Réquiem futbolístico

A todos de alguna u otra manera nos persigue nuestra infancia. Yo fue un niño de los 80. Un niño de los 80 y catalán o, si se prefiere, de Barcelona. Este último dato no es baladí, porque implica tener un bagaje diferente (ni mejor ni peor) que el de otro niño ochentero, pongamos, de Zamora. De mi infancia barcelonesa recuerdo la omnipresencia de dos señores bajitos, tirando a calvos, que salían a todas horas en los medios de comunicación. Uno tenía muy mala leche cuando se enfadaba y se las daba de pope de la moralidad y el sentido de Estado. Se pasaba el día diciendo que éramos “sis milions”, que debíamos “fer país” y que “catalán era quien vivía y trabajaba en Cataluña”. El otro señor bajito onmipresente no tenía tanta mala baba, por lo menos, aparentemente. Mas al contrario, nos traumatizó a muchos párvulos al llorar como una nenaza en una mítica entrevista televisiva porque el F.C. Barcelona, su pobre Barça, se descosía a jirones. José Luis Núñez era un poco pusilánime y bastante victimista.

Eran los tiempos del motín del Hesperia, del “ay, que encara patirem” (ay, que todavía sufriremos) y de los traumas maradonianos por la lesión y posterior marcha al Nápoles del Pelusa. En aquellos años, los culés no levantaban cabeza. A este niño ochentero le fascinaban unas pegatinas que se veían de vez en cuando en los coches o en las carpetas de algunos compañeros con el escudo azulgrana y un lema: “aquest any, sí” (este año, sí). Era el grito de esperanza de una afición que, cada año, veía como el Real Madrid les mojaba la oreja y encadenaba liga tras liga. Si en el Barça todo eran desgracias, en el Madrid todo era armonía, con unos tipos ardorosos vestidos de blanco que protagonizaban remontadas imposibles en la UEFA y con un delantero que daba unas volteretas fascinantes cada vez que marcaba. Así era difícil ser del Barça. Ser culé significaba estar a la defensiva, ver conspiraciones arbitrales por doquier, creer que Dios estaba en tu contra y hacer un máster en frustración.

Si la historia de Pujol ha cambiado, la del Barça y el Madrid, ni te cuento. Me pregunto cuántos niños del Madrid estarán experimentando estos madrid_cadizaños las mismas sensaciones que los niños culés de los 80. Lo que está viviendo el club que hicieron grande Santiago Bernabéu y Alfredo Di Stéfano no tiene precedentes. Si prestas atención a las conversaciones de los bares, a los comentarios de la oficina y a los tics del madridismo mediático, descubres un aroma familiar que procede de la más remota infancia. Frustración, pesimismo, victimismo, manía persecutoria arbitral, falta de confianza en las propias fuerzas… todos los dejes que tenían los culés están ahora instalados en muchos madridistas de a pie. Sólo hay una cosa que les diferencia: los madridistas siguen aplaudiendo a los jugadores del Barça cuando dan un recital en el Bernabéu. Jamás se verá eso en el Camp Nou, por muy bien que juegue el Madrid.

El madridista anda cabizbajo estos días, objeto de las burlas de numerosos enemigos que siempre le odiarán por tener más copas de Europa y más ligas que nadie. Situación inédita, mientras cada vez son más los que culpan a Florentino Pérez. Lo más preocupante para el famoso empresario debe ser que los importantes periodistas que habitualmente le defienden comienzan a balbucear ante la falta de argumentos y, sobre todo, que entre quienes más le defienden están los más viscerales antimadridistas. La chirigota copera de Cádiz demuestra que en ese club todo está centrado en la economía y el marketing, dejando la cuestión futbolística sin estructura ni fundamento, ni siquiera para la intendencia diaria. Desde que Florentino llegó a la vida de los madridistas, durante sus dos mandatos o el interregno caótico que dejó, se echó a Redondo, se echó a Del Bosque, se echó a Hierro, se despreció a Eto’o, se despreció a Milito, se despreció a Suárez, no se supo valorar a un niño brasileño que probó con el Madrid llamado Neymar, se trajo a inútiles e impostores como Faubert, se trajo a golfos como Cassano, se trajo a flipados como Luxemburgo y su pinganillo, se trajo a piadosos como López Caro, se trajo a entrenadores victimistas y conspiranoides con ADN Barça como Mourinho o Schuster… y, de repente un día, en el club que lidera la lista Forbes no hay nadie que sepa mandar un fax a tiempo o revisar una lista de sancionados.

Si Florentino Pérez tuviera que valorar la gestión de un directivo de ACS, teniendo en cuenta cómo estaban el Madrid y su competencia en el año 2000 y cómo están a noviembre de 2015, ese directivo acaba de patitas en la calle. En la España de Ciudadanos, Podemos, del cambio generacional y la regeneración democrática, Florentino se lleva el dedo a la boca para mandar callar a los que silban y se blinda con unos estatutos que sólo le dejan presentarse a él a las elecciones del Madrid. El club parece haber viajado en el tiempo para mimetizarse con el Barça de Núñez o el Atleti de Gil. La única esperanza para los blancos es que, como demuestra el ejemplo del Barça, todo puede cambiar a mejor. De ahí, que los culés no deberían confiarse demasiado, mientras disfrutan al máximo de este momento. Y es que, como ha señalado Sergio Ramos, nada es para siempre. Palabra de filósofo.