Desde luego hay trabajos que no están pagados. Y no me refiero a la gente con dos carreras, un máster y cuatro idiomas que no cobran más de mil euros y que, cuando piden un aumento, sus superiores sonríen cínicamente antes de orinarles en la cara y decirles que está lloviendo. No, en esta ocasión me refiero, más bien, a esos trabajos que, por muy bien pagados que estén, nunca lo estarán lo suficiente, habida cuenta del esfuerzo que suponen.
Dice el dominical alemán Bild am Sonntag en su última edición que el FBI tendió una “trampa amorosa” a un yihadista alemán del Estado Islámico. Un tipo que, siguiendo el tópico, primero fue un rapero chungo que pasaba de todo para luego convertirse en un escrupuloso islamista dispuesto a ganarse el cielo a base de bombas. El caso es que la agente en cuestión no sólo tuvo los bemoles de introducirse en ese mundillo haciéndose pasar por uno de ellos, sino que también tuvo la habilidad de engatusar al rapero emérito al que los servicios de inteligencia habían puesto en su punto de mira.
Veamos: tienes que adquirir el aspecto, los conocimientos y las habilidades necesarios para parecer yihadista. Tienes que tener el valor de infiltrarte y la sangre fría para que no te traicionen los nervios en cualquier renuncio. Tienes que fingir que pasabas por allí y ganarte su confianza. Tienes que camelarte al objetivo hasta el punto de convencerle para casarte contigo. Y, no lo olvidemos, tienes que tener las tragaderas necesarias para hacer vida conyugal con él hasta sus últimas consecuencias, incluida la alcoba.
Al parecer, llegó un momento en el que la agente temió ser descubierta y huyó a Turquía, donde fue arrestada de tan yihadista que parecía. Hasta que Estados Unidos no medió en el asunto no consiguió recuperar su vida anterior. Por lo menos le quedó la satisfacción de comprobar cómo su “marido” acababa siendo detenido. Aún así, el esfuerzo el miedo y el asco que tuvo que pasar esa muchacha seguro que no tienen precio.
Pues, curiosamente, el concepto del “precio a pagar” es lo que seguimos sin despejar cuando se habla de luchar contra el yihadismo o las nuevas amenazas de este mundo. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar? Antes de contestar a esa pregunta, merece la pena hacer una reflexión sobre los últimos ataques en Copenhague: La policía abatió al agresor después de saber que había abandonado su coche a 3 kilómetros del primer tiroteo. Supo que había cogido un taxi y se había bajado en un barrio multiétnico de la capital danesa. Supo que estuvo allí por espacio de 20 minutos hasta que volvió a salir. Y sospechó que allí volvería, como finalmente hizo de madrugada para acabar siendo abatido. ¿De dónde sacó la policía toda esa información. Pues principalmente de las cámaras de seguridad.
Aquí en España también supimos que la madre de Asunta nos la estaba dando con queso porque su relato no coincidía con el lugar donde la mostraban las cámaras callejeras. A José Bretón también se le vino abajo la coartada cuando las cámaras demostraron que llegó al parque sin sus hijos en el coche. Y así muchos más casos en los que las cámaras y el rastro de los móviles han sido decisivos para sacar de circulación a gentuza a la que no querríamos tener entre nosotros.
Sin embargo, no son pocos los que se quejan, y con razón, de la falta de privacidad que está suponiendo la presencia omnipresente de las cámaras de seguridad en nuestras vidas o el manejo del Big Data. Lo cierto es que, nos guste o no, la relación entre la seguridad y la privacidad parece condenada a ser parecida a la de la manta que o te tapa la cabeza o te tapa los pies.
Es legítimo no querer renunciar a la privacidad, pero eso implicará estar un poco más a la intemperie en una sociedad donde, al mismo tiempo, se piden explicaciones a la policía por no haber detenido a tiempo a radicales que estaban fichados de antemano. Hay algo que no cuadra en esa ecuación. A algo deberemos renunciar en parte. Aunque ahora estemos muy entretenidos con Grecia y la crisis económica, el gran debate en Occidente en las próximas décadas girará en torno a ese dilema. Tiempo al tiempo.