Cuando el jefe se va contigo al chiringuito

Que somos un país de envidiosillos lo sabíamos desde hace tiempo. Ya sabes, eso de criticar al que se compra un coche caro o alegrarse cuando ese negocio que abrió el vecino tuvo que cerrar: “lo ves, cariño, como era una locura abrir una cafetería en esa esquina, lo mejor es no hacer nada como hacemos nosotros…”. Hay demasiada gente que necesita que a los demás no les vaya bien para sentirse conformes con su propia mediocridad. El problema es que las nuevas tecnologías han venido a ponérselo un poco más difícil a esos envidiosos.

playa_caribeUn estudio titulado “Envidia en Facebook: una amenaza escondida para los usuarios” asegura que la primera causa de envida entre los españoles que emplean las redes sociales son las vacaciones del prójimo. ¡Nos jode que los demás enseñen sus fotos en una playa del Caribe demostrando lo felices que son y lo bien que se lo montan! El problema, dicen los responsables del estudio, no es que no seamos felices; es que nos empeñamos en ser más felices que los demás. Y la cosa se complica cuando somos incapaces de entender que, en realidad, la gente que cuelga sus fotos en Facebook suele proyectar una imagen de felicidad superior a la que realmente disfruta. Vamos, que aquí todo el mundo exagera algo de cara a la galería, en una especie de competición freudiana, para sentirse bien consigo mismo. Algo así como los programas tipo Madrileños por el Mundo, donde sólo salen aquellos que están encantados de haber hecho la maleta, y nunca el que se caga en las muelas pardas de su país de acogida y en la mala hora en que dejó su casa.  A todo esto, los encargados de este peculiar estudio también alertan del pernicioso efecto que sufre la otra parte implicada en la ecuación. Las redes sociales se han convertido en un escaparate para potenciar el ego y el narcisismo de los que publican sin mesura hasta límites poco compatibles con el equilibrio mental.

Y es que esto de la era digital siempre tiene su parte buena y su parte mala. Sin ir más lejos, hablando de vacaciones, en Estados Unidos se está poniendo de moda una tendencia que aquí algunos han venido a traducir como “trabacaciones”. La cosa consiste en que la empresa te permite desplazarte a una zona de ocio con tu familia, sin que gastes días de vacaciones, a cambio de que realices allí tu trabajo, mientras los niños se bañan en la playa. No dejas de currar, pero lo haces en un entorno diferente. A muchos la idea les puede sonar a chino, pero lo cierto es que esa barrera entre la vida privada y la profesional se está difuminando cada vez más entre las profesiones que no requieren presencialismo en una oficina. Tanto, que ya se habla del “efecto Blurring” o “difuminado”.  El 41% de los españoles asegura sufrir el blurring entre su vida personal y laboral: no saben dónde empieza una y termina otra, con el consiguiente aumento del estrés y la ansiedad. Además, según el barómetro Bienestar y Motivación de los empleados en Europa 2015, el 65% de los españoles siente presión fuera de su horario laboral. En Francia se han tomado tan en serio el asunto que, hace apenas un año, los sindicatos forzaron un acuerdo para prohibir a determinados perfiles profesionales, muy vinculados con las nuevas tecnologías, a coger el móvil del trabajo durante sus horas libres.

Pocas aplicaciones representarán mejor los nuevos tiempos que se están imponiendo como el WhatsApp. La popular aplicación de mensajería móvil se ha convertido en un invento del diablo que lo mismo nos hace recibir un inesperado mensaje cariñoso de nuestra pareja, que una petición incómoda y urgente de nuestro jefe, justo cuando le estamos quitando la cabeza a un langostino en el chiringuito de la playa. Lo cierto es que habrá que estar al loro para que no nos la metan doblada con esto de las chucherías tecnológicas.  Los wearables, por ejemplo, tienen mucho peligro como potencial caballo de Troya. En empresas como Profusion ya han colocado un fitbit a sus empleados en la muñeca para medir sus parámetros fisiológicos. Con ese aparato se puede medir la frecuencia cardiaca o las horas de sueño de un trabajador. La compañía se pone simpática y te explica que así se preocupa por tu salud, aunque no te comenta que también recabará detalles íntimos, como si esa noche has trasnochado un poco porque te fuiste a cenar con los amigos. Claro que los empleados de Profusion siempre podrán decir que, al menos, ven la cara a su jefe. En Estocolmo los comerciales de Universal Avenue nunca han visto el careto a su jefe ni se lo verán porque se trata de una fría aplicación que se dedica a analizar su comportamiento para decidir a través de fríos mensajes qué encargos le hace, en qué momento y a qué clientes.

Vienen tiempos diferentes con sus cosas buenas y sus cosas malas, y a todas deberemos acostumbrarnos. Es verdad que, entre el narcisista que se empeña en recordarte por Facebook que es más feliz que tú y el jefe que te da la brasa por el Whatsapp , será complicado desconectar unos días antes de volver a la batalla, pero habrá que intentarlo, aunque sólo sea por salud mental y por dedicar un tiempo a los nuestros. Al fin y al cabo, eso es lo que nos llevaremos puesto de este mundo. Feliz verano a todos.