Una de tipejos y primates bípedos

Un día cualquiera. El semáforo se pone en verde para los peatones y reanudas la marcha. Te diriges a uno de esos sitios que te obligan a madrugar, que te cuestan dinero, pero que te permiten crecer como profesional con un poco de suerte. En la radio están hablando de un tema que te interesa. Ves como un gitano rumano te ofrece un paquete de pañuelos y declinas su ofrecimiento con una sonrisa, sin que los auriculares te permitan escuchar sus palabras. Le sobrepasas y, de repente, notas el impacto en el pecho.

¿Qué ha pasado? Te llevas la mano al pecho y sientes dolor en el esternón. Después de un par de segundos, tu cerebro hace la moviola. Un abrigo gris que pasa a tu lado como una flecha y suelta un brazo de forma premeditada e innecesaria para impactar contra tu pecho. Te quitas el auricular de la oreja derecha y compruebas como todo el mundo que iba con prisa se ha detenido haciendo un corrillo. A tu derecha, una pareja joven con cara de estupefacción. Parecen tan sorprendidos como tú. Sea lo que sea lo que ha pasado, a ellos también les ha golpeado. Mientras algunos transeúntes retoman la marcha para evitar problemas se aclara el corrillo y se descubre el pastel. Abrigo gris, mochila de camuflaje militar, cabeza rapada y rostro adusto.

Un tipejo con cara de pocos amigos se ha plantado a un par de metros esperando que le mire para dar pleno sentido a su hazaña. “A ver si miras por dónde vas”, me suelta. Yo sé, como lo sabe la pareja que está a mi lado,  como lo sabe el propio tipejo, que había espacio más que suficiente para que pasáramos todos. Pero él es una especie de macho alfa que exige ir en línea recta por la calle y que la gente se aparte a su paso. “¡Qué coño miras! ¿Quieres que te parta la boca?”, insiste mientras el corrillo empieza a despejarse por prudencia. En una época de mi vida, más infantil, me hubiera asustado. En otra época, más impulsiva, me hubiera enzarzado a golpes en el momento que comienza a insultar a mis difuntos. Sin embargo, ahora simplemente me quedo mirándolo. Él se excita e incrementa sus gritos porque lo considera un desafío, pero yo no le miro desafiante. Más bien le miro curioso, intentado diseminar toda una vida en un par de segundos.

¿Falta de cariño materno o paterno? ¿Falta de recursos para estudiar? ¿Estrecheces económicas? ¿Problema con las drogas? El caso es que se trata de un auténtico animal, de alguien que, voluntaria o involuntariamente, ha abandonado su condición de ser humano. Me coloco el auricular, me doy media vuelta y retomo mi marcha sin acelerar el paso para no darle una satisfacción, mientras prosiguen sus improperios. La pareja hace lo mismo y el chico le dice a la chica “con esta gente lo mejor es pasar”.

Tal vez eso es lo que pensó también la joven de la Diagonal de Barcelona que tardó una semana en denunciar la patada que le dio por detrás un imbécil que estaba de bromas con los amigos. A este cabestro no le puede salvar la excusa de una infancia incompleta o una vida dura. Se trata de un niño de papá, natural de Talavera de la Reina, que quería hacerse popular en las redes sociales. Ahora asegura estar arrepentido, pero lo cierto es que intentó borrar el rastro de su vídeo en Internet y no se entregó hasta se supo identificado. Cobarde en atacar a una mujer por detrás, dejándole un esguince de tobillo y la humillación de verse tirada por el suelo y vejada en Internet, y cobarde a la hora de asumir las consecuencias de sus actos.

Cuando nos topamos con animales bípedos, solemos pasar de largo, bien sea por miedo o por sentido común. Sin embargo, eso fomenta la impunidad de los muchos primates que nos rodean. Y de los gilipollas que les ayudan a grabar sus payasadas, que les ríen las gracias y que las comparten en Internet en clave jocosa. Dice su padre que le están tratando como un asesino por haber hecho una tontería con dos copas de más.

Querido señor empresario de Talavera, con un hijo gilipollas y malcriado, cuando uno se toma dos copas de más se pone a contar unos chistes o se pone a dormir la mona, pero no humilla a otro ser humano a traición para hacerse el machote. Tal vez el juicio mediático sea tremendo para su hijo, pero no menos que la repercusión de lo que hizo. Son las reglas de este nuevo mundo 2.0. Así que cada palo aguante su vela y que los miserables se hundan en su miseria. Está claro que algunos primates no entienden otro lenguaje.

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