El peligro del postureo y la marca personal

Tengo un amigo que está alucinado con eso de Linkedin. Y es que, a pesar de la crisis, no son pocos los que han encontrado trabajo o han ampliado su red de contactos gracias a esa famosa red social. Los early adopters (que dirían los modernos), es decir, aquellos que se apuntan a un bombardeo y adoptan una tecnología o una aplicación nada más salir, hace tiempo que la usan. En cambio, los que nos cuesta más desenroscarnos la boina nos hemos ido sumando poco a poco a unas redes que, al margen de su utilidad profesional, te ayudan a hacerte una idea de cómo están las cabezas y por dónde van los tiros en este mundo.

Cuenta mi amigo que, después de tanto software, tanto hardware y tanta estrategia de posicionamiento SEO, lo que sigue mandando en Internet, en gran medida, es lo que ha funcionado de toda la vida de Dios: el postureo. Y no me refiero a que en nuestra foto de perfil de Facebook pongamos una imagen en la que nos damos un cierto aire a George Clooney, cuando en realidad, la mayor parte del día somos más bien como Woody Allen. Me refiero a la sublimación del arte de vendernos a nosotros mismos.  Contaba Leo Harlem en uno de sus monólogos que no entendía esa manía de la gente de mentir y exagerar en Linkedin: “Coño, miente para vivir bien sin pegar ni chapa, no para trabajar!!!

El caso es que son muchos los expertos que nos bombardean en estos tiempos de zozobra económica y social con la necesidad de cultivar nuestra “marca personal”. Básicamente, la cosa consiste en vendernos como si fuéramos una marca más para posicionarnos en el mercado, de manera que nos elijan a nosotros en lugar de a otro que, por currículum y experiencia, podría pasar por nuestro hermano gemelo. Pero cuando todos tenemos una licenciatura, un máster y dos o tres idiomas ¿cómo nos diferenciamos del resto? Pues aquí entra la magia del “personal branding” como, efectivamente, dirían los modernos.

Los gurús de estas materias, lógicamente, no te recomiendan ni te animan a que mientas, pero es verdad que se dan fenómenos curiosos. Si tú te presentas a ti mismo sólo con tu mecanismo, la cosa, así de entrada, funciona más bien poco. Eres uno más de los muchos que buscan trabajo. Pero si te creas una pequeña empresa, aunque al principio haya poco más que el nombre y el logo, y pruebas a poner que eres “director general de nosequé”, ahí la película cambia. Se te comienzan a agregar contactos y la gente muestra más interés. ¿Qué ha cambiado? Básicamente eres el mismo, pero la imagen que proyectas a los demás es diferente.

No digo que esto no pueda estar bien, porque echas a rodar una bola que, al final, puede desembocar en una dinámica positiva asentada a la larga en tu talento y esfuerzo.  Pero, ¿no corremos también más que nunca el peligro de caer en la trampa de las apariencias?  Todo el mundo, en mayor o menor medida, ha conocido alguna vez a alguien exitoso que, así de lejos, parecía un torbellino. Alguien que, sin embargo, analizado de cerca, no tenía ni tanto talento ni era tan trabajador: simplemente, sabía venderse muy bien.

Dentro de un mes, España acudirá al Mundial de Brasil dirigida por Vicente del Bosque. Un entrenador exitoso y respetado al que en su día echaron del Real Madrid porque no hacía personal branding. “Su librillo está anticuado” llegaron a decir las altas instancias madridistas que se obsesionaron con eso de “proyectar imagen”. El propio Florentino Pérez, harto también de malgastar dinero con entrenadores de baloncesto de mucho prestigio y palique, acabó buscando al más barato de los preparadores, pensando posiblemente en, puestos a no ganar títulos, gastar lo mínimo en la sección. El elegido fue Pablo Laso. No tenía currículum en la élite ni un discurso rimbombante. Paradójicamente, el Madrid de baloncesto ha vuelto con él a la élite y, a pesar de haber perdido por segunda vez la final de la Copa de Europa, muchos madridistas le creen cuando asegura: “que nadie lo dude. Volveremos a jugar una final de Euroliga y la ganaremos”.

Laso representa la sencillez, la sensatez y la fe en el trabajo bien hecho. Con eso ha llegado muy lejos, casi tanto como el Cholo Simeone al que, visto como le trata la prensa, posiblemente ahora mismo ganaría las próximas elecciones europeas, si fuese candidato. El Cholo comenzó dejando eso de la marca y la proyección de imagen a los demás. Lo suyo era reconocer su inferioridad y trabajar con humildad para hacerlo lo mejor posible. Lo ha hecho tan bien que, al final, se ha llevado por delante a infinidad de equipos convencidos de que “su marca” sería suficiente para ganar a un equipo, a priori, más débil.

Estos días, atléticos y no atléticos andan seducidos por una idea tan sencilla como revolucionaria: “si se cree y se trabaja, se puede”. No dudo de que la marca sea importante y que sea necesario trabajarla con mimo. Pero el que se obsesione hasta el punto de dedicarse en exclusiva a esos menesteres se estará equivocando.  No habrá éxito, si en todo lo que hacemos no hay una base de trabajo, esfuerzo y honestidad.

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