De vientos y ventoleras

Es entrañable llegar a la redacción o a la oficina un lunes tempranito y toparte con la típica discusión entre madridistas y antimadridistas. Esta vez, la pelea consiste en dirimir si al Real Madrid y al Alavés les han ha hecho o no la puñeta con la suspensión del partido del Celta, equipo que estaba loco por no jugar el domingo contra los blancos, porque lo que les interesaba era descansar para la vuelta de la semifinal de la Copa contra los vitorianos. Sin jugar el domingo, afrontaba la Copa descansado. Además, cuando juegue con el Madrid dispondrá de los titulares, y no tendrá necesidad de exhibir a los suplentes, como tenía pensado hacer el domingo.

El fuerte viento del último temporal se llevó una parte de la cornisa del estadio de Balaídos, y el alcalde de Vigo anunció la suspensión del partido por motivos de seguridad. Faltaban más de dos días para solucionarlo o buscar un campo alternativo. Al final, ni una cosa ni otra. El alcalde, Abel Caballero, se negó a que el partido se trasladara a una ciudad cercana, como Compostela, porque, a su juicio, los vigueses tenían el derecho a disfrutar del partido. Es más, se vino arriba y recomendó a los madridistas que visitaran Vigo, pero sólo para dejarse las perras y hacer turismo.

1486161852_999622_1486164718_noticia_normalEl Real Madrid, y el Alavés, se sienten perjudicados. Sus adversarios les critican y les acusan de mezquinos, por no ser más comprensivos con un rival que ha sufrido un contratiempo. Les han llegado a acusar de querer que se jugase a toda costa, incluso en detrimento de la seguridad de los espectadores, cosa que parece exagerada, puesto que unos planteaban jugar en otro campo o a puerta cerrada, mientras los otros se limitaron a pedir el aplazamiento de su propio partido para estar en igualdad de condiciones. En todo caso, al margen de a quién beneficie o perjudique la suspensión o de cuándo se juegue, estamos ante una escena costumbrista del carácter hispano.

Nos perdemos en los dimes y diretes de unos y otros en función de sus colores, y dejamos que se escape de rositas, como un verdadero adalid del sentido común y defensor sin igual de la seguridad ciudadana, el verdadero culpable de esta situación. El alcalde de Vigo, como responsable del estadio municipal de Balaídos, es quien ha dejado, durante meses, que los vigueses y sus visitantes se situaran debajo de una cornisa en mal estado de mantenimiento, susceptible de volar a poco que el viento sople fuerte.

¿Qué hubiera sucedido si el viento que levantó la cubierta en lugar de soplar tres días antes del partido, lo hace durante un encuentro? En Portugal ha soplado el mismo viento y no se ha suspendido ningún partido, cuestión de mantenimiento de los estadios de primer nivel. Lejos de ponerse colorado y tener que dar explicaciones, el alcalde saca pecho, hace una tournée de gloria bendita por los medios de comunicación y se pone flamenco con los perjudicados a los que llama “mezquinos” por proponer jugar a puerta cerrada.

Somos expertos en aplicar un buenismo sistemático, condescendiente con los que incumplen sus obligaciones y crítico con quienes exigen que se cumplan las reglas y que sean los que provocan los problemas, por acción u omisión, los que carguen con las incomodidades o los castigos que se derivan de esos problemas. Si el Celta, equipo admirable con una gran afición, que ojalá este año se quite la espina y gane su merecido primer título de la historia, no ha podido mantener su estadio en condiciones, lo que no puede ser es que se beneficie del aplazamiento, perjudicando a quienes sí tienen sus estadios en perfecto estado de revista.

Somos expertos en presentar como antipáticos o excesivamente cartesianos a quienes reclaman sus derechos, mientras se nos escapan detalles esperpénticos como esos bomberos y expertos hablando de 20 metros cuadrados de cubierta como si fueran el segundo reactor de Fukishima, o el hecho de que, en la supuesta mejor liga del mundo de un supuesto país desarrollado, hasta dos partidos han tenido que ser suspendidos por un viento que en otros lugares cercanos no ha tenido esas consecuencias.

Hace unos años a alguien se le ocurrió hacer cumplir la ley y bajar a segunda división a los clubes que no pagaban sus deudas. Las manifestaciones de las aficiones del Celta y Sevilla hicieron que no se castigara a los morosos y, como contrapartida chapucera, se permitió subir a los dos equipos que tenían derecho a ascender matemáticamente. Desde aquella cabriola de la liga de 22 equipos el fútbol patrio no ha sabido librarse de un calendario de locos que provoca las cómicas tribulaciones que estos días entretienen las conversaciones de oficina y cafetería. El sectarismo futbolístico nos hace darle o quitarle la razón a uno u otro equipo, mientras los políticos que no hacen su trabajo, no sólo no salen escaldados, sino que consiguen réditos mediáticos y su consecuente minuto de gloria. Es sólo fútbol, pero es un espejo de la sociedad en la que vivimos