Animalismo veraniego

El ambiente está raruno. La playa se encuentra llena, pero prácticamente nadie se anima a meterse en el agua, a pesar del calor. Como la arena es radio patio, antes de colocar la sombrilla uno ya se pone al día de lo que sucede. Han aparecido, estratégicamente colocadas en el agua, una serie de medusas. ¡Para qué queremos más! Los niños como locos, a la caza de la sepia transparente, mientras los padres les piden prudencia y los mayores entran en el estadio previo al pánico. Luego está el turista tiquismiquis, que desearía poder solicitar la hoja de reclamaciones a la madre naturaleza. Aunque la gran novedad de este año en la playa es el animalista en bañador.

Es un tipo de mediana edad, con hijos de entre 7 y 10 años. Es el único que se atreve a estar en el agua, como si no temiera la picadura de las medusas, mientras el resto se lo piensa o ronronea bajo la sombrilla. El pifostio estalla cuando unos niños anuncian la buena nueva: han conseguido meter en un cubo una gran medusa, que se disponen a llevar a la arena. Ahí es cuando el animalista se incorpora, levanta el brazo y grita: «pero dejadla en el agua». Los niños le miran y dudan. Su padre lo ha dicho con tal rotundidad que hacen ademán de devolver la medusa al agua. Entonces, como en Fuenteovejuna, el respetable que está en la arena grita al unísono: «¡no, al agua no!».

Los mayores son los más indignados con semejante idea y miran al animalista como pidiendo explicaciones de tamaño desvarío. El animalista baja el brazo, pero sigue de pie, con el agua por la cintura, sabedor de que ha llegado su hora. Ha captado la atención de la humanidad. Al menos, de la humanidad que está ese día en esa playa. Con voz firme y un punto didáctica explica que las medusas están en su habitat natural y que los humanos no somos nadie para acabar con ellas.  El más veterano de los no animalistas se incorpora de su tumbona, no sin ciertas dificultades, y toma la palabra. Esto se pone interesante, por momentos parece el ágora de la antigua Atenas, versión pareo. «Las medusas se han reproducido tanto porque han disminuido sus depredadores. Se están reproduciendo a tal velocidad que claro que sí que se las puede pescar sin contemplaciones. ¡Además, pican!», sentencia el señor que, por cierto, lleva un bañador demasiado escueto y apretado para su edad, aunque eso es opinión personal… Toma argumento bien hilado, aplaudido además por buena parte de los bañistas. El señor se vuelte a sentar en la tumbona, con ese aire del torero que ha arrancado un sentido olé en Las Ventas. A ver cómo contrataca el animalista…

Duda, se sabe en minoría, pero sus hijos continúan con el cubo a cuestas, sin saber qué hacer. No hay nada peor para un padre que verse desautorizado delante de sus hijos. Sufro por él, aunque me sienta más cerca en lo sentimental a los antimedusas. Entonces, el animalista trata de recomponerse y lo hace dejando el tono didáctico para agarrarse al repelente niño Vicente, al acusica que todos llevamos dentro: «Pues ayer pasaron por aquí los de Protección Civil y dijeron que no hay que sacar las medusas del agua, que te pueden multar y que la picadura de esa especie no es más grave que la de un mosquito».

La gente no replica con tanta vehemencia como antes, pero el rumor sigue recorriendo la playa. Algunas opiniones sí cristalizan a oídos de todos: «pues que te piquen a ti» o » pues el habitat del turista es marcharse a tomar por saco y aquí no se puede bañar tranquilo». El turista tiquismiquis sigue doliente.

Al final, el animalista hace la vista gorda cuando los niños, presionados por tanta gente a la vez, deciden dejar la medusa en la arena. El defensor de las medusas continúa con su baño, los críos siguen divertidos a la caza de la medusa y la mayoría se pasará el día en la arena, con la esperanza de que mañana los gelatinosos visitantes se hayan marchado.

La playa parece la de siempre, aquella de tu infancia. Pero los nuevos tiempos, las nuevas mentalidades y los nuevos choques argumentales te envuelven y asaltan en los lugares más insospechados. Ni de vacaciones puede uno sustraerse del posmodernismo imperante. Uno aprendió a proteger las ballenas, y a lo mejor los biólogos o los de Protección Civil tienen razón, pero lo de respetar a las amigas medusas se me antoja más complicado. ¿Me estaré haciendo mayor? ¿Me veré dentro de 30 años respondiendo a un moderno animalista? Si es así, espero hacerlo con un bañador un poco más amplio, que deje algo más a la imaginación…