Las trolas de verdad y el peligro sordo de las medias verdades

Sus hijos eran feos. Feos de cojones. Demasiado feos para un tipo con semejante planta de playboy y con una esposa tan atractiva.  Tanto el padre como la madre eran más que resultones para lo que se estila en China. Los dos pertenecían a la casta de los nuevos ricos del gigante asiático. Lo tenían todo para triunfar y ser felices. Sin embargo, vaya por Dios, los tres hijos les habían salido horrorosos: nariz extremadamente respingona, ojos minúsculos y labios morcillones… un poema.

El padre de familia empezó a sospechar:  

-“¿No me la habrá pegado mi mujer con otro?” Me parece poco probable, pero es que ya no sé”…

 -“¿Los tres hijos engendrados con el mismo amante generador de niños feos? No creo, Jian”, le decía su mejor amigo y paño de lágrimas.  “Piensa que, a veces, de padres guapos, hijos poco agraciados”. 

-“¡Pues yo no puedo seguir así! Mi hija me horroriza y Jian junior… ¡Jian junior parece un vampiro mellao! ¿Cómo voy a medrar en las reuniones del Politburó? ¿Cómo voy a lucir en los photocalls de las revistas con semejante prole a mi lado?”

Tales fueron los lamentos y gritos del protagonista de nuestra pequeña historia que, al final, la mujer acabó confesando. Aquella belleza oriental con carita de porcelana no siempre había sido tan guapa. Antes de casarse se gastó cien mil dólares en cirugía estética. Antes de conocer a su marido, ella también se paseaba por este mundo con una nariz extremadamente respingona, unos ojos minúsculos y unos labios morcillones…

La genética no entiende de nuevos ricos y, descubierto el pastel, Jian Feng se sintió ultrajado. De hecho, pidió el divorcio y denunció a su esposa por engaño. Ahora la justicia china le ha dado la razón y ha condenado a la neoguapa a indemnizarle con cien mil dólares. Los mismos que se gastó para dejar de ser un cardo borriquero.

 Estarán conmigo en que parece poco probable que la justicia española pueda tomar una decisión parecida. Lo primero que dirían los magistrados, y con razón, es que ser feo es una putada pero no un delito. Además, analizado el caso con ojos hispanos, tampoco faltaría quien dijese que, hombre, engaño, engaño… tampoco fue.  Simplemente, no dijo la verdad.

Lo de las verdades a medias y los silencios cómplices es muy español. Aquí se escribió El Lazarillo de Tormes. Aquí a nadie se le ocurre dejar la bicicleta sin atar a una farola. Aquí ningún periódico coloca en la calle esos dispensadores anglosajones que te permiten, si quieres, llevarte todos los ejemplares habiendo pagado sólo uno. Aquí se da por hecho que la mayoría, si sabe que no le pillan, roba y miente.

Está tan asumido, que la condescendencia para con quien mete una trola es acojonante.  Sin ir más lejos, el exministro de Economía, Pedro Solbes, no ha tenido ningún problema en reconocer que ocultó la gravedad de la crisis que se nos venía encima para poder ganar las elecciones de 2008. Sabían que iba a temblar el suelo, pero Zapatero y sus mariachis mandaron a Solbes a la tele con la misión de mentir. Se rió de Manuel Pizarro en aquel debate, le dijo que exageraba cuando decía que el paro iba a crecer de forma dramática. No hizo lo que debía hacer para paliar la crisis. Lo importante era que la gente les votase, y luego ya se vería…

Ahora dice Solbes que se siente mal porque considera que España podría estar un poco mejor si hubiesen actuado con más honestidad.  El otro día le vi en la puerta de COPE, tras la entrevista que concedió a La Mañana de Buruaga.  La verdad es que se le veía tranquilo. En el fondo sabe que nadie le condenará por haber ocultado la verdad. A los que destrozaron las cajas de ahorro con mentiras y medias verdades también se les ve bastante tranquilos. Entre tanto, la gente de la calle sigue peleando por salir a flote con resignación cristiana.  Aquí la justicia no es tan dura como en China. Tampoco tenemos hijos tan feos. Los más feos suelen ser los que mandan.

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