La primera vez que hablamos cara a cara, ella estaba perpleja y a mí me temblaban las canillas. Yo era un becario recién salido de la universidad y ella toda una directora de informativos, mi primera directora de informativos. Me sobraban dudas y timidez, pero el esfuerzo económico que me suponía hacer el máster y mantenerme en Madrid me empujaba a tener una determinación impropia en mí por aquellos tiempos. El caso es que, cuando me quise dar cuenta, estaba en su despacho, abortando su intención de descolgar el teléfono para hacer una llamada a alguien a buen seguro más importante que yo. Le dije que, estando encuadrado en el fin de semana, tan sólo tenía algo que hacer los sábados y domingos. Los jueves y viernes eran una pérdida de tiempo, y yo lo que quería era aprovechar mi estancia en COPE todo lo posible para aprender, sin importarme hacer horas de más… Cuando haces ese tipo de cosas, te la juegas. Cuando eres becario, dormitar en tu silla a la espera de una oportunidad sin importunar a los veteranos puede ser el camino más corto para salir por la puerta de atrás sin pena ni gloria. Sin embargo, importunar demasiado, parecer osado en exceso, tampoco es recomendable. Así que estaba en sus manos.
Blanca María Pol arqueó las cejas durante dos segundos interminables y, finalmente, sonrió. Salió del despacho y le dio una voz a una redactora. “Mamen, llévate a este chico al Congreso, que aquí se aburre. Déjale que te ayude; tiene buena disposición”. Aquellas palabras me sonaron a gloria y aquella mañana, por primera vez en mi vida, entré en directo en cadena desde la sede la soberanía nacional. Desde entonces, siempre le estuve agradecido y ella me puso cara, aunque no volví a entrar en su despacho. Desde mi puesto de redactor junior en el fin de semana me llegaron los ecos de su determinación a la hora de frenar las presiones políticas en uno de los momentos más convulsos de la historia reciente de España. Poco después dejó de ser directora de informativos, y el día que todo el mundo le daba el pésame Blanca soltó cerca de mi puesto una frase que nunca olvidaré: “esta profesión es como una escalera: a veces estás un escalón más arriba y otros, un escalón más abajo. No hay que dramatizar”. Consciente de que yo había captado la conversación, me miró lanzando una mirada cómplice, como diciendo: “es lo que hay”.
Andando el tiempo, tras mi etapa en Barcelona, mi vuelta a Madrid me descubrió a una Blanca que desempeñaba su cargo de responsable de Internacional con la misma seriedad con la que ejerció de jefa de Informativos. En ésas, asistimos a algunas de sus idas y venidas médicas. Lo suyo era una frágil salud de hierro. Siempre se iba, pero siempre volvía. Mis últimos recuerdos de Blanca están en las antípodas de aquella lejana conversación en el despacho de informativos. Ahora era ella la que me buscaba para preguntarme por mi peque. Le asombraba el transcurrir de la vida, constatar que los becarios del ayer ya eran padres de familia en el atropellado hoy.
Hay algo que me incomoda, que se me queda corto, cuando oigo que Blanca era “la mejor voz de la radio”. Eso era verdad, pero se queda corto porque depende de la genética. Lo llamativo en Blanca era la serenidad con la que afrontaba la puesta en escena, la claridad con la que presentaba el cuadro de la actualidad. Cuando se hable de Blanca que no se hable sólo de su buena voz, sino de una profesional que recibió la oferta de su vida en la emisora más escuchada del país y la rechazó porque le daban la mitad del guión precocinado. A Blanca el achuchón final le sobrevino en la redacción, confirmando en una parábola poética que su vida estuvo ligada a la radio y a esta casa. Ahora se ha ido para no volver. La redacción se ha quedado tocada, recordándonos que un medio de comunicación no es nada sin su componente humano, sin el talento de sus profesionales, sin las complicidades entre compañeros, sin las risas, los llantos y los cabreos que metabolizamos entre micrófonos y ordenadores. Que el frenesí del día a día no nos haga olvidarlo nunca. Descanse en paz.