Hay cosas que no tienen arreglo. Hay hechos, señales, síntomas que confirman que hasta aquí hemos llegado. Definitivamente, de donde no hay no se puede sacar. Hay países serios y países que están hechos un cisco. Y nosotros, amigos, estamos hechos un cisco. Dicen que para llegar a la excelencia hay que buscarla cada día con ahínco. Jamás se podrá llegar a la perfección, pero si quieres acercarte a ella, aunque sólo sea un poco, tienes que pelear con el convencimiento de que la perfección es posible.
Nosotros, en cambio, hace tiempo que dejamos de buscar la excelencia. Se bajo el listón y nos conformamos con ir tirando. Nos dio pereza inventar y preferimos vivir de lo que nos daba el sol y playa. Nos dio la risa investigar y elegimos especular con el ladrillo. Nos dio vértigo ser grandes y nos quedamos enrocados en nuestro provincianismo decimonónico. Nos pareció inconcebible retener a los mejores y nos conformamos con dirigentes casposos que buscan el beneficio rápido, que mienten para conservar la poltrona y que priman al pelota sumiso por delante del profesional serio y con principios.
Cuando eso es así, de forma generalizada y durante mucho tiempo, al final los usos y costumbres se acaban modificando. Y lo hacen a la baja. Sólo en un país con un listón muy bajo podría haber sucedido lo que ha sucedido en el Hospital Carlos III de Madrid. Los ciudadanos de este país hemos visto a tres políticos comparecer ante la prensa para balbucear que una enfermera se había contagiado de ébola. Los tres ofreciendo los mismos datos básicos y sin saber dar las claves de lo ocurrido. Eso sí, insistieron en que no hay peligro de contagio. El problema es que, efectivamente, si se cumple con el protocolo, no debe haber contagio. Algo se ha hecho mal y, hablemos claro, no tienen ni puta idea de qué se ha hecho mal. Resulta patético ver como los supuestos responsables de nuestra sanidad reiteran, para infundir tranquilidad, que hace falta un contacto directo con las secreciones de un enfermo. Los especialistas en esta materia no se están tirando por un balcón, pero están francamente preocupados. Con tener 38 de fiebre, se suda. Si sudas y tocas la barra del metro, si estornudas sobre la mesa de la cafetería o si le das la mano a otra persona en esas condiciones se puede producir contagio.
Y lo malo es que esa enfermera gallega de 44 años alertó el pasado 30 de septiembre de que tenía fiebre, pero hasta el lunes 6 de octubre no se dignaron a hacerle las pruebas. Eso también es protocolo, y se lo han pasado por el arco del triunfo. Estuvo de vacaciones, haciendo vida normal y exponiéndose a su marido y cuantas personas se hayan topado en su camino durante esos largos días. Ahora sí, ahora corremos para controlar a esas personas, pero si lo hacemos con el mismo ahínco con el que se ha vigilado a la enfermera lo llevamos claro.
Ahora políticos y tertulianos de oficio pedirán tranquilidad para saber qué ha pasado, y lo siguiente será echar la culpa a la enfermera por haber roto el protocolo. Sin embargo, los que saben de esto aseguran que si el protocolo está bien diseñado, no se puede romper y no da pie a error humano posible. Se han hecho las cosas mal y se renunció a aislar el hospital para acoger al segundo misionero infectado. ¿Quién tomó esa decisión y por qué? ¿Quién formó parte del diseño del protocolo? ¿Había científicos en ese gabinete o predominaban los médicos? ¿Estaban las enfermeras correctamente instruidas para estas lides?
Quienes conocen realmente este mundillo saben que los laboratorios españoles son un ejemplo de excelencia, sin fugas como las sí se han producido en otros países desarrollados de nuestro entorno. Tenemos grandes científicos que, sin embargo, están cada vez más arrinconados en los hospitales, donde los médicos se endiosan y donde las auxiliares de enfermería a veces no reciben la instrucción necesaria para determinadas cosas.
Tuvimos un gesto de país grande cuando decidimos repatriar a los nuestros, a esos hombres valientes que habían dado su vida por los demás. Eso nos honra. Fue un gesto torero de una nación que un día fue grande y que, de vez en cuando, tiene fogonazos de su verdadero potencial. Sin embargo, el listón se ha bajado tanto que ya no nos entra la sexta marcha cuando la necesitamos. Entre los países serios que pueden repatriar sin peligro a sus enfermos y los que no son capaces, estamos más cerca de lo segundo. No todo se explica por el fallo de una técnico sanitaria, por mucho que la mayoría intentará a buen seguro consolarse con esa explicación. Son demasiados fallos en cadena que demuestran que aquí algo falla a un nivel muy superior. Estos días se hablará mucho de los síntomas de la enfermera del Carlos III y de todos los que hayan podido resultar infectados, pero el peor síntoma, de largo, lo tiene este país.