I y tirarle a la basura simplemente porque tenga problemas de salud.  El sentido común dice que,  hasta que no se aclare el caso Noos y el problema catalán, lo mejor es que pase otra vez por el taller y aguante el tirón.  Pero si de momento no se produce su relevo, que sea, efectivamente, porque justo ahora no está el horno para bollos. Pero, por favor, que nadie diga que el Príncipe no está preparado.

Y si en este país no hay cambios para mejorar, que sea porque hay una generación que, habiendo tenido muchos aciertos, sigue sin querer reconocer sus errores. Pero, por favor, que no digan que no hay una generación de españoles ahí fuera preparada y dispuesta a tirar del carro y mejorar lo que tenemos.  En definitiva, tanto en Zarzuela como el conjunto de España, hace falta menos miedo y más confianza.

3 comentarios en “El Rey y el Príncipe, cuestión de miedos y confianzas

    1. Precisamente hoy en La Mañana de COPE hemos debatido sobre la polémica que se ha montado con eso. Lo ideal sería que se operase en una pública para lanzar el mensaje de que confía plenamente en la Seguridad Social. También es cierto que ocupar toda una planta durante una semana (por el dispositivo de seguridad) en un hospital público, estando el sistema tan saturado como está, puede ser contraproducente. Lo que está claro es que la actitud de la sociedad con la Corona es mucho más severa que hace unos años. El caso Noos ha marcado un antes y un después en ese aspecto, y se nota cuando se presentan este tipo de dilemas…

  1. Muy buen post! Personalmente creo que ya es hora que pregunten a esta generacion tan preparada de la que hablas si queremos o no un monarca como jefe de Estado. Y con respecto a la operacion del Rey deberia haber sido en un hospital publico y respetando las listas de espera como todo hijo de vecino. Acaso su salud es mas valiosa que la de alguno de nuestros familiares?
    (Perdon por los acentos… esos pasa por usar un teclado foraneo)

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