Este sábado 28 de noviembre de 2015 hay convocadas manifestaciones del “No a la Guerra”. No es que hayamos invadido Irak, más bien al contrario. Periodistas que hace 11 años agarraron la pancarta con vehemencia y periódicos que se pusieron los primeros de la mani ahora están inquietos, paradójicamente, porque el gobierno se mueve menos que un gato de cerámica. No hay manera de que Mariano Rajoy se anime a meterse en jaleos militares. Y eso que muchos le están diciendo que estaría más que justificado. Las masacres que sufren países como Túnez o Egipto para que no se hagan demócratas, los ataques de París para forzar a los europeos a dejar nuestro libre y despreocupado modo de vida y las matanzas diarias en los territorios conquistados por los yihadistas de la bandera negra han hecho que mucho pacifista se replantee su postura.
No se trata de fiarlo todo a las bombas. Hará falta diálogo con determinados actores, integración de los musulmanes europeos y ayudas económicas para reconstruir Oriente Próximo y el Magreb. Pero, junto a eso, hay que bombardear las refinerías de las que sale el petróleo que financia el Estado Islámico, sus campos de entrenamiento y las infraestructuras que utilizan para “crear Estado” y cobrar impuestos a sus “súbditos”. Y sí,
eso se hace con bombas, explosiones y tiros. Lo ve cualquiera que tenga dos dedos de frente, incluso los que ahora, de forma indirecta, reconocen que su pacifismo radical de hace una década era impostado, un reflejo coyuntural para echar a un gobierno que nos le caía bien; y, una vez conseguido el objetivo, si te he visto, no me acuerdo.
Aun así, este sábado hay mani contra la guerra. Todavía los hay que creen en el buenismo posmoderno de “vive y deja vivir”, asentados en la esperanza de que si metemos la cabeza bajo tierra, nadie se meterá con nosotros. Son como esos niños pequeños que juegan al escondite simplemente tapándose los ojos, convencidos de que si ellos no ven, los demás tampoco les ven a ellos. Escuchar a los “alcaldes del cambio” decir eso de “la violencia sólo engendra violencia” o que “esto se arregla dialogando con los yihadistas” provoca una mezcla de ternura y vergüenza ajena. Uno intenta no hacer la caricatura fácil porque, a fin de cuentas, ser caustico con alguien que está radicalmente en contra de la violencia no es lo que más te pide el cuerpo. Hay suficientes hijos de puta en el mundo a los que criticar primero. Sin embargo, la superioridad moral, incluso el asco con el que siguen mirando a los que proponen una intervención militar como parte de una estrategia integral para hacer frente al Estado Islámico da coraje.
La historia da muchas vueltas. Si en 10 años el cuento ha cambiado radicalmente, imagínate si nos remontamos más atrás. Hace 80 años, los dirigentes de Francia y Reino Unido jugaron al “vive y deja vivir” con Hitler. Cualquier excusa era buena para no parar los pies a la maquinaria nazi que no dejaba de crecer y crecer. “La culpa es del Tratado de Versalles, que fue muy duro con los alemanes, les humilló demasiado”; “en el fondo tienen derecho a quedarse con los Sudetes porque allí viven alemanes”… La tendencia a creer que la culpa es nuestra, que en realidad los demás son hostiles porque nosotros nos hemos equivocado primero es muy peligrosa. Es un ejercicio muy humano de autoengaño en el que han caído y siguen cayendo desde muchas mujeres víctimas de la violencia machista, pasando por los líderes que no fueron capaces de parar a Hitler hasta llegar a los que, a día de hoy, consideran que nos tenemos bien merecida la amenaza yihadista.
Con esa curiosa regla de tres, puede que las cuentas saliesen claras hace 11 años: vamos a Irak, nos atacan; nos volvemos de Irak, jamás nos volverán a atacar. No se trata de justificar aquella invasión, y menos a estas alturas, porque fue una cagada colosal que abrió la caja de Pandora. Además, sus responsables ya han pagado política y socialmente por ello. Pero las cuentas ya no salen. Porque no estamos en Irak y seguimos estando amenazados. Porque los totalitarios siempre intentarán machacarte, si se les presenta la ocasión. Porque si eres progresista no puedes hacer el caldo gordo a una ideología que somete a la mujer y niega la diversidad. Porque el mundo no es lo que nos gustaría que fuera, sino lo que es. Porque la paz no se puede comprar a cualquier precio. Y porque es una indecencia que hace 11 años saliésemos a la calle a reclamar justicia para las víctimas del yihadismo en España y, ahora que no hay ningún gobierno que se deje derrocar con sus torpezas y mentiras, permitamos que el monumento a esas víctimas en Atocha esté tirado en el suelo, sin que nadie se acuerde de nuestros caídos. ¿Ese es el respeto y la justicia que pedíamos para ellos? Menos manifestación y más reflexión honesta.