La campaña del cambio generacional

Una mañana cualquiera, en un semáforo de una calle cualquiera de Madrid. Dos hombres en una edad indefinida superior a los 50 años esperan a que el muñequito de los peatones se ponga en verde. Uno le dice al otro: “pues no que dicen que el debate lo ganó el que mandó más ‘tuis’. ¿Qué pasa, que el que no tiene twitter de ese no cuenta? “Oiga, yo también tendré algo que decir…” Su compadre asiente como el que piensa: “qué razón tienes”. Ciertamente, los tiempos están avanzando muy deprisa. Ha sido tal el tapón de la generación de los Baby Boomers, que ahora los nacidos en democracia han tomado los cuarteles de la cosa pública con el ansia de quien quiere ponerse al día en dos minutos. En parte es comprensible esa pulsión por tomar las riendas negadas durante tanto tiempo, como también lo es el vértigo que está experimentando una parte de la población con más edad.

Y es que el cuento ha cambiado mucho en apenas 20 años. Ya casi nadie se acuerda de aquel grito de “¡qué viene la derecha, que os quita las pensiones!”. Alfonso Guerra intentaba asustar a los jubilados para que no votasen a un señor muy serio con bigote, que amenazaba con llevar a la derecha al poder por primera vez tras la Transición. Dos décadas después, dicen que el PP puede ganar las elecciones, a pesar de los pesares, precisamente porque los mayores de 65 tienen clarísimo que lo suyo es votar a los que prometen estabilidad y pocos experimentos. Como giro copernicano, no está nada mal. Entre tanto, los partidos tradicionales no saben qué hacer para convencer a los menores de 40 años. Esa franja de edad parece un coto privado de los “partidos emergentes”, básicamente, Ciudadanos y Podemos.

campaña_electoralEso es tan así que las terminales biempensantes del bipartidismo, tanto su versión conservadora como progresista, han movido ficha bajo cuerda para dar de lo lindo a los que amenazan con cambiar el panorama político. Fijaos en la intensidad que han experimentado las críticas a Ciudadanos. Albert Rivera ha pasado de ser el yerno ideal a un tipo que “se pone demasiado nervioso en los debates”, que se está “desfondado” o incluso “machista”, por haber propuesto que a las mujeres que maltraten a sus maridos les caiga el mismo castigo que a los hombres maltratadores. Como será la cosa, que El País, que llegó a poner por las nubes al nuevo partido de centro nacido en Barcelona, ahora sale en un editorial con que Ciudadanos es la nueva derecha. Lo que hay en el fondo de todo esto es el miedo al desfondamiento del PSOE. Las encuestas que manejan los que mandan apuntan a que el partido que más ha gobernado en democracia realmente se va a quedar lejos de los 100 escaños. Hay mucho miedo a lo desconocido. Los poderes de siempre están en su semáforo particular mascullando contra “lo nuevo”.

Y ciertamente lo nuevo no tiene por qué ser mucho mejor que lo conocido hasta ahora. En la naturaleza humana está prometer mucho desde la barrera para luego acomodarse en cuanto se pisa el coso. La Historia está llena de ejemplos. No haber hecho nada hasta ahora no es un mérito por sí mismo. El que venda esa idea, que los hay, es un ignorante o un cínico. Pero tampoco se puede despreciar a los nuevos por no haber sido concejales. ¿Qué experiencia tenían los Felipe González y compañía cuando se echaron este país a la espalda con treinta añitos recién cumplidos? ¿No habíamos quedado en que uno de nuestros cánceres es que estamos dirigidos por políticos profesionales que no han hecho otra cosa que política y que no han visto el sector privado ni por asomo?

Lo desolador es que, tanto unos como otros, siguen en el trazo grueso. Esta campaña tiene mucha tele y mucha espectacularización de la política (las fan zones previas al debate a cuatro y el momento Gran Hermano de cómo iban en coche los candidatos al plató te dejan sin palabras), pero en lo básico sigue siendo igual que las otras. No se puede proponer en serio porque los demás se echan encima como hienas, aunque sea sin razón, o aunque en el fondo estén bastante cerca de lo que dices. Y en medio de ese toma y daca cínico y cainita, a nadie le ha dado por escuchar a la Fundación Transforma España. Ese grupo de expertos españoles y extranjeros ha elaborado el Decálogo de un Programa Electoral. Entre otras cosas, proponen que España se sume a otros países de la OCDE como Holanda, donde un ente independiente fiscaliza los programas de todos los partidos para denunciar las propuestas que no tengan sentido o que sean inviables económicamente. Así se sabe quién miente o qué coste tiene tomar una medida determinada. Que la manta te destape los pies, si te tapa la cabeza, no es ningún drama, siempre que se sea consciente de ello.

Claro que para eso todos deberían crear y someterse a ese ente realmente independiente. Y la ciudadanía debería ser lo suficientemente madura como para darse cuenta de que se corre el peligro de que todo cambie para que todo siga igual. El tan cacareado cambio generacional debería servir para algo más que la renovación de caras y siglas. Debería darse un salto en la calidad democrática, sin revoluciones neobolchebiques pero sin cosmética para ilusos. Visto lo visto, puede que no caiga esa breva.